domingo, agosto 3, 2025

España, a todo color | Negocios

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La dispersión no es aliada de la visión. Isaac Newton diseñó un disco que, cuando gira a toda velocidad, se ve en blanco. Pero si se detiene, constatamos que tiene siete colores. Podríamos hacer un símil y trasladar el fenómeno al mundo que vivimos y también a la realidad de nuestro país. La actualidad es volátil, las noticias se solapan, vivimos inmersos en una vorágine de sobresaltos… y el panorama que percibimos es difuso, desenfocado y, desde luego, despojado de colores y matices. Necesitamos perspectiva.

Si somos capaces de parar el disco, veremos mucho mejor lo que hay en él. Y cuando eche de nuevo a andar, lo entenderemos mejor. Todo sucede muy deprisa y a veces tenemos dificultad para establecer las prioridades. Estas no han dejado de estar ahí. Sin embargo, como nos hubiera dicho John Lennon, estamos ocupados en otros planes. No son nuevos los objetivos que España se ha marcado hace ya años y, especialmente, tras el cambio de escenario que supusieron la pandemia y la llegada de los fondos europeos: invertir más en innovación para asegurar un verdadero Estado de bienestar; dotarnos de una industria sólida, moderna y competitiva, que sustente nuestro modelo productivo; y potenciar el talento que tenemos para que el mercado laboral sea eficiente y la sociedad más avanzada y preparada para los cambios.

El problema es que, mientras el disco gira desenfrenadamente, estos colores no se vislumbran en el primer plano de las agendas políticas e institucionales. Sí tenemos prismas certeros que nos arrojan haces de luz. La Comisión Europa nos acaba de advertir una vez más de que, teniendo una buena base científica, España no ha conseguido mejorar en innovación, con un esfuerzo en I+D menor que el del resto de socios europeos. Y nos reclama una estrategia a largo plazo que movilice, coordine y oriente esa inversión pública y facilite las inversiones privadas. No es ya una elección económica, sino una responsabilidad política, como nos avisaba el informe Draghi.

Por su parte, diferentes expertos y entidades nos llaman a aprovechar nuestro potencial energético y digital para atraer industria, dados los recursos e infraestructuras que tenemos para ser destino de inversiones en sectores estratégicos. En cuanto al empleo, el Foro Económico Mundial prevé que, en cinco años, casi el 40% de los trabajadores españoles necesitarán mejorar sus habilidades, teniendo en cuenta que el trabajo automatizado crecerá del 20% al 33%. Y un reciente estudio del ICER señala que la transición energética, en la que España puede ser referente mundial, requerirá la incorporación de hasta casi 6.000 nuevos profesionales, pero muchas de las nuevas competencias no están todavía integradas en los programas formativos.

También tenemos buenas perspectivas que nos permiten ver el futuro con mejor color. Alcanzar el 3% del PIB en I+D+i, como se ha propuesto el Gobierno en 2030, nos permitiría no solo equipararnos a los países más innovadores —que no es casualidad que sean los más ricos—, sino aportar una mejora diferencial a nuestros servicios públicos y convertirnos en polo tractor de tecnología, conocimiento y talento.

Pero debemos acelerar, porque actualmente estamos a mitad de camino de ese objetivo. Será fundamental promover la inversión de las empresas, que ha demostrado ser la palanca más efectiva en términos de creación de riqueza, generación de empleo de calidad y conexión con las redes mundiales de la innovación. Para ello necesitaremos ambiciosos proyectos de colaboración público-privada, entornos de seguridad jurídica y marcos fiscales predecibles y atractivos para la inversión. Y volviendo a Mario Draghi, su informe apunta que uno de los mayores retos para Europa, y en concreto para España, será reducir la burocracia y agilizar la puesta en marcha de esos proyectos.

Si hablamos de colores primarios, uno de ellos será contar con una industria fuerte, con mayor peso en nuestro sistema productivo. Que nos brinde una autonomía más necesaria hoy que nunca y que nos haga más resilientes ante cualquier crisis, vaivén comercial o tensiones geopolíticas. Después de 30 años, tenemos en ciernes una nueva Ley de Industria, actualmente en trámite parlamentario. Un texto que promueve una mayor autonomía estratégica, el fomento y promoción de la cultura industrial y la transformación hacia una industria de cero emisiones. Asimismo, propone una orientación coherente de nuestra política industrial, en coordinación con las comunidades autónomas y los agentes económicos.

Pero también será esencial que aborde una de nuestras debilidades, la competitividad industrial. Por ello es de esperar que contemple medidas para asegurar la eficiencia energética, promueva el crecimiento empresarial y estimule la inversión para que sea dinamizadora de innovación. En particular, que aporte instrumentos de financiación para la industrialización de la I+D. En definitiva, que sea una ley de toda la industria y promueva la colaboración entre todos los actores del sector.

Y es evidente que, sin las personas, cualquier proyecto de futuro quedará descolorido. Tenemos en España una envidiable población de científicos, ingenieros, doctores…, pero ocho de cada diez empresas no encuentran los perfiles que necesitan. El reto es conciliar oferta y demanda laboral, pero también formar a los profesionales del futuro. Por ello, deberíamos tener claro el modelo hacia el que queremos ir, en qué sectores estratégicos queremos ser imbatibles —inteligencia artificial, biotecnología, energías limpias…— y, con arreglo a ese plan, formar y atraer el talento con las competencias que vamos a necesitar, tanto en conocimientos como en habilidades, actitudes y valores. Ese plan debería ser conjunto entre administraciones, sindicatos, mundo académico y empresas. Y debería contemplar también activos como la diversidad, la inclusión, la cooperación intergeneracional y, muy importante, la reafirmación del talento femenino como impulsor de innovación.

Dijo Charles Darwin que uno de los errores de la historia es que se repite. Hace cinco años hablábamos de una oportunidad histórica para España que, entonces o nunca, no podíamos dejar de escapar. Aún estamos a tiempo de no perderla. Pero debemos recuperar la perspectiva y poner toda la atención en lo que es realmente importante para nuestro proyecto de país. Estaremos de acuerdo en que estos colores no van de política. En todo caso, de que no nos los saquen. Y, sobre todo, de que dejemos a las próximas generaciones una España brillante y a todo color.



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