El sorprendente anuncio de la actuación de la cantante colombiana Karol G en el insólito concierto celebrado esta noche del sábado en la plaza de San Pedro del Vaticano daba para muchas imaginaciones: tratándose de una estrella del pop urbano y del reguetón de letras explícitas, y estética de bomba sexual, ya se la veía estallar en medio de la columnata de Bernini y hacerla tambalear con dos meneos de caderas. Bastaba, sin ir más lejos, que repitiera su última actuación del 5 de septiembre en São Paulo, en el intermedio de un partido de fútbol americano. Pero no, no se perrea en el Vaticano, ya ella lo sabía, y aun así triunfó de todos modos en una versión de gala para todos los públicos, apropiada para la ocasión.
Nada menos que el primer concierto de la historia en la plaza de San Pedro, un festival llamado Grace for the World (Gracia para el mundo), que pretende lanzar un mensaje de paz y fraternidad. Era gratis y se notaba, una muchedumbre de decenas de miles de personas ha llenado por completo la plaza y la Via della Concilizacione: Pharrell Williams, uno de los maestros de ceremonias, llegó a decir que había 300.000 personas, más que en muchas canonizaciones. El papa León XIV no estaba, se ausentó del evento.

La artista colombiana ha sido la más aplaudida, con diferencia, cuando la anunciaron al inicio de la noche y se veía que buena parte de la multitud, y la que tenía más ganas de marcha, estaba allí por ella. Por eso a sus seguidores les supieron a poco los cinco minutos que estuvo en el escenario para cantar Mientras me curo el cora, de su penúltimo álbum, de 2023, de ritmo suavecito y con el tono de góspel continuo y espiritualidad difusa que dominó toda la velada. “¡Ay, no me digas que se acabó!”, se quejaban en un grupo de turistas mexicanas. No esperaban una apoteosis de perreo (”Nooo, ella es muy religiosa, muy dulce, tiene una fundación que ayuda a la gente”), pero sí algo más animado.
Le acompañó un coro de 250 voces que se balanceaba inocentemente, y eso es a lo más que se llegó de movimiento corporal. Por mucho alto voltaje que tenga una “bichota“, como se hace llamar la artista colombiana, no hay quien resista el bajón de tensión que supone el poderoso doble filtro de dress code y decoro que supone el Vaticano combinado con Disney, que retransmitía en directo el evento, junto a otras cadenas. Salía todo limpito de impurezas, como agua bendita destilada para el mainstream. Y milagro: al menos por una noche, como en un cuento para niños, Karol G se transformaba en una especie de nueva e inocua Gloria Stefan. Para alegría de sus fans, volvió a aparecer una hora después, en un dúo con Andrea Bocelli, cantando Vivo por ella, una colaboración que apareció en un disco del tenor italiano el año pasado. Pero, de nuevo, una cosa muy para familias. No era con Bad Bunny, era con Andrea Bocelli.

La muchedumbre era indefinible y variada, en un ambiente festivo de miles de romanos, mezclados con turistas y fans. No suele haber muchos conciertos de grandes estrellas en la capital italiana, y la ciudad se volcó. El inusitado lugar del recital y el ecléctico cartel, de Andrea Bocelli, Il Volo y John Legend a BamBam, ídolo del k-pop tailandés, o el dúo de rap neoyorquino Clipse, dio lugar a una rarísima mezcla de espectadores. Pero eso es lo que se buscaba, la fraternidad entre gente distinta. Se mezclaban boy scouts y pandillas de chavales malotes con crucifijos, que parecían haberse extraviado camino de una discoteca. Frailes con sandalias, monjas modernas, excursiones escolares con curas bien afeitados con grupos de fans latinos, y chicas con tops de escándalo, a quienes no dejarían entrar en la propia basílica de San Pedro, ni en muchas iglesias de Roma, donde deben cubrirse los hombros.
Sí que ha habido cierto revuelo previo en los círculos más ultraconservadores católicos, aunque ha tenido poco eco. En Change.org se había lanzado una recogida de firmas contra la actuación de Karol G, que al empezar el concierto tenía más de 14.200 firmas, con este texto: “Su mensaje artístico —con referencias explícitas a la sexualidad, el consumo de sustancias y una estética que promueve una visión secular del empoderamiento femenino y promueve en su fundación el uso de anticonceptivos en adolescentes— contradice los principios de pureza, respeto y espiritualidad de nuestra moral cristiana que intentamos inculcar en las nuevas generaciones”.
También había otra recogida de firmas de Citizen Go, organización ultracatólica surgida de Hazte Oír, que llevaba 4.000 y advertía: “El Vaticano no es escenario para canciones de vulgaridad y promiscuidad. Karol G no representa a los jóvenes ni a las familias católicas. ¡Lo sagrado se respeta!”. Pero a la vista de como fue la actuación probablemente se quedaran bastante más tranquilos. La noche ha sido otro de los experimentos e incursiones de la Iglesia católica entre los jóvenes, como los congresos de influencers y los festivales de grupos de rock católico. Ha comprobado que hasta la aparente transgresión del reguetón se puede casar divinamente con los valores conservadores.

La ceremonia también fue una combinación anómala de música y sermones intercalados de curas y personalidades que cortaban el rollo, empezando por el del cardenal Mauro Gambetti, vicario de la Ciudad del Vaticano, arcipreste de la basílica de San Pedro y organizador del evento. Luego tan pronto aparecía un cura como Naomi Campbell para hablar de la paz en el mundo. Uno de los momentos más espectaculares fue una coreografía de 3.500 drones, perfectamente sincronizados, que dibujaron asombrosas imágenes en el cielo (la Virgen, corazones, palomas, un corazón gigante…), sobre la cúpula del Vaticano. Entre ellas, la del papa Francisco, impulsor de la fundación Fratelli Tutti (Hermanos Todos), que organizaba el concierto. En realidad, es una última herencia suya. El acto terminó pasadas las 23.00, después de dos horas. Hacía seguramente siglos que en el Vaticano no se podía dormir a esas horas. Pero luego dormirían bien porque la cosa no se desmadró nada.