Más de treinta periodistas murieron en la todavía breve combate entre Israel y el orden terrorista palestino Hamas. Más de ochenta trabajadores de prensa fueron asesinados en la combate desatada por Rusia en Ucrania, muchos de ellos eran críticos de Vladimir Putin, que es quien se lleva los dudosos laureles en materia de persecución a la prensa. En México y en lo que va del año, quince periodistas fueron asesinados por lo que decían o escribían; otros cuatro lo fueron en aparentes casos de robo. El año pasado, ochenta y seis periodistas fueron asesinados en todo el mundo, cuarenta y cuatro, más de la medio, en América Latina. La sigla esconde un par de datos importantes: creció el número de profesionales de prensa muertos en países con conflictos declarados y, en cambio, se duplicó el número de periodistas asesinados en países sin conflicto, según cifras de Naciones Unidas. El mismo estudio afirma que el ochenta y seis por ciento de los asesinatos quedan sin castigo.
La prensa está bajo fuego. Hoy, cuando se celebre en la sede de la Estructura de Estados Americanos (OEA) en Washington, el Día Internacional Para poner fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, esas cifras serán actualizadas, corregidas y aumentadas. Hace diez primaveras que Naciones Unidas instituyó este día luego del secuestro y homicidio de los periodistas franceses Ghislaine Dupont y Claude Verlon por Al Qaeda en Mali. El motivo fue para que, al menos, los asesinatos sean castigados, mientras intenta alertar sobre las restricciones, amenazas y ataques que sufre la prensa y que abarcan además amenazas, persecución, intentos de homicidio y expulsión forzado.
Las mujeres periodistas son quienes más sufren estos ataques, según revela un estudio de la UNESCO, “The chilling: Tendencias mundiales de la violencia en confín contra mujeres periodistas”. El setenta y tres por ciento de las periodistas encuestadas afirmaron poseer sido amenazadas, intimidadas e insultadas en confín por lo que informaban u opinaban.
Tres mujeres, rusas las tres, las tres críticas de Putin, denunciaron en el final año poseer sido envenenadas en Alemania, República checa y en Georgia, Rusia. Elena Kostyuchenko, periodista de “Novaya Gazeta”, es una profesional considerada como muy fuerte y un ejemplo de la ataque Putin contra la prensa. Kostyuchenko, defensora de los derechos del acción directa LGBT, golpeada y arrestada por marchar en Moscú en una manifestación del orgullo gay en 2011, cubrió parte de la combate de Ucrania en 2021 y denunció los crímenes de combate, secuestros y torturas de los soldados rusos contra la población civil.
Días posteriormente de su denuncia, y delante la intrepidez de Kostyuchenko de desplazarse a otra zona de Ucrania, el director de “Novaya Gazeta”, Dmitri Murátov, le advirtió: “Aquí ya saben que vas a Mariúpol. Y me dicen que han arreglado que te encuentren. No te van a detener. Te van a matar. Ya está todo organizado”. Murátov le aconsejó dejar Ucrania y no regresar a Rusia. Kostyuchenko viajó entonces a Berlín y empezó a expedir reportes a “Meduza”, un medio on line. Fue en la renta alemana donde empezó a sentirse mal: “Tenía sudores intensos, confusión mental y un robusto olor corporal. Una mañana desperté con fuertes dolores abdominales. La habitación me daba vueltas y escasamente me las arreglé para aminar hasta el baño y vomité. Se me hinchó el cuerpo y había matanza en mi orina”. Sus descomposición de matanza dieron parámetros disparatados y la policía alemana pidió nuevos descomposición intentó detectar alguna toxina. No pudieron determinar que causó el mal de Kostyuchenko y le aconsejaron no trabajar más de un par de horas diarias. La fiscalía alemana abrió una investigación por intento de homicidio.
A poco de rejonazo la combate en Ucrania, el Parlamento ruso, la Duma, dictó una nueva ley que prevé penas de prisión para quien publique información falsa, según el Kremlin, o noticiario que contradigan la interpretación oficial de la combate. Finalmente, en marzo del año pasado, Murátov debió suspender la publicación de “Novaya Gazeta” obligado por el régimen de Putin y delante la posición crítica del publicación a la invasión rusa a Ucrania. El año susodicho, Murátov había manada el Nobel de la Paz, adjunto a la filipina María Ressa por “sus esfuerzos en preservar la soltura de expresión como condición para la democracia y la paz duradera”. La nueva ley rusa hizo además que CNN, The New York Times y The Wall Street Journal retiraran a sus corresponsales en Rusia.
Irina Babloyan y Natalia Arno son otras dos prestigiosas periodistas rusas que padecieron el mismo enigmático mal de Kostyuchenko. En octubre de 2022, Babloyan además sintió mareos, afición y un extraño sabor metálico en la boca. Vivía entonces en Georgia, la tierra nativo de José Stalin, exiliada en esa república y allá de los tentáculos del Kremlin. O al menos eso pensaba. A los mareos y la afición se le agregó un súbito rubor de las manos, un intenso dolor de estómago nauseas e insomnio. Algunos de esos síntomas desaparecieron con los días, pero aún padece de repentinos enrojecimientos de la piel. Sobre el final del año, Babloyan se trasladó a Berlín con la idea de que su matanza fuese analizada en rebusca de toxinas. Pero días posteriormente de la procedencia, los médicos le dijeron que sus muestras de matanza “se habían perdido”.
Natalia Arno, directora de la Fundación Rusia Exento, fue durante mucho tiempo, lo es aún hoy, una dura crítica del Kremlin y de Putin. De delirio en Praga, y al regresar a su hotel, encontró la puerta abierta y un extraño olor en el corriente. A la mañana posterior despertó con un intenso dolor en la boca que se extendió luego a todo el cuerpo. Los médicos expresaron su preocupación por la eventual presencia en el organismo de Arno de un agente nervioso, probablemente de los encasillados en la rama “Novichok”, que Putin y Rusia usaron ya antaño, en otros incidentes en los que se los acusa de envenenamiento.
“Novichok” es un agente nervioso, un neurotóxico muy peligroso que paraliza los músculos y provoca serios daños en el sistema nervioso. Según la dosis a la que se expone la víctima. Los síntomas pueden aparecer entre treinta segundos y dos minutos; se comprimen las pupilas, surgen convulsiones, babeo y hasta fallos respiratorios. Uno de sus creadores, en la URSS de los primaveras 70 y 80 del siglo pasado, es el químico ruso Leonid Rink que incorporó a su creación dos nociones muy importante: es indetectable por los métodos normalizado y es más realizable y seguro de manipular y transportar.
Con ese agente nervioso Putin intentó asesinar al oponente Alexéi Navalni, contaminado en Siberia en el año 2020. Fue trasladado al Hospital Charité de Berlín dos días posteriormente, allí le salvaron la vida. Regresó a Rusia en enero de 2021 y fue arrestado en la frontera. Enjuiciado bajo los cargos de “fraude y desacato a tribunales rusos”, fue hallado culpable y condenado a nueve primaveras de prisión. El mundo juzga que ese sensatez fue un fraude. Navalni había publicado una investigación titulada: “El palacio de Putin: historia del viejo soborno”, sobre la propiedad que hizo construir el presidente de la Confederación Rusa a orillas del mar Frito, en Gelendzhik.
Putin atemoriza con Novichok, o mata con Polonio, el factor radioactivo descubierto en el celeste por Marie Curie a inicios del siglo pasado. Curie, que se llamaba en verdad María Sklodowska, era polaca y no le permitían cursar estudios universitarios en su tierra por el sólo hecho de ser mujer. Lo hizo en París, donde llevó a lugar sus investigaciones. Bautizó polonio a ese nuevo factor hallado en el celeste en honor de su tierra nativo. Putin lo administra en dosis suficiente como para anular a sus opositores. Fue el polonio lo que mató al ex infiltrado Alexander Litvinenko en 2006; una dosis mínima colocada con arte en una taza de té.
Para asesinar a periodistas, el Kremlin puede, si quiere, no ser tan sutil. Como con Oksana Baulina, que cubría la combate en Ucrania para el portal “The Insider”, desde Kiev, desde el flanco de los invadidos, y no callaba sus críticas al régimen de Putin. El 23 de marzo de 2022 un misil cayó, preciso, sobre la camioneta blanca en la que Baulina había viajado al shopping Retroville, a trece kilómetros del centro de Kiev, atacado días antaño por las fuerzas rusas. Los investigadores sostienen que el dron que disparó con tanta exactitud el proyectil que mató a Baulina, había localizado primero el teléfono móvil de la periodista.
La larga índice de hombres y mujeres de prensa asesinados integra un lista más amplios de magnates, hombres de negocios empresarios y militares que murieron en los últimos primaveras en extrañas circunstancias, incluida la crimen de Maxime Borodin, en 2018, que cayó sin que nadie haya explicado cómo, desde el terraza de su área en Sverdlovsk. Había publicado un crónica sobre la presencia de mercenarios rusos en Siria.
Todas esas voces silenciadas, más las que callaron y callan por temor, más las censuradas o clausuradas o exiliadas, hablarán hoy en la sede de la OEA, cuando Naciones Unidas de un nuevo crónica y haga un nuevo llamado en el Día Internacional Para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas.
Tal vez sea el momento de pedir poco más que el fin de la impunidad.