Había nervios en el ambiente, unas horas antes del estreno. El céntrico teatro Malibran se encuentra situado en una pequeña plaza del centro de Venecia. Los turistas pasean, como un rebaño manso, a tan solo dos calles de distancia, con sus helados en un mano y el móvil con el Google Maps en la otra. Marcos Morau (Ontinyent, 43 años), director de la compañía de danza La Veronal, una de las formaciones españolas de mayor proyección internacional, confesaba su inquietud, la misma mañana del estreno, en la puerta de atrás del teatro. La entrada de artistas da a un coqueto canal donde, mientras el creador atendía a la televisión catalana, las góndolas no dejaban de pasar. Venecia es una ciudad de cuento, incluso en el primer día de agosto. “Confío en que esta noche bajarán los ángeles”, dice Morau con una sonrisa. Y los ángeles bajaron: el espectáculo gustó y el público aplaudió con ganas.
El espectáculo se titula La mort i la primavera, tuvo su estreno mundial este fin de semana en la Bienal de Venecia de Danza y en septiembre inaugurará la temporada del Teatre Nacional de Catalunya. Se inspira en una de las novelas más oscuras y crípticas de Mercè Rodoreda, la escritora catalana más importante del siglo XX. De hecho, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) le dedicará una exposición el próximo mes de diciembre. Obra inacabada que se publicó una vez la autora ya había muerto, La mort i la primavera está ambientada en un pueblo sin nombre durante una época indeterminada. El deseo, la muerte y el régimen de terror en el que viven sus habitantes se leen, inevitablemente, en clave ibérica: todos es guerra, exilio y represión. En Cataluña ha quedado la imagen popular de Rodoreda en su última etapa, una abuela afable de melena blanca escribiendo sobre flores y cuidando su jardín, pero La mort i la primavera es una obra oscurísima, cruel, despiadada. El montaje de La Veronal es tenebroso como una pintura negra de Goya y solemne como una misa de réquiem.
“Yo soy artista, no periodista”, afirmaba Morau en la conversación con el público que tuvo lugar justo después del estreno. Que nadie se espere, por lo tanto, una adaptación fiel a la novela: “No me interesa explicar o describir el libro, lo que quiero es hacer una obra personal inspirándome en el mundo de Rodoreda”. El tópico define la primavera como una explosión de color y de vida, pero también es la condena inevitable que resucita, año tras año, y a la cual la humanidad no le importa en absoluto. Las flores vuelven a brotar, independientemente de si los humanos continúen en este mundo. La depresión clínica es la mayor prueba de la extrema crueldad de la primavera. Morau cita a T. S. Eliot o a Francis Bacon, dos de sus artistas de referencia, y ha creado un espectáculo que es casi un concierto. Aquí tiene muchísimo peso la música original, compuesta e interpretada en directo por la cantante Maria Arnal, que el público italiano descubrió y aplaudió, y que seguramente enamorará allí por donde pase la gira internacional del espectáculo.

También hay que destacar el gran trabajo de sonido de Uriel Ireland: las músicas y las voces se suceden sin cesar, a veces las unas sobre las otras, y los ladridos de perro y las campanas aportan la atmósfera que el público italiano reconoció perfectamente. Todos somos hermanos, todos somos del sur. El canto coral, la jota y la sardana (minimalista y deconstruida) conviven con la electrónica más ruidosa. Los micrófonos de cable rojo captan el aliento (y el alma) de todos los que se encuentran en escena.
En la puesta en escena de La mort i la primavera, la música, el sonido y la luz lo son casi todo: el espacio diseñado por Max Glaenzel está muy desnudo, y los pocos elementos que alberga tienen un gran simbolismo: un órgano de iglesia, unas poleas, un contenedor, una camioneta roja. El vestuario de Silvia Delagneau continua en la línea del negro, marca de la casa, en uno de los espectáculos más monocolores que ha firmado Morau: los destellos de rojo son el único toque de color entre el blanco y el negro predominantes, con un final explosivo que no revelaremos. Las faldas también bailan, y de qué manera. Bernat Jansà, otro habitual de la troupe de Morau, firma una iluminación casi expresionista. La luz estroboscópica consigue que Maria Arnal parezca levitar, y los destellos en rojo son pura sangre, hemorragias efímeras que aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Jansà e Ireland comentaban el nivel de exigencia de Marcos Morau, conocido por estar creando sus espectáculos hasta el último momento, incluso unos minutos antes que se levante el telón.
Uriel Ireland trabaja desde hace años con la compañía El Conde de Torrefiel (Ontinyent, centro del universo), y aun estando acostumbrado a un nivel de gran exigencia confiesa que nunca había visto la capacidad de trabajo de Morau. Aquí se halla el secreto del éxito de La Veronal: el creador valenciano se sabe rodear de un equipo de altísimo nivel, que hace realidad sus sueños artísticos y que se convierten casi en cocreadores de sus obras de arte totales.
Y todavía no hemos hablado de los bailarines. Porque, aunque Morau construye mundos a los que la etiqueta “danza” les queda un poco pequeña, estamos hablando de la Bienal de Danza, que invitó a este periódico al estreno de La mort i la primavera. Ocho bailarines excelentes convierten las visiones de Morau en movimiento, donde destacan Lorena Nogal, que incluso protagoniza una breve escena con texto (sin efectos especiales, aunque parezca mentira), y Shay Partush, intérprete muy expresivo que también firma la asistencia de coreografía. Cuesta un poco entender los textos de las canciones de Arnal, que reposan sobre una reverberación casi mística: en Venecia el espectáculo contó con sobretítulos y también los tendrá en Barcelona. Cabe destacar que La mort i la primavera es un espectáculo en catalán, y que tanto el título como el texto siempre lo serán, allí donde se represente.
Resulta sobrecogedor el monólogo que declama la bailarina Marina Rodríguez, a gritos y con un acento valenciano precioso, que pone los pelos de punta en más de un momento: “Voldreu morir i no podreu!” (¡Querréis morir y no podréis!). La voz de Mercè Rodoreda también aparece en el espectáculo, y lo que sucede con la cinta del magnetófono demuestra que las intenciones de Morau son muy claras. “Kill your idols”, dicen algunos. A veces, el mayor homenaje es matar al padre. En este caso, Marcos Morau ha matado a la madre de la literatura catalana para convertirla en un clásico universal.