miércoles, octubre 15, 2025

Del bañador de Fraga al fútbol de Cruyff y de ahí al futuro: la segunda vida de la casa Meyba | EL PAÍS Semanal

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Para saber qué conexión existe entre Manuel Fraga, ministro franquista y aun así padre de la Constitución, y Pete Doherty, estrella del rock y ex de Kate Moss, o qué vínculo hay entre el desastre nuclear en Palomares y el Abbey Road de los Beatles, y qué une también a Nadiuska, Maradona, un cómic belga y los clubes de música electrónica de Ibiza, el lector puede hacer un pequeño sacrificio: ir a la piscina municipal más cercana, planchar la toalla en el césped y entregarse, además de a la lectura de este texto, al escrutinio de los bañistas.

Esto último hicieron, a principios de los cuarenta, dos amigos: Josep Mestre y Joaquim Ballbé. Cuenta la leyenda que fueron a darse un chapuzón en una piscina de Terrassa y allí se alarmaron: esos bañadores de posguerra les parecían una aberración, así que decidieron diseñar y vender los suyos. Años después, mucha gente se refería a todos los trajes de baño con el nombre de la marca. ¿Y cuál era? El acrónimo de los apellidos de los fundadores: Meyba.

Meyba es hoy la palabra mágica que rebobina el tiempo, el Rosebud de muchos nacidos entre el tardofranquismo y la Transición. A unos les recuerda a la playa y a otros al fútbol profesional de los ochenta, cuando algunas camisetas no tenían publicidad y algunos jugadores no tenían pelo (pero sí bigote).

“Goza de un valor cultural que va más allá del producto. Sus fundadores usaron el ingenio para calar en la sociedad. Ahora tenemos que estar a la altura”, dice Mauro León (Barcelona, 39 años), director en España de una marca que vive una segunda vida. Como si fuera la reencarnación del lama tibetano Yeshe, Meyba marcó su destino en la primera infancia. Su padre trabajaba en la Banca Mas Sardá y tenía como clientes a Mestre y Ballbé: “Siempre nos decía que trataba con los de las camisetas del Barça”. León, que crecía en la casa familiar de Fontpineda, era un crío rubito y con buen pie, así que la primera Meyba azulgrana llegó con el dorsal cuatro. Era el de Koeman, que marcaría el gol más importante de la historia del club.

Pero para entender la responsabilidad que ahora siente al timón de Meyba, es necesario volver a los inicios. Sus bañadores triunfaron en los clubes de natación de la Barceloneta, pero se expandieron gracias a las intuiciones (uno era modista, pero el otro publicista) de sus dueños: anuncios en los que una cavernícola arrastraba hacia la cueva a un bañista o en los que Nadiuska, diosa del destape, soltaba: “No hay nada más imperfecto que un hombre en calzoncillos, pero en traje de baño es el más bello de los animales”.

El régimen no penalizó esta promesa de sexo envuelta en el celofán de humor. De hecho, Meyba tiene su primer gran cameo histórico el 7 de marzo de 1966. Estamos ante el equivalente nacionalcatólico de Ursula Andress en Dr. No, la película de James Bond. Un prócer franquista emerge de las aguas de una playa almeriense en Palomares. Según las crónicas del momento, “un ligero oleaje de poniente y un día de espléndido sol hicieron más agradable” el baño de Manuel Fraga, que vestía un enorme bañador Meyba. Pretendía mandar un mensaje de calma, tres meses después de que cuatro bombas nucleares cayeran en la zona. “También quería parecer un hombre campechano”, reflexiona Julián Casanova, historiador indispensable para entender esos años. Los biquinis llegaban a las costas (y a los cines) de España. “Pero incluso en El verdugo (1964), de Berlanga, tras la ejecución a garrote vil, aparecen en la última escena unas rubias bailando el twist en un yate. Es una tensión entre la tradición y la modernidad que permeó en los últimos 15 años de la dictadura, entre una España miserable y primitiva, todavía de hambruna y pobreza, que desaparece, aunque no del todo; y otra moderna, que nace, aunque no puede dominar todavía y matar a la vieja. El Meyba formaba parte de la segunda”, dice.

Si Fraga fue la Afrodita franquista en Meyba, la firma triunfó en el fútbol durante la Transición. Lo cambió todo: el algodón perdería su hegemonía por el resplandor futurista de la licra. “Antes se vendían en mercerías y el escudo lo bordaba la madre, pero las Meyba fueron las primeras camisetas oficiales de los niños. Y escribió Javier Marías que el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”, comenta Albert Valor, coleccionista con medio millar de camisetas, 100 del Barça.

En el verano de 1981, la federación española autorizó a los clubes a llevar el logotipo de su proveedor deportivo. Tras algunas discusiones con los jugadores, la Meyba brilló con las cenefas en las mangas y la M ondulada en el pecho. La vistió Maradona, que llegó a vivir (y a beber) en una casa de Ballbé. La llevaron, también, muchos otros equipos: Atlético de Madrid, Osasuna, Espanyol, Betis, Cádiz, Racing de Santander, Rayo, Oviedo o Valladolid. Un reinado en ese fútbol ochentero, cuando doble pivote remitía al lenguaje de una ferretería, y falso nueve, a un vecino hipócrita. De hecho, el logo de Meyba se vio hasta en los tebeos. Quien esto escribe quizá sea novelista porque su primer ídolo culer no fue un futbolista real, sino un personaje de ficción: Eric Castel, protagonista de un cómic belga, goleaba con la M en el pecho.

El brillo sintético de la camiseta deslumbra en el Barça entrenado por Johan Cruyff. El dream team dominaba el juego justo antes de los Juegos Olímpicos, cuando la ciudad vivía, con fe acrítica, una borrachera de modernidad. En el minuto 111 de la final, el 20 de mayo de 1992, el actual director de Meyba, con seis años y con la camiseta del 4, celebra el gol de Koeman que le da al club su primera Copa de Europa. Pero las grandes curdas colectivas (y la del 92 fue olímpica) dejan resaca: los bares de la ciudad se vacían y Meyba pierde la licencia del Barça en favor de la firma italiana Kappa.

“La empresa sufre, hasta que en 1997 se disuelve. Luego hay algunos intentos, pero en 2013 la compra Premium Inc, cuyo propietario es un gran amigo de Cruyff”, cuenta León. “Con la muerte de Johan, años después, quieren reflotarla. Ahí empieza la segunda época”.

Tras algunas interrupciones por la covid, los holandeses se alían con Donkey, una empresa inglesa que ostenta los derechos de explotación. Y se apoyan en unos distribuidores, Reguant y Miret, que traman en 2023 el regreso al fútbol catalán vistiendo a uno de sus clubes históricos: la Unió Esportiva Sant Andreu. Meses después, León asume la dirección en España.

Con unos 10 años, León casi había jugado en una peña del Barça, pero la pereza frustró su carrera como futbolista. Estudió ADE y entró en Nike en su último curso. Allí vivió la época gloriosa de Messi: hasta los 34 años, gestionó, entre otras cosas, las camisetas de las celebraciones y participó en campañas con Neymar.

Tras la pandemia, salió de Nike y creó una agencia de marketing deportivo. Un día, el director comercial del Athletic de Bilbao le dio el chivatazo: Meyba había llamado a la puerta de los leones. León, quizá recordando su camiseta de Koeman, se ofreció a la empresa. Y ahí sigue.

Cuenta esto en los aledaños del Narcís Sala, el campo del Sant Andreu. El portavoz del equipo, Gerard Álvarez, explica la unión con una marca cercana: “Somos un club antifascista y en contra de muchas cosas del fútbol moderno: tu camiseta no puede costar 150 euros”.

Esta alianza llegó en un momento dulce del fútbol de barrio en general y del Sant Andreu en particular: estrenaron su Meyba recién ascendidos a Segunda RFEF. El campo se llena y la Rambla de Fabra i Puig se tiñe de los colores quadribarrats. “Hay que coger esta ola, porque además hay una fiebre de las camisetas futboleras retro, de ahí las reediciones de prendas clásicas”, dice León. También se han encargado de la del CE Júpiter, el club del barcelonés barrio del Clot, en cuyo cuello se lee “Honor. País. Classe Obrera”. “Es perfecto ese regreso a los orígenes. Las Meyba, en las familias culers, no se compran ni se venden: se heredan. Es un sentimiento de pertenencia muy fuerte”, cuenta Carles Mir, autor de libros como Colors blau grana.

Pero la marca ahora vuelve a vender. Y si aún no puede pagar lo que piden los grandes clubes, se abre paso con la cultura. León muestra en el móvil un vídeo de Pete Doherty saltando a un césped inglés con un sombrero de ala ancha y una camiseta Meyba. La firma viste al Margate, club de séptima división apadrinado por su banda The Libertines. Además, tiene un acuerdo con The Beatles, con colecciones basadas en sus discos. “No nos asociamos con cualquiera: queremos contar historias. Por ejemplo, vestiremos a un equipo de Ibiza para explorar la importancia musical de la isla”, dice León.

Todo tiene que encajar en esta marca. La salvó un amigo de Cruyff, el entrenador del mejor Barça Meyba, ese genio flaco del que Manuel Vázquez Montalbán, cuando llegó como jugador en 1973, escribió: “Un talento con la aparente fragilidad de un exbatería de los Beatles y la astucia de un agente de cambio y Bolsa”. Y ahora la gestiona el hijo de un banquero que llevaba la cuenta de la empresa, el niño que, enfundado en la Meyba de Koeman, soñaba con el brillo de esa camiseta.



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