domingo, marzo 16, 2025

Los tambores de guerra suenan más alto en el este de Alemania: “Aquí aún recordamos que debemos mucho a los rusos” | Internacional

Share



Wünsdorf está a solo 60 kilómetros de Berlín, pero un abismo separa este pueblo de Alemania oriental de lo que piensan las élites políticas e intelectuales del país. Justo cuando el Parlamento toma carrerilla para gastar todo lo que haga falta frente a la amenazante Rusia de Vladímir Putin, aquí, en esta localidad que durante la Guerra Fría acogió la base militar más grande de la Unión Soviética fuera de sus fronteras, el tiempo parece transcurrir más despacio. Aquí, el siglo XX sigue estando muy presente. Y sirve para responder a muchos de los interrogantes del XXI.

Unas 20.000 personas visitan cada año la fascinante hilera de búnkeres tejida por los nazis en 1939 en Wünsdorf. Desde esta miniciudad, convertida durante la II Guerra Mundial en un gran centro de comunicaciones, el ejército de Hitler dirigió la ofensiva contra la URSS. Fuera de los túneles, a la luz del sol, todavía quedan los restos de las construcciones de la Wehrmacht que las tropas soviéticas quemaron en 1946, tras su victoria en la guerra, como parte de su compromiso para eliminar cualquier rastro del régimen criminal que convirtió Europa en un gran cementerio.

La herencia soviética marca, 30 años después de que se marchara el último soldado del Ejército Rojo, la visión de los lugareños sobre asuntos actuales como la guerra de Ucrania, las ansias imperialistas de Rusia y la urgencia europea por rearmarse. Sus opiniones, mayoritariamente, chocan frontalmente con la de los alemanes occidentales.

Sylvia Rademacher es la responsable de la empresa que gestiona los búnkeres en Wünsdorf. A sus 61 años, recuerda a la perfección cómo era la vida antes de 1994, cuando se fueron los últimos soldados soviéticos, un colectivo que durante la antigua República Democrática llegó a superar el medio millón de hombres. “No se marchan como ocupantes, sino como amigos”, les despidió entonces el canciller Helmut Kohl. Esos recuerdos, y esa relación especial con Rusia, marca el prisma con el que Rademacher valora acontecimientos como la invasión a gran escala de Ucrania ordenada por Putin hace ya tres años. “Nos quieren pintar un panorama en el que los rusos son los malos, con cuernos y rabo. Pero las cosas son más complejas. Aquí, la gente, con sus experiencias de primera mano, ve las cosas de forma distinta. Aún recordamos lo que Alemania le debe a Rusia”.

Las diferencias políticas entre los llamados nuevos Estados —los cinco territorios orientales que se integraron en la República Federal en 1990— y el resto del país volvió a quedar patente en las elecciones del pasado 23 de febrero. Si la parte occidental del mapa se tiño de negro —el color de la Unión Cristianodemócrata de Friedrich Merz—, en la oriental ganó de forma aplastante el azul de Alternativa por Alemania, un partido ultraderechista que, además de sus proclamas contra los refugiados y el ecologismo, ha enarbolado la oposición a la ayuda a Ucrania. Partidos como La Izquierda y el de Sahra Wagenknecht, críticos con la OTAN, también recibieron un importante apoyo.

Desde el inicio de la guerra en 2022, el instituto de opinión Forsa ha constatado las grandísimas discrepancias en Alemania sobre todos los asuntos relacionados con Rusia y Ucrania. “Es sin duda el tema que más divide a las dos partes del país”, asegura Peter Matuschek, gerente de esta empresa. El envío de armas a Kiev recibe un apoyo mayoritario en el oeste y un fuerte rechazo en el este, donde el miedo a una extensión de la guerra en Europa es muy patente. “La semana pasada, preguntamos por la reforma constitucional para aumentar el gasto militar. El 75% de los alemanes occidentales dijeron a estar a favor. En el este, ese porcentaje se quedó en el 51%. Y los planes de reinstaurar el servicio militar reciben el 62% de apoyo en el oeste, frente al exiguo 52% en la parte oriental”, continúa Matuschek.

Las explicaciones de estas diferencias a un lado y otro del antiguo telón de acero son muy complejas. La periodista y escritora Sabine Rennefanz, nacida hace 50 años en la antigua RDA, ha tratado de explicarlas en libros como Niños de hierro. La rabia silenciosa de la generación de la reunificación. “Cientos de miles de soldados soviéticos se fueron de Alemania sin pegar un tiro. El compromiso de Gorbachov de no intervenir permitió que tuviéramos una reunificación pacífica. Creo que eso ha moldeado la imagen que durante mucho tiempo hemos tenido de Rusia, sin tener en cuenta la evolución del país desde entonces”, asegura en una cafetería de Berlín.

Rennefanz despliega un discurso muy matizado, lleno de claroscuros, en el que recuerda que los chicos de su edad veían a los rusos de su alrededor al mismo tiempo “como amigos y como gobernantes”, y anécdotas como la de su abuelo, que pese a haber sido encarcelado en Siberia en tiempos de Stalin guardaba una imagen positiva de los soviéticos.

Los nuevos tiempos obligan a Alemania a enfrentarse a debates de gran calado. Como abordar la necesaria modernización del ejército en un mundo en el que Estados Unidos ha dejado de ser el amigo fiel. La posibilidad de reintroducir el servicio militar. O el shock que supone enviar a Ucrania armas que puedan acabar matando a rusos, algo que a muchos alemanes recuerda su pasado más oscuro. “El miedo a Rusia es mayor en el este, donde aún hay resonancias de la propaganda de la antigua RDA a favor de la paz y en contra de la OTAN y Occidente”, certifica el historiador Jan Claas Behrends.

De vuelta a Wünsdorf, la alcaldesa, Wiebke Sahin-Connolly, admite que la historia compartida, el hecho de que muchos de sus conciudadanos hayan compartido vodka con los rusos, convierte casi en algo personal los debates políticos sobre la guerra y las armas. Rademacher defiende los valores y la cultura de su región frente a lo que denomina la “arrogancia” de la Alemania occidental, que, asegura, nunca los han tratado de tú a tú. Recuerda la época en la que decenas de miles de soldados soviéticos con sus familias vivían en esta ciudad, apodada entonces “pequeño Moscú”, con sus propias escuelas, teatros, museos, un hospital y un tren directo a la capital rusa.

La responsable de la empresa dedicada a guardar la memoria de lo que ocurrió aquí a lo largo del siglo XX denuncia un corsé de los medios que impide expresar opiniones discordantes. “Por supuesto que la guerra es una porquería y tiene que terminar. Pero no es culpa de una sola persona”, afirma para luego señalar como responsables tanto a Occidente como a Ucrania, sin mencionar en ningún momento a Putin. Y concluye con un halo de optimismo ante el nuevo inquilino de la Casa Blanca: “Por lo menos Trump está ahora intentando acabar con la masacre después de que Biden hiciera tantas cosas mal”.



Source link

Read more

Local News