sábado, abril 19, 2025

la coleccionista de arte pop que vivía como una estrella de Hollywood

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“Mi vida tenía todo el glamour y el brillo de una estrella de Hollywood”, dijo en los años 60 Ethel Scull. Pero ella no era ni actriz ni modelo, sino mecenas de arte. Una mujer adinerada, entusiasta y perspicaz que ocupaba las páginas de sociedad de los diarios neoyorquinos, se codeaba con los artistas del arte pop y minimalista y amaba la moda aunque no se dedicara a ella.

Ethel Redner, su nombre de soltera, no tuvo que escalar socialmente para vivir bien: ella había nacido en una familia adinerada del Bronx en 1921. Su padre poseía una próspera empresa de taxis que le permitió educarse en los centros más prestigiosos de la Gran Manzana y acudir a la afamada Escuela Parsons de Diseño, donde estudió un programa especializado en arte publicitario.

Scull tuvo así su primer contacto con el mundo del arte, y no solo comenzó a vislumbrar cuál podría ser su futuro profesional, sino que conoció también al hombre que le acompañaría en su camino: Robert Scull. La pareja se casó apenas cinco meses después de conocerse y tuvieron tres hijos. Pero sin duda su gran golpe de suerte fue que el padre de Ethel decidiera repartir acciones de su empresa de taxis entre sus tres yernos. Bajo el nombre de ‘Scull’s Angels’, la pareja siguió la próspera senda iniciada por Ben Redner, y las ganancias no solo les permitieron mudarse de Great Neck a Manhattan, sino también iniciarse en el mundo del coleccionismo de arte contemporáneo y abstracto. Y para Ethel, dar rienda suelta a su gusto por la moda.

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Fairchild Archive//Getty Images

Ethel y Bob Scull, en una fiesta en el MoMA de Nueva York.

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Fairchild Archive//Getty Images

Andy Warhol y Ethel Scull recorren la exposición de temática italiana La Belle Campagna, en abril de 1973.

Halston e Yves Saint Laurent eran sus diseñadores favoritos. Y ellos firmaban muchos de los looks que ella llevaba a las fiestas en las que adoraba ver y dejarse ver. Ethel y Robert no solo eran fijos en las mejores fiestas, sino que también comenzaron a organizar las suyas propias. Su círculo de amistades crecía imparable al ritmo de sus adquisiciones de arte. Se iniciaron en el coleccionismo comprando obras expresionistas, pero en los años 60 comenzaron a interesarse por artistas jóvenes como Andy Warhol.

Su reputación como mecenas de arte iba en aumento: vendieron los primeros cuadros expresionistas que compraron para coleccionar arte pop y minimalista y crear su propia fundación, con el fin de promover artistas poco conocidos. Les ofrecían adelantos, les compraban material y corrían con sus gastos personales. Pero no era oro todo lo que relucía: fueron muchos los que criticaron que su riqueza exponencial no era del todo limpia. Algunos artistas vivos apenas recibían beneficios de las obras con las que ellos se enriquecían.

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WWD//Getty Images

Ethel Scull, en el estreno de la ópera Carmen, en Nueva York, en 1972.

En 1973, la pareja causó revuelo en el mundo del arte al vender 50 obras de artistas emergentes por 2,2 millones de dólares, un récord en subastas. Una de las piezas, Thaw, de Rauschenberg, fue vendida por los Scull por 85.000 euros, cuando el autor apenas había recibido 850 euros. Robert Scull no se escondió de las acusaciones: “Todo es verdad. Prefiero usar el arte para ascender que cualquier otra cosa”, dijo en una entrevista. El periodista Tom Wolfe dijo de ellos que eran “los héroes populares de todos los trepadores sociales que alguna vez llegaron a Nueva York”.

Y así continuaron con su deseo de impulsar las carreras de los jóvenes artistas que estaban empezando. Entre ellos Andy Warhol. Ethel Scull fue la musa de un proyecto que el artista realizó en 1963 y que se puede visitar en el Museo Metropolitano de Arte. Robert Scull encargó a Warhol una obra para regalársela a su mujer en su 42 cumpleaños.

Era el primer retrato que le encargaban a Warhol (después vendrían muchos más a celebridades), y Andy se llevó a Ethel a un fotomatón de Times Square y la animó a hacerse cerca de 300 fotografías en blanco y negro. La obra fue el resultado de 36 imágenes elegidas por él y coloreadas. Por aquellos años, Ethel era toda una musa, y George Segal hizo una estatua de ellos con Ethel Scull luciendo un vestido de Courreges. Los Scull se encontraban en pleno apogeo, y fue el momento de mudarse a la Quinta Avenida.

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WWD//Getty Images

Apasionada de la moda, Ethel Scull cuidaba cada uno de sus estilismos. Sus looks setenteros son los más recordados.

En 1970, The New York Times les dedicaba un artículo titulado Cuando Ethel Scull redecora, es noticia de arte. El diario recogía como “la sala de estar, que era una serie de brillantes y caóticas vetas de obras expresionistas abstractas a mediados de los años sesenta, gradualmente se convirtió en una verdadera tira cómica de arte pop hacia el final de la década”. Después, fueron las obras iniciales de jóvenes promesas las que ocupaban esas paredes blancas. Robert Morris, Peter Young y Larry Poons fueron algunos de los nombres que convencieron al buen ojo de Ethel Scull.

Pero el castillo de naipes se vino abajo en 1975, cuando los Scull decidieron divorciarse tras treinta años de próspera unión. La división de la colección de arte ocupó el centro del conflicto.Durante diez años, la pareja litigó para ver quién se quedaba con qué. La sentencia estableció que el 35% de la colección, además de un millón de dólares en efectivo de pinturas vendidas anteriormente, correspondieron a Ethel, y el 65% restante, a Robert. Él falleció solo un año después de la sentencia.

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Ron Galella//Getty Images

Ethel Scull, a finales de los años 80, tras la sentencia de divorcio que dividía la colección de arte reunida junto a su marido.

La muerte de él fue el comienzo del declive para ella. Sus ganancias dejaron de crecer, y mantener su patrimonio no era tarea fácil. Por eso tuvo que subastar sus obras más preciadas. El año en el que Robert falleció, se subastaron diez piezas de la colección de Ethel Scull y 140 de la de él en Nueva York. Out the Window de Johns, que los Scull compraron por 2.250 dólares en 1960, se vendió por 3,63 millones de dólares, el precio más alto pagado jamás por una obra de arte de un artista vivo.

Ethel tuvo que renunciar a su vida social, y ver como su estrella y esa vida al más puro estilo Hollywood se iba apagando. Murió a los 79 años, en una residencia de ancianos de Nueva York, tras sufrir un ataque cardíaco y un derrame cerebral.



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