Los romanos no fueron buenos navegantes. No se apartaban mucho de las costas porque, al parecer, les intimidaba el mar abierto. Sus embarcaciones, además, eran ineficientes para surcar grandes rutas. Un quinquerreme, por ejemplo, empleaba alrededor de 300 tripulantes para desplazar 150 toneladas mientras que una carabela, como la Santa María de Colón, tenía una tripulación por debajo de treinta marineros y desplazaba 250 toneladas. Tampoco existen registros que nos hagan suponer que los romanos emprendieran la búsqueda de nuevas tierras. No obstante, se han producido inquietantes hallazgos que inducen a pensar que los romanos no sólo llegaron a América, sino que además volvieron para explicarlo. Sino, ¿qué pinta una piña en un mosaico romano de la vía Casilina?
Este fruto (científicamente conocido Ananas comosus) es originario de Brasil, aunque en la actualidad haya plantaciones en Asia y África y el mosaico de la zona de Grotte Celoni data de finales del siglo I o principios del siglo II de nuestra era. Si América no fue descubierta “oficialmente” hasta 1492 ¿cómo pudo ser representada en un Domus del Imperio romano?
En efecto, muchas frutas y verduras llegaron a Europa sólo después de la expedición de Cristóbal Colón a América en 1492 por eso la piña de Grotte Celoni constituye un engima. Y no es la única. En la Casa del efebo, en la célebre ciudad romana de Pompeya, devastada por el volcán Vesubio en el 79 a.C. también hay un fresco que muestra una piña sobre un altar que es flanqueado por dos serpientes. Ignoro si su propietario Publio Cornelio Tegeste, llegó nunca a degustar esta fruta tropical pero es un enigma por qué este comerciante la representó en una de sus paredes. Cabe preguntarse: ¿Y del otro lado? ¿Hay pruebas de la presencia romana en América?
La respuesta es rotunda. Sí.
En 2016 se hallaron en las costas de Canadá una espada romana, un silbato legionario, un escudo romano y monedas de la Antigua Cartago, además de túmulos e inscripciones típicas del antiguo Levante.
Más llamativo es, si cabe, el hallazgo de un misterioso artefacto de terracota conocido como la “Cabeza Tecaxic-Calixtlahuaca” que tiene una factura extraordinariamente parecida a muchos bustos romanos… pero, ¿cómo llegó este busto al Valle de Toluca, a 65 km al noroeste de Ciudad de México?
La figura fue encontrada en 1933 por el arqueólogo José García Payón en un enterramiento de la época Azteca-Matlatzinca datado entre los años 1476 y 1510. Entre varios objetos prehispánicos de barro cocido, hueso, cristal de roca, turquesa, cobre y oro que formaban parte del ajuar funerario, se encontró este busto de facciones claramente europeas.
Impactado, García Payón guardó silencio durante cerca de 30 años temeroso de que le acusaran de un fraude ya que la antigüedad de la pieza (2000 años de acuerdo a los estudios) no se correlaciona con la del enterramiento, de tan solo 500 años.
Se decidió a dar luz a los hallazgos después de que, en 1959 el etnólogo austriaco Robert von Heine Geldern resaltara la importancia del hallazgo y, un año más tarde, Ernst Boehringer, un prestigioso arqueólogo clásico que a la sazón era en aquel entonces presidente del Instituto Alemán de Arqueología, sugiriera que la cabeza era de origen romano y acotara su manofactura entre los siglos II y III de nuestra era.
Sus sospechas se confirmarían mucho más tarde cuando, en 1995, el Laboratorio de Arqueometría de Heidelberg (Alemania), realizó un análisis mediante termoluminiscencia y estableció los límites cronológicos de su creación entre los siglos II a.C.-VI d.C.
En tiempos más recientes Romeo Hristov, de la Universidad de Nuevo México, y Santiago Genovés, de la Universidad Nacional Autónoma de México concluyeron que se trataba de una figurilla romana del siglo II o III de nuestra era.
A idéntica conclusión llegó, también, el director emérito del Instituto Alemán de Arqueología en Roma, el profesor Bernard Andreae, quien aseguró que era una cabeza romana con peinado y barba típicos del período de los Emperadores Severianos (193-235 d.C.). “El análisis de laboratorio ha confirmado su antigüedad. El examen estilístico muestra con mayor precisión que se trata de una obra romana de alrededor del siglo II d.C” -agregó.
Puede, por tanto, que las ideas de eruditos romanos antiguos, como Plinio el Viejo que en su tiempo ya estaba seguro de que el océano Atlántico era más grande que el Mediterráneo y que era posible llegar a la India navegando hacia el oeste, pudieran avivar los sueños de algún coetaneo a su época y que tuviera -por azar o conocimiento- la posibilidad de llegar a América.