Si bien, el arte ha sido usado históricamente como un medio de denuncia social, hay quienes confunden su propósito y terminan alimentado la violencia estructural que viven múltiples grupos vulnerables. Un lamentable ejemplo de ello es la reciente exposición de la artista argentina Ana Gallardo en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), obra que ha provocado un intenso debate sobre los límites del arte contemporáneo, la ética en la representación de grupos vulnerables y el papel de las instituciones culturales en la defensa de los derechos humanos.
La exposición en cuestión, titulada «Aquí tembló un delirio«, era una retrospectiva de los 20 años de trayectoria artística de Gallardo. Dentro de esta muestra se incluía la obra «Extracto para un fracasado proyecto», que presentó la vida íntima de una de las habitantes de la Casa Xochiquetzal, una casa hogar para mujeres mayores que anteriormente ejercieron el trabajo sexual en condiciones de extrema vulnerabilidad.
Es así como la obra de Gallardo pretendía, según sus declaraciones y la del museo, dar visibilidad a las vidas vulnerables de estas mujeres y abrir un espacio para reflexionar sobre su situación. Sin embargo, fue la crítica de arte, Avelina Lésper quien acusó a la artista de haber cruzado líneas éticas fundamentales al exponer la intimidad de una persona en estado de fragilidad extrema, sin que hubiera un consentimiento claro y, sobre todo, sin una reflexión ética por parte de los curadores y las instituciones implicadas.
Avelina Lésper critica severamente la exposición de Ana Gallardo en el MUAC
Como era de esperarse, distintos grupos de activistas tomaron las instalaciones del MUAC para protestar por esta supuesta exposición de arte, que además de ser inhumana y revictimizante, también continúa perpetuando la violencia ejercida en contra de las trabajadoras sexuales. Por ello, la escritora, historiadora y crítica de arte mexicana Avelina Lésper, calificó la exposición como «un crimen de lesa humanidad», poniendo en evidencia la poca sensibilidad de Ana Gallardo y de la UNAM.
Aunque las redes sociales ya se encontraban criticando fuertemente el enfoque de Ana Gallardo, fue a través de un video subido a su canal de YouTube que Lésper expresó con contundencia su indignación y argumentó que la exposición no solo mostraba insensibilidad hacia las protagonistas de la obra, sino que, al transformarlas en objetos de consumo visual, revictimizaba a mujeres que ya habían sufrido múltiples formas de explotación.
No es suficiente estar en un centro de acogida, después de años de vivir de la prostitución, estar enferma en la miseria más absoluta y esperando la muerte lejos de la calle; el MUAC le permite a Ana Gallardo, artista VIP argentina, que exhiba la intimidad agónica de una prostituta como una pieza de arte contemporáneo, ya saben, que estas personas no tienen una sola noción de dónde detenerse, comenzó Avelina Lésper en su video.
Y es que el argumento de Lésper gira en torno a una cuestión clave que se ha discutido ampliamente en la filosofía del arte contemporáneo: ¿hasta dónde puede llegar el arte en la representación de personas vulnerables? El debate sobre los derechos de las y los sujetos retratados en obras de arte, especialmente cuando pertenecen a grupos vulnerables, ha sido tema de discusión global en las últimas décadas. En este sentido, Lésper lanzó una acusación grave ya que calificó la obra como un “crimen de lesa humanidad” al considerar que invadió la vida de una persona vulnerable sin que esta tuviera capacidad de rechazarlo.
¿Qué significa «crimen de lesa humanidad»?
El término «crimen de lesa humanidad» se refiere a una serie de actos inhumanos que son cometidos de manera sistemática o generalizada contra una población civil, y que constituyen una grave violación de los derechos humanos fundamentales. Estos crímenes están definidos en varios tratados internacionales, entre ellos el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI), que establece las normas para juzgar este tipo de delitos.
Los crímenes de lesa humanidad no se limitan a tiempos de guerra, sino que pueden ocurrir tanto en conflictos armados como en tiempos de paz, siempre que se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil. Los actos considerados crímenes de lesa humanidad incluyen, pero no se limitan a:
- Asesinato.
- Exterminio.
- Esclavitud.
- Deportación o traslado forzoso de población.
- Encarcelación u otra privación grave de la libertad en violación de normas fundamentales del derecho internacional.
- Tortura.
- Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otras formas de violencia sexual de gravedad comparable.
- Persecución de un grupo o colectividad por motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos o de género.
- Desaparición forzada de personas.
- Otros actos inhumanos que causen intencionadamente gran sufrimiento o atentados graves contra la integridad física o la salud mental.
Para que un acto sea considerado un crimen de lesa humanidad, debe formar parte de un ataque sistemático o generalizado dirigido contra una población civil, y no ser un hecho aislado. Además, este tipo de crímenes son imprescriptibles, lo que significa que no caducan con el tiempo y pueden ser perseguidos judicialmente sin importar cuándo ocurrieron.
Es así como Avelina Lésper usó este término para enfatizar la severidad de ciertas acciones que, aunque no encajen estrictamente dentro de la definición legal, se perciben como graves violaciones a los derechos humanos o a la dignidad de las personas. Y es que para Lésper, la exposición de una persona en situación de vulnerabilidad extrema dentro de un contexto museístico, sin un consentimiento claro y en un estado de desamparo, constituye una violación fundamental de la dignidad humana, y cuestionó cómo es posible que una obra de esta naturaleza pasara por varios filtros institucionales, desde el equipo curatorial hasta la dirección del museo, sin que nadie se pronunciara en contra.
La respuesta del MUAC y el retiro de la exposición
Frente a las críticas y la creciente presión pública, el MUAC emitió un comunicado el pasado 17 de octubre en el que anunciaba la retirada permanente de la obra de Ana Gallardo. Así mismo, el museo pidió disculpas a las personas afectadas y expresó su compromiso con la defensa de los derechos humanos; sin embargo, la polémica ya había generado una profunda fractura en el ámbito cultural mexicano y, por extensión, en el debate internacional sobre el papel del arte contemporáneo en la representación de temas sensibles.
El museo defendió en un principio la exposición en términos de libertad de expresión y la apertura al diálogo que siempre ha caracterizado sus propuestas. No obstante, tras las protestas de varias organizaciones de derechos humanos y feministas, además de la respuesta negativa de la propia Casa Xochiquetzal, se vieron obligados a reconocer los errores cometidos en el manejo de la obra.
Fue así como en su comunicado, el MUAC señaló que la exposición había sido planeada con una intención de visibilizar las historias de mujeres en situaciones de vulnerabilidad, pero que entendía la reacción del público y lamentaba no haber considerado adecuadamente las implicaciones éticas.
Por su parte, Casa Xochiquetzal, una de las entidades más afectadas por la exposición, también se pronunció a través de redes sociales, agradeciendo el apoyo de las personas que manifestaron su indignación y presionaron para que el museo retirara la obra. “Esta obra no solo nos invisibiliza, sino que nos vuelve a exponer ante el juicio de una sociedad que no comprende nuestras vivencias”, indicaron en una publicación.
La controversia en torno a la obra de Gallardo invita a una reflexión más amplia sobre cómo el arte contemporáneo puede y debe representar a los grupos vulnerables. ¿Es el arte una herramienta para darles voz, o corre el riesgo de convertirse en una forma más de explotación simbólica? La respuesta a esta pregunta no es simple, y seguramente seguirá siendo motivo de debate en los años por venir.
En última instancia, este caso pone de relieve la importancia de un diálogo más profundo entre artistas, curadores y el público sobre los límites éticos del arte contemporáneo y cómo este puede contribuir de manera constructiva a las discusiones sobre derechos humanos y justicia social en un mundo cada vez más desigual.
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