sábado, septiembre 13, 2025

La batalla por conservar la Sierra de Las Minas, el bosque nuboso más grande de Centroamérica | América Futura

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A 2.400 metros de altitud, por un sendero pantanoso que se colma de niebla, la bióloga guatemalteca Cristina Abugarade escudriña entre la hojarasca de los pinos una pista que dejó un gato salvaje. “Este es un rastro de puma, es lo más seguro. Tenemos heces. Las heces tienen pelos de coloración blanca y gris. Seguro es de un coche de monte”, dice en referencia al pecarí de collarotaitetú, un mamífero similar a un jabalí pero de menor tamaño.

Al segundo mayor felino de América detrás del jaguar le gusta comer pecaríes o jabalís y suele merodear acechante la zona núcleo de la Reserva de la Biosfera Sierra de Las Minas en Guatemala, una cadena montañosa de más de 240.000 hectáreas que fue reconocida por la Unesco en la década de 1990 en el Programa el Hombre y la Biosfera.

Grupo de conservacionistas de la Fundación Defensores de la Naturaleza.

Con una gorra que tiene la estampa de la huella de un tapir, Abugarade se aleja del rastro del puma y sigue su rumbo entre encumbrados encinos y helechos gigantes. El rugido del mono aullador envuelve todo el ambiente. Al llegar a cierto punto, la bióloga desenfunda una cámara trampa que captará fotografías y videos de animales en movimiento durante unos cuatro meses, lo que en promedio aguantan las baterías.

La instala en la hendidura de un tronco ayudándose de musgo y, finalmente, registra las coordenadas con un GPS para que, más adelante, pueda dar con su paradero. “La Sierra de Las Minas es un área tan grande de bosque que habitan muchas especies, entre ellas el quetzal y el pavo de cacho. Tenemos especies endémicas regionales como la salamandra y la rana de patas negras, que realmente tienen importancia a nivel internacional. Que las tengamos presentes aquí, nos motiva a conservar una reserva como esta”.

Como resultado del monitoreo no invasivo de las cámaras trampa, Abugarade y varios otros biólogos de la Fundación Defensores de la Naturaleza lograron publicar un estudio en mayo de 2025 bastante alentador sobre los grandes felinos que aún caminan por la reserva. Entre sus hallazgos, está la grabación de un jaguar a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar que obtuvieron tras ocho años de monitoreo. También captaron doce registros independientes de pumas y más de veinte especies de mamíferos en un solo año, como tapires, tigrillos, tayras y venados.

Animales avistados por las cámaras trampa.Vídeo: Cortesía

Según los conservacionistas de la reserva, estos registros confirman que la Sierra de Las Minas sigue siendo un refugio vital para la biodiversidad mesoamericana, razón por la que demandan una mayor presencia del Estado. Si bien los cazadores con rifle y los taladores con sierra eléctrica ya no son los principales verdugos del bosque, gracias a la declaratoria de la Ley de Áreas Protegidas en 1989, ahora lo son los incendios forestales. “Después del fuego se ha visto el registro de cadáveres calcinados. Hay muchas especies que no tienen la habilidad de salir rápido de un bosque, o son crías que están superdesubicadas y se quedan encerradas en el incendio”, apunta Abugarade. “El tamandúa mexicana (oso hormiguero) lo hemos visto en incendios forestales y se ven afectados. Hay un oso mielero que casi lo encontraron muerto”, recuerda.

La negligencia en las quemas agrícolas

Bajo el ardiente sol de la canícula de agosto, una patrulla de bomberos forestales surca el costado sur de la Sierra de Las Minas. Al mando está Alfredo Chajón, un bombero con décadas de experiencia a cuestas, que divide en dos a su cuadrilla élite: unos reforestan con árboles nativos, otros rastrillan el suelo trazando una línea de control para evitar que cualquier incendio se expanda a sus anchas. “La gente le prende fuego [al campo] para que les sea más práctico ir a sembrar, y no ‘guatalear’ [desyerbar] primero. La frontera agrícola es la causa número uno en Guatemala de los incendios forestales”.

Los ejemplares monitoreados por especialistas de Las Minas.
Vídeo: Cortesía

Por frontera agrícola, Chajón se refiere a las prácticas antiguas de campesinos y ganaderos para preparar la tierra con quemas que suelen salirse de control ante el descuido y la indiferencia. Aunado al cambio climático, dice el bombero, en 2024 se vivió una época bien difícil en la Sierra de Las Minas. “Fueron casi 5.000 hectáreas quemadas de bosque, de las cuales mil y algo fueron dentro de la zona núcleo. Tuvimos que utilizar dos helicópteros, uno de la Fuerza Aérea y otro pagado por organizaciones, como WWF y Coca Cola. Se usaron más de 3.000 galones de agua dentro de las bambi buckets [bolsas de transporte de agua que se lanzan desde helicópteros] en la parte alta de la reserva”. Se trata de la misma zona donde habitan los grandes felinos americanos, incluyendo al ocelote, al margay y al yaguarundí, y otros mamíferos como el zorrillo, el armadillo y el tepezcuintle.

De acuerdo con el Informe de 2024 del Consejo Nacional de las Áreas Protegidas (Conap), el 98,82% de los incendios forestales en Guatemala son provocados por el ser humano, bien sea por el mal manejo del fuego, como por su negligencia. Esto llevó a la quema de alrededor de 80.000 hectáreas de santuarios de fauna y flora en un año, un panorama de incendios tan crítico que no se registraba desde 1998.

Los guardianes del bosque nuboso

Al lado de El Abuelo, un árbol milenario en el área núcleo de la Sierra, Nelson Fajardo y sus dos colegas guardabosques enfocan sus binoculares buscando el quetzal, el ave nacional de Guatemala. Ellos tres son los únicos guardabosques para resguardar más de 240.000 hectáreas de la reserva. Un trabajo solitario en el que se disfruta de espectáculos como la fase del cortejo del ave nacional de Guatemala: cuando en los vuelos nupciales los machos encantan a las hembras batiendo sus colas de serpiente emplumadas, de color verde azulado.

Guardabosques avistan aves en la reserva.

Otro espectáculo de la naturaleza fue el que dejó perplejo al guardabosques Damián Barillas hace dos años y medio al toparse con un puma. “Cuando sentí el susurro en el oído, volví a ver y era el puma, enorme, ya lo tenía cerquita, como a cinco metros. Yo en mi mente dije: o lo asusto o salgo corriendo, no hallaba qué hacer”. Sin perderle la vista al felino, Barillas agarró su machete y le asestó un golpe al tronco de un árbol. “El puma ni se ‘mosqueó’, solo movía la cola así [de un lado a otro] y ahí me asusté. Se me quedó viendo como diez segundos y luego regresó por donde venía”.

Con el corazón palpitante, Barillas regresó a la estación biológica de la reserva a contarle la anécdota a sus compañeros, quienes, boquiabiertos, no pararon de hacer chistes al respecto. Lo que vio uno significó el orgullo de todos: era el resultado de un esfuerzo de conservación para mantener vivo a uno de los bosques verdaderamente salvajes de Centroamérica.



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