En su día se publicaron varias noticias de gente que vomitaba, se desmayaba y convulsionaba durante la proyección
A lo largo de la historia del cine ha habido muchas películas que han provocado, por diversas razones, que algunos espectadores decidiesen abandonar la sala antes de que terminase la proyección. Y no necesariamente porque se tratase de una película mala.
Los casos más conocidos, de hecho, de películas «insoportables», tienen más que ver con una cuestión de estómago. Ya sea por ser demasiado explícitas en la forma de mostrar su violencia o por estar rodadas de una forma que provoca sensaciones que no toleran bien algunos espectadores.
Ejemplos de ello pueden ser la famosa película The Walk (El desafío), que fue rodada en 3D con tanto realismo que hizo imposible que las personas con vértigo pudiesen disfrutar de ella; Pulp Fiction de Quentin Tarantino o Irreversible de Gaspar Noé por sus escenas de violencia; e incluso El proyecto de la bruja de Blair o Cloverfield, que por su condición de metraje encontrado hicieron que algunas personas se mareasen con el visionado. Otro sonado caso, muy diferente a los anteriores, fue el de El árbol de la vida, de Terence Malick, cuya lentitud y lo abstracto de su trama hicieron las salidas del cine tan habituales que incluso algunas salas devolvieron el dinero a los espectadores.
No obstante, tenemos que decir que muchas de las películas que provocaron que gente se saliese del cine en su día por una u otra razón merecen cada milésima de tu tiempo. Solo hace falta mencionar La naranja mecánica de Stanley Kubrick, la obra maestra del terror El Exorcista, la propia Pulp Fiction o, más recientemente, Titane de Julia Ducournau, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes en 2001.
Uno de estos últimos ejemplos es sin duda la película 127 horas dirigida por Danny Boyle y protagonizada por un James Franco excepcional. Un filme que tiene una puntuación prácticamente perfecta en Rotten Tomatoes -93%- y que se diferencia de las anteriores en que ni es densa, ni es extremadamente violenta, ni aborda ningún tema polémico.
El problema que mucha gente tuvo con 127 horas es una única escena. Una secuencia, eso sí, que tiene una duración bastante extensa y que es absolutamente explícita pese a la crudeza de lo que ocurre en ella.
Si ya has visto la película de 2011 sabes que nos referimos al momento en que el protagonista, un escalador atrapado en una roca, se corta su propio brazo para escapar y sobrevivir. Es la historia real de Aron Ralston (Franco), un aventurero que exploraba el cañón de Blue John, cerca de Moab, Utah, cuando un desprendimiento de la montaña aplastó su brazo contra la roca impidiendo todos sus movimientos. Tras varios días intentando liberarse y pensando que moriría, Ralston rompió sus huesos con una roca y posteriormente cortó los músculos y la carne con una navaja.
Aquella hazaña le salvó la vida, pero la escena fue rodada con tanto detalle, realismo y primeros planos por Boyle que hubo gente que no pudo soportarlo. En su día se publicaron varias noticias de gente que vomitaba, se desmayaba y convulsionaba durante la proyección, así que, por buena que fuese la película, la anécdota marcó su paso por las salas de cine.
De hecho, el propio Boyle confesó en declaraciones a Deadline por aquel entonces que temía que la gente se marchase del cine por culpa de la escena, ya que eso no sonaría «como la mejor recomendación para ir a verla»: «Mi miedo es que la gente se marchase en ese momento. Es un tributo a James que, incluso aunque no sea una escena fácil de ver, se vea a la gente haciendo un esfuerzo para quedarse». Y añadió: «Estás en un viaje y las cosas que pasan son duras. Es importante que la gente sepa que han pasado por algo y que eso conlleva una recompensa».