El primer fósil de dinosaurio fue hallado en Inglaterra en el año 1676 aunque entonces se pensó que pertenecía a un gigante humano. Hubo que esperar a 1824, para que William Buckland relacionara el hallazgo con un Megalosaurus, un depredador de unos nueve metros de largo y una tonelada de peso que vivió en lo que ahora es Europa hace 169 millones de años.
Aparentemente, nada prueba que los dinosaurios y el ser humano pudieran convivir juntos, aunque una pintura de 1562 que se exhibe en el Kunsthistorisches Museum de Viena (Austria) hace que muchos lo cuestionen.
Nos referimos a una obra maestra del Renacimiento flamenco de Pieter Bruegel el Viejo titulada «El suicidio de Saúl». En ella se advierte la presencia de tres sugestivas criaturas parecidas a dinosaurios.
¿Fue Pieter Bruegel testigo ocular de que todavía había dinosaurios en este planeta? Si no es así, ¿cómo pudo imaginar animales que aún no habían sido descubiertos ni catalogados?
La obra de Bruegel mide 34 x 55 cm. y representa el momento en que Saúl, el primer rey de Israel, se quita la vida después de ser derrotado en la batalla contra los filisteos.
El cuerpo de Saúl yace en el suelo, rodeado de su armadura y armas, pero en el paisaje oscuro y sombrío que se adivina detrás de él, vemos a las huestes cruzando el río. En la orilla se advierte la presencia de tres animales que evocan a diplodocus, un saurio del periodo Jurásico que vivió en Norteamérica hace 145 millones de años.
El Diplodocus está entre los dinosaurios que se identifican más fácilmente, con su largo cuello su larga cola y robustas patas.
Como en el cuadro no se advierte la larga cola que tuvieron los dinosaurios, los especialistas atribuyen los animales representados por Bruegel a simples camellos que, posiblemente, tampoco vio jamás y por eso les dibuja el cuello tan largo.
Con todo, no es la única “evidencia” presentada de una paleofauna que pudo haber sobrevivido a la extinción hace 65 millones de años.
En el Monumento Nacional Natural Bridges de Utah, de los Estados Unidos hay un petroglifo que muestra un Apatosaurus, otro saurópodo de la familia de los diplodocus. Concretamente en un abrigo rocoso conocido como Puente Kachina.
A pesar de las llamativas apariencias, los paleontólogos Phil Senter y Sally Cole concluyeron en el Smithsonian magazine que era una simple pareidolia, es decir, un patrón significativo que en realidad no existe, como cuando nuestra imaginación dibuja objetos o animales en las nubes.
«Los petroglifos del Puente Kachina no fueron engaños ni fraudes» -escriben. «Fueron tallados por personas que alguna vez vivieron en la región, pero no hay indicios de que ninguno de ellos represente animales, vivos o extintos.»
Llegan a esta conclusión para evitar los argumentos de grupos creacionistas que utilizan estas «evidencias» para demostrar que el mundo fue creado por Dios hace no más de seis mil años, en base a personajes bíblicos mencionados en el Génesis y otras partes de la Biblia.
Otra imagen poco conocida es la que obtuvo el director de Año Cero, Lorenzo Fernández Bueno en la frontera entre Perú y Ecuador.
En un punto muy agreste del cerro Yamón, en la región de Utcubamba, los habitantes de las comunidades de la región habían testimoniado la existencia de unas pinturas rupestres ocultas por la vegetación, en los picos sagrados donde desde épocas inmemoriales se iniciaban los chamanes. Allí encontró unas pinturas rupestres que mostraban unas escenas de caza a un aparente dinosaurio.
Para el arqueólogo Ulises Gamonal que les acompañó en la expediciónse trataría de una paleollama aunque eso no explica su largo cuello, ni su larga cola, elementos morfológicos que nunca han tenido las estos mamífero artiodáctilo de la familia Camelidae y sí los grandes saurópodos que reinaron sobre la Tierra hace 65 millones de años. Debemos preguntarnos, pues, ¿caminó el ser humano junto a los dinosaurios?