Desde el salón de su casa ve la calle de la Redondilla y tiene vigilados los pasos fantasmales de Sira Quiroga como los suyos propios. Allí residía la protagonista de El tiempo entre costuras, la novela que catapultó al estrellato mundial a María Dueñas (Puertollano, Ciudad Real, 60 años). Fue una sorpresa que provocó la catarsis en su vida. La línea marcada como profesora de Universidad quedó atrás y comenzó, a los 45 años, una carrera literaria ejemplar en la que ha vendido más de 10 millones de ejemplares. A aquel éxito planetario que la aupó a las listas de todo el mundo siguieron otros títulos como Misión Olvido, La templanza, Las hijas del Capitán, Sira (secuela de la primera) y ahora Por si un día volvemos (Planeta), con un lanzamiento conjunto en España, América Latina y Estados Unidos de medio millón de copias. Cada obra, para María Dueñas, es un aprendizaje personal que pretende trasladar al lector. Y en esta nueva peripecia suya, quienes la siguen van a descubrir un episodio poco conocido de nuestra historia reciente. La de los emigrados al protectorado francés de Argel, donde labraron vidas entre vaivenes y humillaciones que recuerdan —a quienes hoy cometen la injusticia de fustigar emigrantes— que hubo un tiempo donde los españoles también lo fuimos y no nos trataron de la mejor manera por ello.
Cuando empezó a escribir su nueva novela, ¿quiso advertir a la España actual de que hace poco hubo muchos que emigraron y a algunos hasta se los llamaba caracoles, es decir, arrastrados?
Claramente. En algunas de mis novelas anteriores ya había tratado la emigración, pero ahora está en nuestro entorno de manera muy candente, sobre todo, la procedente de África y el Mediterráneo. Nos hallamos enfrente con gente que nos cuesta algo aceptar, cuando el siglo pasado estábamos en esa situación. Y a montones.

Salíamos de la miseria, de la humillación, del hambre, como ellos hoy. ¿Por qué algunos son tan incapaces de volver a ponerse en ese lugar?
Porque tenemos la memoria muy frágil e interesa mantenerla así. Entonces, aparte de todo, huíamos también de la ignorancia. La emigración de entonces se recuerda por quienes partieron hacia países como Alemania, en busca de prosperidad. Pero existió también otra, despojada de todo, con la casa a cuestas, una casa que se reducía a una maleta, una sartén, siete niños y una abuela. O nada…
¿O la necesidad de huir de la violencia, también, como Cecilia, su nueva protagonista?
Eso también, improvisando, con esa lucidez del instinto que te dice: si me quedo, va a ser peor.
Desde ese punto de partida, podemos pensar dos cosas. Primero, cuánto hemos cambiado. Y luego, qué poco puede costarnos volver ahí. ¿Lo teme?
Supongo que será muy difícil volver a ese nivel de miseria y sometimiento, pero que podemos ir a peor, está clarísimo. Debemos cambiar la perspectiva y activar más la memoria.
Y ese panorama, ¿qué le provoca? ¿Asombro, rabia?
Una mezcla de todo… Incluso algo peor. La pena y la tristeza que me produce la ignorancia.
¿Qué le impulsa a elegir estas historias cuando, para enganchar a un lector, podría recurrir a otras?
Creo que actúa en mí la parte de la profesora que fui. Un componente pedagógico. No intento dar lecciones con mis novelas, pero sí me gustaría que el lector, cuando cierra el libro, además de disfrutarlo se haya quedado también con algo que no conocía antes de empezarlo.
La profesora que fue, dice… ¿Cómo la recuerda?
Alguien que construyó su carrera con sus obstáculos.
¿Muy vocacional?
No especialmente, alguien que daba los pasos lógicos hacia su tesis doctoral, lo esperable. Lo raro hubiera sido salirme de eso. Fueron unos años muy buenos, de aprendizaje. No me habría convertido en la escritora que soy sin aquel periodo de formación concienzuda. Me resultó muy bueno, pero acabó y ahora estoy en otra historia.
Lo esperable quedó trastocado por un libro que cambia su vida: El tiempo entre costuras. ¿Lo recuerda como un reventón de eso, de sus costuras?
Más o menos. Hice esa pequeña apuesta: escribir una novela. Probar. Yo ya tenía mi plaza de por vida y supuse que a eso se reduciría mi camino. Me fui un curso a Estados Unidos y le di vueltas a escribir en paralelo, sin la intención de dejar nada. Simplemente, me apetecía.
¿Para darse un gusto?
Exactamente, en paralelo a la realidad. Allí empecé a pensar, a tramar. Las novelas las reflexiono mucho previamente. Volví a España y me puse a escribir, centrada en una historia con vínculos familiares.
¿Cuáles?
Mi madre había nacido en Tetuán y su familia vivió allí. Era nuestra memoria sentimental. Con su salida traumática les quedó una nostalgia. Quise volver la mirada a aquel Marruecos. Estaba convencida de que en ese mundo había un capítulo de nuestra historia que se había explorado poco en la narrativa contemporánea.
Ese universo se le queda incrustado hasta ahora que ha vuelto a los alrededores, en concreto a Argelia. ¿Se considera una autora del Mediterráneo?
Supongo que sí, como parte de nuestro ADN.
Concretamente del Mediterráneo sur. ¿Lo trata como una especie de mestizaje?
Lo vemos ahora como tal, pero en aquellos años de principios del XX no lo era. Los españoles no aprendían la lengua del lugar, por ejemplo. Las clases sociales determinaban la vida de todo el mundo. Esas diferencias estaban muy marcadas.
¿Era una diferencia social o religiosa?
Social. No existían apenas los matrimonios mixtos. No existía ese mestizaje, pero la convivencia era muy grata. El protectorado español en Marruecos fue mucho más tolerante y generoso que el francés en la Argelia que describo en Por si un día volvemos. Aun así, en ambos lugares se construyeron colegios, hospitales, carreteras, esos primeros pilares de una futura sociedad del bienestar que luego se trunca.

Algunos no tenían muchas ganas de regresar a España desde la Argelia del protectorado. ¿No les vencía la nostalgia? Observo que sus personajes no demuestran ninguna morriña.
Se buscan la vida. Primero, quieren comer; después, filosofar. Necesitan sobrevivir. Ya la nostalgia les vendrá luego, pero cuando llegas de lugares en los que has estado esclavizado y no puedes regresar, es normal. Puede pasar con los años, cuando se prolonga, pero en cuanto salen, no tienen ese sentimiento.
Miran para adelante, no para atrás. ¿Usted también?
Lo intento. Sin olvidar qué queda atrás, no me gusta meterme en el bucle de las lamentaciones. Lo que ha ido bien, ha ido bien. Lo que no, qué le vamos a hacer.
Imagino que cuando escribía El tiempo entre costuras experimentó una sensación de placer sin perspectivas, de primeriza.
Sí, algo así como… Cuando ves una película o lees un libro que te atrapa y te da la impresión de vivir dos vidas…
Ah, creí que me iba a decir que era algo así como cuando te enamoras por primera vez.
¡No! ¡Qué va! Soy muy práctica. Me refiero a escapar de esa sensación de seguir una existencia lineal. Escribir la enriquece, nos regala una bifurcación por donde nos metemos con el añadido de que tú diriges esos destinos de los personajes, pero no se trata de tu vida. Además, vas aprendiendo cosas con ellos. Para mí eso es muy importante. Cada novela, en mi caso, es un pequeño proyecto de aprendizaje para el que investigo a fondo y me nutre.
¿Cree que esa ilusión sin responsabilidad que le puso a su primera obra la contagió de una energía que la convirtió en algo especial?
Creo que eran dos senderos. Bueno, yo venía de haber estado preparando una oposición, con ese ímpetu, una inercia, una activación que me impulsaba a seguir haciendo cosas y eso se lo trasladé a la novela. La escribí en nueve meses, con dos hijos adolescentes y muchos frentes abiertos, eso me hizo sacarla adelante muy rápido.
¿Conectaba con alguna aspiración de niña o adolescente por querer ser escritora?
No, soy filóloga de formación, pero de la parte lingüística. Estaba acostumbrada a trabajar con la lengua. Había enseñado español e inglés a varias promociones. Me resultaba y resulta fácil, era mi herramienta. A eso le sumé experiencia como lectora y una cierta imaginación.
¿Cuáles son sus antecedentes literarios siempre presentes?
Un cúmulo de lo más canónico y clásico a lo más comercial, incluso de lo malo puedes aprender. Al venir de la filología inglesa, los anglosajones, pero también la literatura latinoamericana y española. Además, soy hija de la generación de Enid Blyton, o de Mujercitas. Nunca he dicho a un libro que no si me ha interesado. No tengo prejuicios. Busco en un libro lo que puedo aprovechar y, al tiempo, lo que de ninguna manera quiero hacer.
Llega el éxito con su primera novela, millones de lectores… Y después, ¿se apoderó de usted el terror a la hora de afrontar la segunda?
En absoluto, quise alejarme de Sira Quiroga y su mundo, aunque sé que a mis editoras y a muchos lectores les hubiera encantado que continuara por ahí. Luego volví a ella cuando me apeteció. El éxito fue fantástico, pero tampoco te creas que yo estaba loca por repetirlo.
Es usted una mujer con una coraza espectacular. ¿De dónde le viene ese equilibrio?
¡Noooo, hombre! Fue fantástico. Quizás porque vengo de una familia así. Y porque me pilló madura, con 45 años. Si me llega a ocurrir con 25 no sé qué hubiera sido de mí. Igual me trastoca. Me agarré a las riendas y dije, vamos, vamos. Estupendo. Hice una gira, conocí Japón, llegó a la lista de los más vendidos en The New York Times, pero, vale, yo, a partir de ahí, quería otra cosa. No aspiraba a repetir aquello y cuando escribí Misión Olvido estaba convencida de que no iba a tener la misma repercusión, pero no me importaba nada. Vale, quería que se vendiera, que gustara, pero no ansiaba el mismo éxito.
¿Y qué pasó?
Pues que no tuvo el mismo impacto, pero, a ver, vendió medio millón de ejemplares. Nada mal. Ningún batacazo. Además, creo que Misión Olvido es mi novela favorita.
Si cada novela que publica un autor de sus dimensiones se convierte en fenómeno, menudo estrés…
¡Claro! Con uno, yo estaba encantada. Me daba por muy satisfecha. Pero el fenómeno aquel —mira que me cuesta considerarme fenómeno—, con que se dé una vez, vale.
Hubo otro momento en su carrera en que decide conocer a fondo los mecanismos del mundo audiovisual. ¿Quería controlar sus adaptaciones o aprender?
He tenido tres experiencias en ese ámbito por cauces distintos, aunque seguimos en ello. Para El tiempo entre costuras nos empezaron a llover ofertas. De productoras o de actrices que querían ser Sira, directamente. Tenía claro que debía adaptarse como serie. Pasaron muchas cosas en medio, entre otras, la crisis. Tampoco nos esperábamos el éxito que cosechó cuando la emitió Antena 3: cinco millones de espectadores capítulo a capítulo. Me impliqué en el guion, no como escritora, sino para supervisarlos y pelearme por ellos.
¿Quería convertirse en showrunner de sus obras?
¡Uy, qué va! ¡Bastante tengo! El mundo audiovisual ha cambiado mucho en estos años. Bastante más que el editorial. Cuando comenzaron las ofertas, lo que me aconsejaba la gente era: vende los derechos y quítate de en medio. Coge el dinero y corre, más o menos. Pero yo me quise implicar y salió bien. Las productoras y plataformas se han dado cuenta de que los autores no estorbamos.
Depende para quién. Escuché una vez a Paolo Vasile, el antiguo magnate de Mediaset, decir que el mejor autor para adaptar cualquier obra era el que ya estaba muerto.
Sí, sí, lo sé. Pues no, vale, a veces somos un poco puñeteros, pero es bueno que nos impliquemos en el proceso y desde el lado de la producción, creo que están a gusto con eso. Y vale, es cierto que yo soy bastante controladora y me interesaba velar por mis novelas, también.
¿Controladora en qué?
Delego cuando tengo que delegar, pero me gusta permanecer al tanto de cómo se mueven las cosas.
¿También en la edición?
Intento participar de ella, sí, en mayor o menor medida, hasta que el libro aparece en las librerías. Desde el diseño de portada a los temas de promoción, marketing… Es un trabajo conjunto que me resulta muy interesante. Es muy bonito ese proceso. Me llevo bien con la soledad cuando escribo, pero también me encanta esa parte colectiva.
Sus mujeres protagonistas son muy responsables, pero no les importa dejarse llevar por la pasión. Independientes, dadas las circunstancias que viven… ¿Qué tienen que ver con usted?
Intento que no se parezcan a mí, colocar entre ellas y yo un cristal, pero es cierto que algo se te va. Tienen un camino que recorrer y lo recorren, pero no quiero que resulten mi alter ego. Supongo que llevan el perfil de mujer que a mí me interesa, con lo que me siento cercano.
El hecho de que haya algo en ellas que le interese o le gustaría, ya es parte de usted, ¿no?
No, no creas que me dan envidia sus vidas. La mía es mejor que la suya.
Vale, pero de sus aptitudes, ¿qué envidia?
Algo sí, probablemente, no me he parado a analizarlo, pero supongo que sí.
¿Cuestiones de esencia o de peripecia?
Ambas. Me interesa cómo afrontan las caídas, las fracturas, cómo son capaces de remontar, de sobreponerse.
La piedra de Sísifo…, ¿cree que es un mito que se adapta bien a sus novelas?
Sí, sí, son mujeres muy universales, para mi gusto. Tienen unos rasgos, valores, principios y puntales muy comunes independientemente del tiempo y el lugar donde yo las coloque. Es fácil empatizar con ellas de un modo u otro porque todos hemos pasado por ahí de una forma similar. Todos hemos enfrentado errores, aciertos, fracasos o malas elecciones de una persona u otra. Eso convierte a los lectores en sus cómplices.
No son personajes que se quedan sentados a esperar, sino mujeres de mundo, ¿aun a su pesar?
Exactamente, porque las circunstancias las empujan. Si Sira Quiroga no se cruza con un indeseable, no sale de la calle de la Redondilla; si a Cecilia en Por si un día volvemos no la violan, no escapa de su pueblo… No son heroínas convencionales. No tienen ambición, ni intuición, solo deben sobrevivir en circunstancias adversas a las que han sido empujadas sin control, para finalmente tomarlo. Su grandeza reside en el coraje con que se enfrentan a esas adversidades. La vida las lleva, pero tienen la garra suficiente como para que no las arrastre.
Vivimos malos tiempos para la ironía. ¿No le preocupan ahora más que antes las reacciones que provoquen sus libros?
Miedo, no. Tengo ya 60 años y no me preocupa. No siento vértigo, ni aspiraciones. No estoy pendiente de quién me ataque, sino de que los lectores lo disfruten. No me asustan los haters, ni nada parecido.
La sana manera de afrontar todo con el equilibrio de la madurez…
Me encuentro ahora bien, muy bien. Fuerte, con ganas, ilusión y la cabeza en mi sitio. Cruzo los dedos.
¿Aun cuando vivimos un panorama algo desolador?
Desalentador, desde luego. Y, para mí, inconcebible que volvamos a lo mismo, a deshacer lo que hemos logrado con todo esfuerzo. ¿Cómo podemos ser tan imbéciles de ir derechos a repetir los desastres que ya conocemos? Estamos rodeados de seres inhumanos, de absurdo, de un sinsentido. Todo nos lleva a que nos echemos a llorar. Pero no vamos a hacerlo. No nos vamos a echar a llorar.
Usted, que sintió generacionalmente Estados Unidos como una aspiración, ¿cree que, en plena decadencia, ese país hoy produce un desencanto y más que sueños, pesadillas?
Una pena. Es un país que quiero muchísimo, lo admiro, tengo muchos amigos allí desde que me fui con 21 años. Pero, de pronto, no me cabe en la cabeza cómo un tipo como Trump haya arrastrado el apoyo de medio país. Me entristece y me preocupa.