«Siempre mi trabajo ha sido muy personal y esta exposición definitivamente no es la excepción. Yo creo que todos tenemos ciclos que se van cumpliendo y si uno está abierto a seguir aprendiendo, pues a veces la vida te mete un poco el pie para seguir creciendo y seguir aprendiendo», dice Jorge Tellaeche (Ciudad de México, 1982).
El artista plástico y muralista pasó el último lustro metido en múltiples proyectos que le alejaron de los espacios de exhibición, ahora regresa con «Goodbye Friend», individual que se presenta en Maison Celeste (Yucatán 96, col. Roma), donde reflexiona sobre el proceso que todos experimentan para dejar atrás el miedo e iniciar una transformación individual.
Se trata de 25 lienzos en diferentes formatos y un mural creado exprofeso para el sitio. Caracterizado por el uso de los colores intensos y un universo visual entre geométrico y futurista, en las obras Tellaeche una serpiente representa el miedo y como si de un tratamiento narrativo se tratará, va extendiéndose a toda la obra.
«El miedo se va metiendo un poco entre nuestra familia, entre nuestros amigos, entre nuestra vida y poco a poco se va alborotando, va tomando más espacio y nos va consumiendo un poco».
«Aprendí que en lugar de pelear con el miedo es separarte de él»
Tomar la paleta y enfrentarse con el cuadro en blanco ha resultado en una especie de entendimiento sobre lo adverso: «Aprendí que en lugar de pelear con el miedo o vencer el miedo, de lo que se trata es más bien de separarte de él, de soltar el miedo, y ahí surge otro personaje en mis cuadros, que son estos niños cohete que uno toma como spaceship o tu transporte y se lanza a crear una nueva vida, un nuevo universo con todas las nuevas cosas que aprendiste y evolucionas».
Tellaeche paso su juventud en San Diego, California, de ahí, dice, absorbió de alguna forma la paleta colorida que hoy inunda sus cuadros (utiliza acrílico), así como el sentido cinematográfico que contienen. Pero existe otro elemento más: sus raíces. «Visualmente mi trabajo en los últimos 5 o 6 años más o menos ha estado muy inspirado en el universo prehispánico robótico, retrofuturista, con estas máscaras o esculturas prehispánicas que se ven, pero llevadas a la tecnología y a los robots como de los años 50, es algo muy melancólico. A través de ese universo visual puedo hablar de muchísimos temas diferentes, no tengo que quedarme nada más con un tema».
Este universo visual, agrega, surgió a partir de un viaje al Museo Nacional de Antropología: «Ahí me identifiqué mucho con el sentido de humor en mi trabajo y las piezas que estaba viendo.
Entonces agarré esos elementos como un aliado, no necesariamente los agarré con la necesidad o el propósito de replicar piezas o escenarios prehispánicos sino con el objetivo de utilizar esa línea visual y poderla evolucionar a un mundo contemporáneo y fusionarlo con este mundo más robótico, futurista. La idea es que lo prehispánico nos obliga a ver hacia atrás, entender de dónde venimos y que estamos conectados a una experiencia ancestral». Por el contrario, afirma, «el futurismo nos lleva a algo incierto, nos lleva a algo que no podemos necesariamente controlar, pero que sí podemos aportar en el presente. Entonces, mi trabajo tiene que ver con que nos permite ver hacia atrás y hacia adelante y situarnos en donde estamos nosotros, en esa línea de tiempo, y eso nos permite emocionarnos o responsabilizarnos, o tener un proyecto de vida o algo así, pero también entender que sí somos importantes en nuestra propia vida».
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