En el contexto de los 25 años de la —controvertible— transición a la democracia es oportuno recapitular.
Recordar que el primer presidente con botas engañó a mi padre. Lo sedujo con una promesa de ruptura y lo que le entregó fue un vulgar relevo. Continuidad en lo político. Continuidad en lo económico.
Su triunfo fue legítimo: apalancado en genuino hartazgo.
El segundo presidente del nuevo siglo —un tipo más bajo que el anterior— se robó la elección y, para desmemoriarnos, declaró la guerra. Su desgracia fue nuestra perdición. En su haber: miles de muertos, cientos de desaparecidos y su mano derecha condenada en suelo gringo.
La razón de su triunfo es sabida: dinero, trampa y mentiras. Campañas ilegales, actas alteradas, manipulación de la mitad de las casillas y millones pagados desde la silla presidencial, así como desde las giratorias de los grandes conglomerados.
Pero no fue sino hasta 2012 cuando aterrizó la anomalía: con Enrique Peña Nieto, el PRI volvió a escena.
De no creerse. En un país más lúcido y con una ciudadanía más alerta —que ya había elegido una vez a Andrés Manuel López Obrador—, se reinstaló, por la vía democrática y con las viejas mañas, una versión renovada del régimen que en el año 2000 creímos haber abortado. Aquello, en realidad, aún habitaba nuestro cuerpo.
Triunfó su hijo pródigo: la anomalía histórica que pregonaba modernidad.
Simulamos asombro ante lo que debió ser evidente: la crónica de una muerte anunciada. Peña Nieto era exactamente lo que parecía ser: improvisación, corrupción y frivolidad.
Terminó viviendo lujoso lejos de México.
El rostro del Mexican Moment —el afortunado don Juan— se mudó a España.
Pero ahí no termina la historia de la suerte de nuestra anomalía. Mientras Fox y Calderón cargan un merecido descrédito público por sus desatinos morales, Peña vive intacto. Inmunizado. Sin juicio. Libre, a pesar de tantos presuntos delitos cometidos.
—Sí, estuvo medio tremendo, ¿no? —dijo Sheinbaum en su conferencia mañanera. Respondía a una pregunta sobre las nuevas acusaciones desde Israel contra Peña Nieto: 25 millones de dólares a cambio de garantizar, desde la presidencia, la compra del software Pegasus.
Espiar ilegalmente desde el Estado… y cobrar por hacerlo.
Sheinbaum lleva razón. La nueva acusación contra el exmandatario —25 millones de los verdes— es apenas medio tremenda si se compara con el extenso catálogo de escándalos que el de Atlacomulco carga en la cartera. Una raya más al descarado pintito.
Cosa de nada frente a los 400 millones de dólares involucrados en la Estafa Maestra. Una cifra comparable con los 16 millones de dólares que México tuvo que pagar a China tras la cancelación del tren México-Querétaro, asignado por la administración de Peña Nieto de forma ilegal.
Los 25 se suman a los cuatro millones de dólares que Odebrecht destinó a su campaña, y a los seis millones que su gobierno cobró a cambio de garantizarle contratos de obra.
Lo de los israelís es solo una cantidad más en la extensa suma: los siete millones de dólares de su famosa Casa Blanca; los millones recibidos de OHL para la construcción del Circuito Exterior Mexiquense; aquellos que se usaron para comprar votos en favor de su reforma energética; y los otros que se usaron para comprar votos a secas.
A la cuenta se añaden los millones de pesos transferidos irregularmente al extranjero tras dejar la presidencia. Los que se vinculan a la corrupción en el fallido aeropuerto de Texcoco. Los millones en Andorra a nombre de Juan Collado. Y todo lo demás que no ha sido rastreado.
Podríamos pasar la tarde enumerando las trampas de quien fuera —ahí nomas— secretario de Finanzas de Arturo Montiel. De quien, sonriente y engominado, sostenía que la corrupción en México era una debilidad de índole cultural. Un inevitable.
El asunto es que, frente a un corrupto de apetito voraz como Peña Nieto, lo de Pegasus —25 milloncitos— apenas pinta. Es, como dice la Presidenta, medio tremendo.
La Fiscalía General de la República (FGR) investiga a nuestra anomalía desde 2022. Hay, en su contra, carpetas abiertas que un buen observador calificaría de agujeros negros. Son caminos a la nada. Portales al vacío.
El número de acusaciones por desvío de recursos contra la última administración tricolor empieza a encontrar parangón —en cantidad y en vergüenza— con la lista de casos que la FGR de Gertz Manero se rehúsa a despachar.
25 años después, en materia de justicia, poco ha cambiado: donde debería haber un fiscal, hay un aliado.
Si durante el peñismo Raúl Cervantes fue el fiscal carnal, hoy, el fiscal es hermano: uno que sostiene al payaso de las cachetadas —como bautizó López Obrador a Peña— libre y muerto de la risa.