La economía mundial se adentró este viernes en una nueva era: la era de los aranceles de Donald Trump. Este 1 de agosto, 193 días después de su regreso al poder, será recordado como la fecha en la que el presidente republicano hizo realidad una de sus más viejas aspiraciones: propiciar el amanecer de un nuevo orden comercial marcado por los gravámenes impuestos a las exportaciones de unos 200 países hacia Estados Unidos. Un punto de no retorno. Y toda una impugnación a esa globalización que durante décadas instigó Washington en su propio beneficio y que Trump considera injusta para los intereses de su país.

Han sido meses de amenazas y de marchas atrás, de reuniones contra el reloj y de batallas comerciales por carta. Finalmente, el plazo del 1 de agosto iba en serio, y mientras pasaban las horas y el mundo trataba de entender cuáles serán a partir de ahora las reglas del juego, la Casa Blanca se reservaba un anteúltimo sobresalto para la última hora del jueves: un decreto con aranceles unilaterales a unos 70 países con los que Estados Unidos no había tenido el tiempo, o la urgencia, de sentarse a negociar. Todas esas tasas, las nuevas y las viejas, entrarán en vigor el 7 de agosto.
La lista con esos 70 nombres es variopinta, y, al conocerla, fue tentador pensar que también gobernada por el capricho. En ella, había países, como Afganistán, Nueva Zelanda o Ecuador a los que les caía un 15%. A otros, Taiwán y Sri Lanka, por ejemplo, el 20%. ¿Irak y Suiza?: 35%. Myanmar y Laos se llevaron el peor castigo: 40%.
Algunos de esos socios repiten los porcentajes fijados por Trump el 2 de abril, cuando declaró desde la Casa Blanca su guerra comercial al mundo, antes de echarse atrás y anunciar una tregua. Otros, como Lesotho, que se llevó un 50% hace cuatro meses, respiraron aliviados con un gravamen menor (15%, en su caso). El decreto también traía otra noticia, pensada especialmente para perjudicar a China: todos los bienes importados “con escala” en otros países quedan sujetos a un arancel del 40%.
Además de por la sorpresa, la nueva era arancelaria de Trump promete estar marcada por la incertidumbre, no solo sobre las consecuencias que la agresiva política comercial estadounidense pueda tener en la economía, mucho más allá de Estados Unidos, sino también sobre las propias reglas de este nuevo juego.
Hay muchos enigmas aún por resolver sobre cómo van a funcionar las cosas a partir de ahora, tanto con los países que ya tienen sus propios pactos, que en realidad son marcos de actuación en los que faltan muchos detalles por afinar, como para aquellos que no han logrado alcanzar un acuerdo comercial con Estados Unidos en el tiempo transcurrido desde que Trump anunció la primera de las treguas a su guerra comercial.
En total, son 34 los socios comerciales que al menos han llegado a alguna conclusión durante los sucesivos ceses de hostilidades: el primero duró 90 días, tenía que haber expirado el 9 de julio, y quedó aplazado de nuevo hasta este viernes, entre las sospechas, que no se confirmaron de que Trump se echaría una vez más atrás.
La lista de esos países incluye al Reino Unido, Vietnam, Japón, Filipinas, Corea del Sur y Pakistán, así como a los 27 miembros de la Unión Europea, que se llevaron el fin de semana pasado un arancel del 15%, sin contrapartida, y, lo que es casi peor, la sensación de que Trump les ganó la partida en una negociación a la que acudieron inermes.
Hay otros dos países, tan importantes como el gran rival, China, y el principal socio comercial por volumen de negocio, México, que forman su propio club: el de aquellos a los que Trump ha dado más tiempo para continuar negociando. En el caso de Pekín, fue a principios de esta semana, cuando, tras dos días de intensas conversaciones en Estocolmo (Suecia), una prórroga a la tregua entre ambas potencias se daba por hecha, aunque quedara pendiente, como todo en este asunto, del visto bueno de Trump.
En el caso de México, el anuncio de que el vecino del Sur sorteaba el golpe llegó in extremis. Fue el jueves a mediodía (hora de Washington) y tras una llamada telefónica entre Trump y la presidenta Claudia Sheinbaum. El primero achacó la prórroga a las “complejidades” de la relación bilateral. La segunda celebró que las cosas quedaran como estaban (25% de los “gravámenes del fentanilo” a los bienes que no estén sujetos al tratado de libre comercio TMEC) y de que hubiera funcionado a su Gobierno la “estrategia de cabeza fría, temple y defensa con firmeza” de sus “principios”.

Los enviados de Canadá, otro socio preferente, siguieron entre tanto negociando contra el reloj, con la espada de Damocles de un arancel del 35%, comunicado por carta ―también con el pretexto, aún más injustificable, del fentanilo― a su primer ministro, Mark Carney. Trump advirtió este jueves que la decisión de Ottawa de reconocer el Estado palestino en la próxima Asamblea General de la ONU aleja la posibilidad de un pacto, que finalmente no llegó. Canadá acabó el día, y también por decreto de la Casa Blanca, con el temido gravamen del 35% para los productos no incluidos en el TMEC, que en 2020 confirmó, con el visto bueno de Trump, un espacio de libre comercio norteamericano.
Canadá, que había negociado con ahínco, aunque sin éxito, entró así en el grupo de países que habían recibido amenazas frescas de Trump en las últimas horas. El miércoles, el presidente de Estados Unidos firmó un decreto por el que oficializaba un arancel del 50% a Brasil, el más alto del mundo, por motivos extracomerciales: el quiso castigar por ese medio al país, con el que Estados Unidos tiene superávit comercial, por el juicio por golpismo que el Tribunal Supremo está celebrando contra el expresidente Jair Bolsonaro, amigo de Trump. La India, por su parte, recibió también el miércoles un arancel del 25%.
¿Y el resto? Todos aquellos países sin el suficiente peso como para que los negociadores estadounidenses hayan buscado sentarse a la mesa con sus enviados ni tengan el honor de figurar en la última lista del jueves por la tarde, recibirán un arancel universal como el que quedó en vigor en abril: es decir, un 10%. En las horas anteriores a que expirase el plazo, seguía sin estar claro si escalaría hasta un 15% o un 20%.
El mapamundi que deja tras de sí esa suma de imposiciones, aplazamientos y excepciones se asemeja a una de esas colchas hechas de retazos, en este caso, retazos de incertidumbre. Aunque una cosa está clara. A partir de este agosto, Estados Unidos verá crecer sus ingresos en concepto de aranceles a la importación con los que hace un año no contaba y que, según Trump, equilibrarán una “injusticia” que él está empeñado en revertir.
Según cálculos del Laboratorio Presupuestario de la Universidad de Yale, entidad de referencia en este tema, a 28 de julio, el arancel efectivo promedio impuesto por Washington era del 18,2%, el más alto desde 1934, en la época dorada del aislacionismo estadounidense. Supone un enorme salto con respecto al 2,4%, anterior a la llegada de Trump a la presidencia. Eso ha provocado que los ingresos se hayan triplicado en julio, con respecto al mismo mes del año anterior, hasta alcanzar los 28.000 millones de dólares.
Más allá de esas ganancias inmediatas, queda la pregunta de qué efectos tendrá la agresiva política comercial de Trump en la economía estadounidense. Sus aliados ya cantan victoria, y defienden que quienes vaticinaban que esta se vería seriamente perjudicada deben comerse sus palabras: es cierto que los peores efectos que los aranceles no se han hecho aún realidad, y que la economía estadounidense está mostrando una envidiable resistencia.
Hay, con todo, señales preocupantes. El último dato de la inflación, por ejemplo. Creció tres décimas hasta el 2,7%, empujada por los bienes más sensibles a los aranceles. Los modelos también hablan de una ralentización del crecimiento. “Si se analiza el primer semestre del año en su conjunto, hay más que un indicio de estanflación, esa temida combinación de crecimiento lento e inflación”, escribió este jueves en The New York Times Jason Furman, exasesor económico de la Casa Blanca en tiempo de Obama.
Y esa es la mayor incógnita de la nueva era de los aranceles de Trump en la que la economía se adentró este viernes. ¿Traerá consigo una recesión mundial? ¿O será la aurora, como defienden los halcones arancelarios de Washington, de una “nueva edad dorada para Estados Unidos”? Es pronto para saberlo, y nadie se atreve a estas alturas, en vista de la frecuencia en los cambios de idea, a dar una respuesta concluyente.