A estas alturas de la segunda presidencia Trump el ruido ensordecedor de los mercados ya habrá convencido a la mayoría de que esta vez será la “mano invisible” la que salve la democracia. Después de miles de papers y de profundas reflexiones sobre la separación de poderes y la crucial importancia de los checks & balances para la supervivencia de la democracia, acabamos de comprender que todo ello nos ha hecho más sabios, pero no más resilientes a los ataques de los populismos y del autoritarismo. Han tenido que ser las bolsas –y el crucial bono americano a 10 años– quienes hayan conseguido que el presidente Trump recule en sus ensoñaciones de imponer un nuevo orden mundial.
Tiene muy buenas razones para declarar una “pausa” de 90 días en sus planes: lo que nos estamos jugando todos- y la economía americana la primera – es una repetición agravada del shock financiero global de 2008. La razón es obvia: por cada dólar que mueven las transacciones de comercio exterior sobre las que recaen los prometidos aranceles, hay 7 dólares de transacciones financieras… y el dólar es protagonista del 80% de ellas. En eso es en lo que realmente consiste el “privilegio exorbitante” de ser la moneda de reserva mundial.
Proyectar desconfianza sobre el dólar, o peor aún, sobre la deuda americana, el activo financiero subyacente de esta vasta red de transacciones económico-financieras es un suicidio colectivo.
Ítalo Calvino tiene un cuento maravilloso en su libro Las ciudades invisibles en el que narra como los habitantes de Ersilia decidieron llevar siempre una suerte de hilo de Ariadna que le guiara sus pasos. Al principio todo fue bien, pero llego el día en el que la acumulación de hilos y ovillos hizo colapsar la movilidad de la ciudad. La abandonaron, aunque se llevaron los hilos.
Esto es exactamente lo pasa en el sistema financiero global: esta tan interrelacionado que un default selectivo y voluntario impuesto por el “rey de la negociación” a los tenedores de deuda que quieran evitar sus punitivos aranceles… puede dejar sin pensiones a los jubilados japoneses. No hay cortafuegos y a la Fed no le bastaría con sus compras de activos para estabilizar el sistema financiero global.
Apretar el botón de pausa, aun después de haber destruido billones de riqueza financiera, es lo segundo más sensato que ha hecho Trump desde que accedió al poder. Solo le ganaría, respirar, tragar saliva y dar marcha atrás en su intento de fragmentar la economía y dividir al mundo en zonas de influencia. En otras palabras, a su plan de volver al siglo XIX y a la politica de Rivalidad entre Potencias que tan dolorosos resultados le dio al mundo. Aquellas relaciones internacionales en las que, como Tucídides en sus Guerras del Peloponeso, un general ateniense les explico a los Melios el nuevo mundo era uno en el que “los poderosos hacemos lo que podemos y los débiles sufrís lo que debéis”.
Los ideólogos de Maga aducen que lo que perpetran es la respuesta no solo a un orden internacional obsoleto – algo en lo que probablemente tienen razón – sino al desleal comportamiento de sus aliados y, por encima de todo, a China que ha “engañado” y, actuando como polizón, ha usado las reglas e instituciones post II Guerra Mundial – las que diseñaron los gringos – para emerger como plausible hegemón rival de la Pax Americana.
Es posible que realmente lo crean. Pero también lo es que todo no sea más que una tapadera de lo que realmente tienen en la cabeza: cómo levantar rápidamente dinero para financiar hacer permanentes los recortes impositivos que Trump aprobó en su primer mandato y que ahora vencen.
Tip O’Neill, el speaker demócrata en del Congreso durante una década, una vez dijo que “toda la politica es local” y tenía más razón que un santo. Que Maga sea explicable e incluso racional, no significa que sea una política optima.
Hay muchas otras formas de conseguir los recursos necesarios para hacer permanente aquella controvertida política aunque el déficit americano sea hoy del 6,2% del PIB. Cualquiera es mejor es que desmontar la administración americana, cancelar la ayuda al desarrollo, montarles una guerra comercial a tus aliados, licuar la riqueza financiera global, comprometer la seguridad y la liquidez del activo financiero global que permite a los países tener superávits y déficits de cuenta corriente, o llevarse a medio plazo por delante el status del dólar.
No hay nada más desasosegante que imaginar que para conseguir su prioridad ideológica lo único que han encontrado es usar los aranceles, los impuestos por excelencia del Siglo XIX. Impuesto del XIX para pagar las rebajas impositivas de los billonarios del siglo XXI. Y además hacerlo con crueldad y arrogancia.
Felizmente, la economía ha comenzado a devolver la opa hostil que la política le hizo el 11 de septiembre de 2001.