“Leer sirve para cambiar”, dice Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), pero no debe ser cualquier lectura, el escritor se refiere de manera particular a la literaria. Ahí podemos encontrar algunas herramientas para hacer frente a una época donde reina el simulacro y la mentira, la postverdad, pues.
En su nuevo ensayo, No soy un robot (Anagrama), Villoro reflexionar sobre cómo lo digital transforma nuestra vida y nuestra relación con la cultura. Nos recuerda que, de acuerdo con el coeficiente Fynn, en los últimos años, la inteligencia humana ha disminuido al son de dos puntos porcentuales por década. Es por ello, indispensable recuperar a la cultura y a la lectura como instrumentos para equilibrar mejor nuestra relación con la tecnología.
No soy robot me parece que está marcado por una brecha generacional, ¿es así?
Sí, creo que tiene que ver con un elemento de confrontación con las nuevas generaciones, con los nativos digitales. Ortega y Gasset hablaba del adanismo que de pronto cautiva al ser humano. Explicaba que quien tiene el síndrome de Adán busca ser el primero en todo y nombrar las cosas por primera vez. Ahora hay una generación muy adanista que considera que lo anterior no sirve por el solo hecho de haber sucedido. La tradición y la historia, con mayúscula, han perdido prestigio. Pero yo creo que la cultura de la letra es una gran reserva del pasado, entendiendo por el pasado no como una zona estática que ya ocurrió, sino como un territorio fértil que resignificamos desde el presente. El sentido de los clásicos no es que digan lo que siempre dijeron, sino que digan lo que no habían dicho hasta ahora. Este uso cultural del tiempo es muy importante y su principal instrumento es la lectura.
Por eso el libro puede verse como un acto de resistencia…
Sí, hay un elemento militante y me gustaría pensar que justamente estoy tratando de realzar valores que podrían perderse. No solamente los valores de la cultura, sino el hecho mismo de ser humanos. Pertenecemos a la primera generación que debe demostrar que no es una máquina. Entramos a un sitio web y nos pide que marquemos una casilla con el lema No soy un robot. La gran paradoja es que le decimos que no somos robots a una máquina, que es la que nos acredita como humanos. Convivimos de una manera cada vez más intensa con mecanismos inteligentes y estamos ante el peligro de la sustitución del humano por aparatos. ¿Cómo lidiar con esto? Creo que la mejor manera es realzando las condiciones humanas que solamente provienen de la lectura y de la cultura.
¿No te parece que hay cierto tono apocalíptico en esto?
Uno de los lemas que tenía el oráculo de Delfos, era dosificar los placeres, entender que las cosas que te benefician lo hacen porque llegan en la medida oportuna. Estamos ante el desafío de conocer cuál es la dosis de tecnología que nos conviene. Hay herramientas muy útiles, pero también nos podemos convertir en rehenes de ellas si las convertimos en prótesis. Esto nos pone en el umbral de lo posthumano, no solamente estemos integrados por nuestro organismo, sino por partes artificiales dentro del organismo o por soportes electrónicos que nos condicionan. Recibimos muchos estímulos digitales que nos parecen seductores y que nos convierten en sus rehenes. Estamos contentos de ser embaucados por los algoritmos. Subes a un vagón del metro y ves a todo mundo volcado a TikTok o a Instagram, hay una especie de enajenación satisfactoria en el sentido de que la gente no está pensando por cuenta propia ni está interactuando como sucedería con la lectura de una novela o de un ensayo filosófico, sino que está siendo cautivada por una serie de ofertas, de tentaciones, de memes, etc. El gran desafío no es renunciar a estas posibilidades, sino dosificarlas y mantener un sano equilibrio con los estímulos que nos hacen pensar por cuenta propia, como son los estímulos de la lectura.
¿Cómo conseguir ese equilibrio?
Con la cultura de la letra. Umberto Eco dice con enorme sabiduría, que la cultura no sirve para acumular de manera inmoderada todo tipo de conocimientos, sino para seleccionarlos mejor. Incluso hace un juego de palabras y dice que ser culto te permite leer menos. A lo que se refiere es a que hay una galaxia de información ante nosotros, o una biblioteca infinita que nunca vamos a poder agotar, y la cultura es el mapa que te permite llegar al tesoro, es decir, a aquello que te conviene. Una persona con buena formación cultural entra en las redes y puede de inmediato saber qué temas le interesan y sirven. Ser culto te ayuda a descartar y, por lo tanto, a leer menos. Y la mejor manera de hacerlo es leyendo. No se trata de prescindir de ese mundo, sino de ordenarlo de mejor manera gracias a la lectura.
Aunque también es verdad que todo el tiempo estamos leyendo, memes, posts, etc.
Hay un tipo de lectura dispersa y atmosférica que nos llega a través de las redes. Hemos cambiado totalmente el paradigma lector. Antes leíamos exclusivamente en lo que nosotros considerábamos que era un objeto hecho para leerse, un periódico, una revista o un libro. Hoy estamos leyendo en pantallas de todo tipo, la lectura se ha vuelto omnipresente y atmosférica. ¿Cómo articularla?, creo que la mejor manera de hacerlo es utilizando este instrumento de resistencia, que es la lectura literaria porque desde el principio apela a la virtualidad. Pedro Páramo es una obra maestra del discurso fragmentario. Se trata de pasajes dispersos que corresponden a tiempos que están revueltos, es como una especie de gigantesca página de Facebook en donde todo el mundo está interactuando. La literatura ya nos ha adiestrado a trabajar con discursos fragmentarios y a integrarlos en una lógica que los articula. La lectura debe ser una forma de placer y ese placer lo puedes extender a todo lo que llega por el mundo digital siempre y cuando dispongas de esa herramienta.
Tal vez nunca como ahora, los lectores habíamos tenido tanto poder. Hoy podemos seleccionar qué leemos o si no vía Inteligencia Artificial crear lo que queremos leer.
Sí, ahorita estamos, por un lado, ante una dispersión de textos, de informaciones y de todo tipo de representaciones de la realidad, pero al mismo tiempo los algoritmos nos invitan a repetir las búsquedas que ya hicimos. El algoritmo opera por similitud. Si buscas viajes a la playa, te ofrece otro viaje a la playa. De modo que, hasta cierto punto, se convierte en la tiranía de lo mismo. Nadie nos conoce mejor que nuestro teléfono celular en la medida en que ahí están todas las búsquedas que hemos hecho. Pero este conocimiento está encaminado a que repitamos, a que nos reproduzcamos como sujetos idénticos a los que ya somos. En cambio, las bibliotecas, las librerías, la crítica literaria, la cultura, la conversación, te lleva a la diversidad, a la multiplicidad. Leer, en realidad, sirve para cambiar.
En ese sentido, tu ensayo defiende la libertad.
Sí, en su libro En el viñedo del texto, Iván Illich habla de cómo la invención de la página cambió la noción de individuo. En los siglos XII y XIII los escolásticos crearon un objeto ligero, organizado con un índice, con títulos, con puntos de aparte, con renglones y páginas: el libro tal y como lo conocemos. Este libro era hecho a mano por los copistas, pero la existencia de un objeto que un monje pudiera llevar a su celda de manera individual facilitó el salto de la lectura en voz alta a la lectura silenciosa y a la individual. Antes la mayoría de los libros se leían en forma colectiva y en voz alta, con lo cual había una coacción moral de grupo. En cambio, cuando tú lees en forma silenciosa dialogas mentalmente con una voz lejana y piensas por cuenta propia. Esto facilitó la llegada del Renacimiento, que tiene que ver con la creación de una nueva noción del individuo. Desde entonces hasta la fecha el paradigma lector no había cambiado tanto. Es fascinante comprobar que desde el siglo XII y XIII no habíamos leído como lo estamos haciendo ahora, porque tenemos esta lectura atmosférica y tenemos diversos niveles de lectura. El libro nos permite entender, interactuar e interpelarlos, exige una conducta activa. Un libro cerrado no es una obra de arte, es la posibilidad de una obra de arte. Se convierte en tal cuando es completado por la lectura. Y tú lees de un modo y yo de otro, la teoría de la recepción se basa en esto, en ver cómo los lectores transforman los libros. Podemos entender mejor los cambios avasallantes de nuestro tiempo y resistirlos de manera más fecunda si los insertamos en el gran mapa de la lectura.
Cierto, pero antes se leía lo que alguien decidía por nosotros, los libros que las editoriales, escuelas o universidades nos ponían enfrente, ahora la diversidad es brutal. Incluso podemos leer grandes textos que no están en formato de libro.
Lo que mencionas es decisivo. En su origen internet fue visto por sus inventores como un cambio liberador. La información podía llegar de manera gratuita a todo mundo, en forma instantánea podíamos estar en contacto con mucha gente y establecer una nueva comunidad a través del contacto digital con otras personas. Pero muy pronto el éxito de las plataformas digitales hizo que la principal mercancía del planeta fueran los datos personales. Nos convertimos en mercancías y esto activó la industria de los algoritmos. Se perdió el contacto con los medios verificados, las agencias informativas confiables han sido muchas veces rebasadas por sitios irresponsables en donde se dice que el ser humano nunca llegó a la Luna, que el Holocausto no existió, que la tierra es plana, que las vacunas son dañinas, etc. En el año 2016 el diccionario Oxford decidió que la palabra que marcaba nuestra época era posverdad porque Donald Trump había ganado la presidencia de Estados Unidos diciendo mentiras. Hoy, los líderes populistas distorsionan la realidad de manera impune. Por eso la primera parte de mi libro se llama La desaparición de la realidad, aparentemente tenemos un déficit del mundo de los hechos y estamos en su representación espectral, en el simulacro. ¿Esto significa que la verdad no importa? Yo creo lo contrario, importa mucho porque se ha vuelto rebelde, radical y peligrosa. Gramsci, el gran teórico marxista, dijo: la verdad es siempre revolucionaria. Hoy esa frase es más cierta que nunca. Lo que empezó siendo un movimiento liberador, el mundo de Internet, se ha convertido en un elemento manipulador. Hoy en día la gente vive en una esclavitud feliz, pensando que lo único que quiere es entrar a Tik Tok, mientras el mundo va al abismo ecológico.
En el libro planteas que pensar en Elon Musk o Mark Zuckerberg como garantes del bien común es un error.
Así es, el problema no es el robot, sino su amo. Los robots, al menos por ahora, todavía no tienen autonomía mental. Cuando el desarrollo de la Inteligencia Artificial está en manos de personas como Mark Zuckerberg, Elon Musk, Vladimir Putin, etc., es muy difícil confiar en que esto se va a usar para el bien social. Necesitamos una nueva legislación digital y de derechos de autor en las redes. Necesitamos una política social que regule la comunidad digital y esto todavía no existe. Es importante que no seamos inocentes al respecto, de lo contrario acabaremos dándonos de baja como personas. Pertenecemos a una época en donde el cociente intelectual está disminuyendo. Lo que se llama el coeficiente de Flynn, es decir, la medida estadística de la inteligencia en la especie humana, reveló que durante el siglo XX esta inteligencia aumentó de manera sostenida hasta llegar a la década de los noventa, desde entonces ha empezado a disminuir a razón de dos puntos por década. Desciende la inteligencia colectiva por las muchas actividades que delegamos a los aparatos y al mismo tiempo aumenta la Inteligencia Artificial. El ser humano se vuelve más tonto mientras las máquinas se vuelven más listas. ¿Cómo preservar el libre albedrío, la inteligencia humana? Bueno, pues ahí está la cultura como respuesta.
¿Cómo te llevas con la Inteligencia Artificial?
Es absurdo repudiarla porque se trata de una herramienta poderosa y sumamente útil. El tema está en utilizarla de manera equilibrada, en que seas tú quien maneja el instrumento y no el instrumento el que te maneja. Se ha comprobado que hay una relación afectiva, casi amorosa, con las computadoras y con los teléfonos celulares. Ahí está esta película maravillosa Hair, donde una persona es cautivada por su sistema operativo que tiene la seductora voz de Scarlett Johansson. Romper con esto es un trabajo de la voluntad. Volviendo a Gramsci, él decía que había que tener el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Es decir, ser críticos y cuestionar el entorno y al mismo tiempo tener la esperanza de transformarlo. Para conseguirlo un aliado es la lectura y la cultura en general. En lo personal trato de tener una relación primitiva con lo nuevo. Apagar la computadora sin que tú te desconectes es algo muy importante.