“Ha sido estresante”, sintetiza Carlos Alcaraz, adentrado ya en los octavos de final de Wimbledon después de sortear la imponente silueta de Jan-Lennard Struff, una mole (35 años y 125º) que engaña: parece no estar, pero al final exige. No lo suficiente, en cualquier caso, como para interrumpir el buen paso del número dos del mundo, que progresa en Londres sin alardes ni fuegos artificiales, pero sí con seriedad: 6-1, 3-6, 6-3 y 6-4, tras 2h 25m. A falta todavía de lucir su versión arrebatadora, con un perfil intermedio que le vale para ir despachando las rondas pese a la irregularidad, el murciano continúa enlazando victorias sobre el verde inglés (17) y extiende la secuencia que fabricó en mayo hasta las 21. Hay días de brillos, y otros que demandan jerarquía. Saber sufrir, saber triunfar. Chocará el domingo con Andrey Rublev, decimocuarto (7-5, 6-2 y 6-3 a Adrian Mannarino).
Se entrecruzan dos caminos, el de un tenista que no quiere líos y el de otro que tampoco los busca, pero que durante media hora se autodestruye él solito. Muy poquito por parte de Struff, al inicio fallón y voluntariamente precipitado, como si tuviera ganas de irse rápido al vestuario y de acabar sin llevarse un solo rasguño. Pelotazo va, pelotazo viene. Muy poco sentido. Minimalismo mal entendido. ¿Para qué tres o cuatro golpes? Para un sacador como él, si no funciona el mazo las posibilidades se reducen a la nada, de modo que va desplegándose una bonita pasarela para Alcaraz, que simplemente deja al de enfrente hacer (deshacer) y va obteniendo jugosos réditos sin la necesidad de quemar energías innecesarias. Todo cuenta, ya se sabe.
En tan solo 27 minutos ha sellado el primer parcial, y en la central —grada llena, temperatura ideal, fondos sin excesiva calva todavía— no son pocos los que empiezan a mirar el reloj, pensando que, de continuar así, el duelo tal vez quede reducido a un tentempié de media tarde. No es así. Despierta el gigantón. Amanece su palanca. Se acabó la siesta. A nada que reanima ese brazo anestesiado e incrementa los porcentajes con el servicio, Struff encuentra una vía para entrar por fin en el partido y plantear debate, encontrándose Alcaraz ante un escenario muy diferente. Áspero. En un abrir y cerrar de ojos, se ve obligado a arremangarse y bajar al barro porque en Wimbledon, si un bombardero te pilla frío todo puede suceder. Y ahí hay un alemán creciendo: cuidadín.
A la que puede, Struff se tira a la red y él, en cambio, opta por mantener una estrategia más conservadora, más acorde a estos tiempos en los que se ha multiplicado el peloteo sobre la hierba y en los que el saque-red es cosa de unos pocos exploradores. Allá, más bien lejos, quedaron esos días de los intrépidos: McEnroe, Edberg, Becker, Sampras, Ivanisevic. Incluso Federer. Él, esta vez, apuesta por la receta de la paciencia desde la línea de cal, la misma que empleó el Nadal primigenio para conquistar el verde: nada de aventuras, construir desde la trinchera. Ven aquí, que yo te paso. O no. No termina de estar del todo inspirado el español, cuyo promedio de primeros va decayendo y cuyo juego entra en un proceso recesivo en el segundo set. Break arriba, se traba.

Está costándole, y se anima en reiteradas ocasiones: “¡Vamos!”. “¡Venga!”. “¡Va!”. Le aprieta Struff, un jugador curtido y castigado al que las lesiones le han impedido ganar vuelo; de registro, todo sea dicho, limitado, plano y monocorde pero lo suficientemente peligroso, en cualquier caso, como para evitar caer en cualquier exceso de confianza. Hasta ahora, más derrotas (17) que triunfos (7) para él esta temporada. Pero, aun así, se engancha a la tarde. Araña el segundo parcial, en forma de toque de atención que atiende Alcaraz, al que se le enciende la bombilla y reactivo. Después de haber concedido terreno, lo recupera a base de eficiencia y eso que necesariamente se impone: saque, saque y más saque. Volver a la buena senda. Sí o sí. No hay elección. Solo por ahí se llega a El Dorado.
Decanta el tercer acto con una concesión mínima, tres puntos, y el cuarto transcurre sobre un alambre fino, tenso y potencialmente comprometedor en el que él, buen malabarista, cada vez más cómodo en esos instantes en los que el resto de las mentes se rompen, exhibe toda su autoridad. Alcaraz amurallado. Insalvable hasta hoy. Frente a un Struff amenazante y con ganas de lío, un golpetazo sobre la mesa. En un episodio de escaso color, bien vale echar mano del librillo que permite escapar de situaciones incómodas como esta. De esto, de sortear los cepos y los días más discretos, también van los Grand Slams, al fin y al cabo. Seriedad y más seriedad. Divisa ya los octavos y ahorra artillería, que buena falta le hará de aquí en adelante.
SIERRA, PRIMERA REPESCADA EN OCTAVOS
A. C. | Londres
Brinda este Wimbledon una bonita historia que, en paralelo, perjudica al tenis español. Se llama Solana Sierra y hace unos días estaba preparando el vuelo de vuelta, después de haber caído en la tercera ronda de la fase previa, hasta que recibió el aviso de la organización: una baja le concedía un hueco en el cuadro principal.
Y aquí está ella, la primera repescada que logra progresar hasta los octavos de final en la historia del torneo. Su triunfo, eso sí, apea a la cántabra Cristina Bucsa, inferior tras dos horas de partido: 7-5, 1-6 y 6-1. Demasiado pasiva, la española se despide y la argentina, de 21 años y, provisionalmente, 65ª del mundo, se topará con Laura Siegemund.
La veterana alemana (37) se impuso a la estadounidense Madison Keys, por lo que cae otra cabeza de serie. Sin la octava del mundo, entre las top-10 ya solo resisten Aryna Sabalenka, Mirra Andreeva y Emma Navarro. Muy abierta, esta edición señala ahora a la primera argentina que consigue alcanzar la segunda semana.
Además de Bucsa, el tenis español perdió la baza de Alejandro Davidovich, superado por el estadounidense Taylor Fritz en un duelo de cuatro mangas: 6-4, 6-3, 6-7(5) y 6-1. Las opciones se deducen ahora a Alcaraz, Jaume Munar (14.00, Marin Cilic), Pedro Martínez (14.30, Jannik Sinner) y Jessica Bouzas (12.00, Diyana Yamstremska).