martes, julio 8, 2025

La hoja de coca conquista nuevos sectores urbanos a costa de su “distorsión” ancestral | América Futura

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Un grupo de amigos de entre 25 y 30 años pasa la noche del sábado en un billar de una zona comercial de Cochabamba, Bolivia. Entre los choques de sus vasos de cerveza para brindar y las volutas de humo de sus cigarros, se van metiendo a la boca hojas secas para alimentar el amasijo verde que chupan y que muestran cuando sonríen. “Es rico con una chelita”, dice uno. Para la mayoría, era impensable hace unos años masticar coca. Es más, le tenían rechazo, porque, a pesar de que se utiliza desde hace al menos 3.000 años de forma continua en los Andes, durante el último siglo se asoció con el trabajo minero y campesino. La razón del cambio tiene que ver con una nueva tendencia a industrializarla mediante llamativas presentaciones y una amplia variedad de saborizantes, conocida como coca machucada.

“La coca tradicional y la machucada son básicamente lo mismo. Solo que al golpearla, machucarla, junto con el bicarbonato de sodio, se liberan más rápido sus alcaloides”, explica la antropóloga, miembro de la Asociación Departamental de Productores de Coca, Alison Spedding. El acullico, como se conoce al mascado de esta hoja, es patrimonio cultural inmaterial de Bolivia desde 2016 y hasta tiene un día nacional: el 11 de enero. Los cronistas españoles relatan cómo, desde su llegada en el siglo XVI, los nativos ya la utilizaban para obtener mayor fuerza y resistencia al hambre y al sueño; como ofrenda a sus dioses, medicamento o alimento, entre varios otros fines. Hoy se puede ver en reuniones de amigos, oficinas o entre estudiantes, en cuidados empaques.

Algunos estudiosos —y hasta practicantes de esta nueva forma de masticado— consideran que se trata de una tergiversación de su uso milenario. “Machucar la coca no es nuevo, se originó hace años en las minas de San Gabriel. Para tratar bien a los obreros, se la mezclaba con hojas de menta. Pero todo era orgánico. Esta nueva, no sé qué contiene, intuyo que utilizan saborizantes chinos de baja calidad. Es una distorsión”, asegura la socióloga y fundadora del Museo de la Coca (La Paz), Sdenka Silva.

Las marcas de este nuevo modelo —que se cuentan por más de 300— afirman que, a leves golpes de martillo o máquina, se mezclan con sabores artificiales en polvo (como maracuyá, chicle, chocolate o Red Bull), bicarbonato de sodio, estevia y, en algunos casos, cafeína. Y así,“lo vuelve algo de consumo rápido, la desritualiza”, asegura el periodista cochabambino Agustín E., de 45 años, quien prefiere no dar su nombre completo por temor a que le afecte en su trabajo. “No acullicas, vas directamente por los efectos. Está más a tono con la velocidad de estos tiempos: quieres que te haga efecto, sin necesidad de socializar o celebrar rituales previos”. Él la usa casi a diario y su marca preferida agrupa en pequeñas y finas telas los puñados de hojas para evitar los restos en la boca.

A la masa verde que se forma en la boca, también llamado bolo, tradicionalmente se le añade, de tanto en tanto, una pequeña dosis de algún alcalino que adulza su sabor y facilita la liberación de alcaloides: en Bolivia suelen ser las cenizas de tallos de quinua; en el norte de Perú, la cal; y, en algunas zonas de Colombia, la concha de mar pulverizada. Esta nueva coca machucada viene a simplificar ese proceso con su mistura. Se vende lista para su uso en licorerías, tiendas de barrio y puestos de carretera.

Recelo médico

A la pérdida de valor simbólico, sus críticos añaden la preocupación de que podría ser perjudicial para la salud. A pesar de haber sido estigmatizada durante décadas por ser procesada para obtener cocaína, la hoja de coca concentra un alto contenido de calcio, hierro y vitamina A; favorece la digestión y ayuda a combatir el mal de altura. Además, algunos médicos han documentado su utilidad en el tratamiento de la adicción a la cocaína, en la reducción de los efectos de la diabetes tipo B y como ayuda contra el reumatismo. Sin embargo, esa mezcla explosiva (y sin registro sanitario) de la variante machucada ha llevado a algunos especialistas a relacionarla incluso con el cáncer de boca.

Un hombre extiende hojas de coca para que se sequen al sol en Chapare, en 2024.

“Cuando las personas tienen alguna lesión en la boca y mastican coca junto a un irritante como el bicarbonato o los saborizantes artificiales, pueden desarrollar alguna alteración genética, y esto podría disparar un cáncer”, explica el especialista en medicina interna Alejandro Enríquez, en un reportaje del medio Bolivia Verifica. En la misma noticia se señala que, en 2023, los casos de cáncer de boca se incrementaron un 2,6%; y que, en 2024, hubo 422 casos, 11 más que el año anterior. Es motivo de estudio, pero no existen pruebas científicas que confirmen esta relación. “Es un debate abierto que necesita menos prejuicios”, afirma Benjamín Rocha, un emprendedor de 27 años que masca coca machucada regularmente desde hace dos años.

“Hace unos años me avergonzaba que el novio de mi hermana masticara en mi auto. Con el tiempo, entendí que esa aversión no estaba justificada. Es sagrado para una cultura que representa nuestras raíces”, asegura Rocha, quien la utiliza para trabajar de noche o cuando tiene que conducir por varias horas en carretera. La machucada no solo se ha abierto paso en la ciudad, también ha ganado adeptos en el campo, entre sus usuarios tradicionales. “En los Yungas [zona de producción tradicional desde la época prehispánica], hay quienes la prefieren, incluso con bicarbonato en lugar de los alcalinos tradicionales. Si eres un purista clásico, te parecerá una tergiversación. Pero es un caso muy interesante, porque básicamente es el masticado tradicional en una especie de remarketing”, opina la cocalera Spedding.

Pilar económico

A favor o en contra de esta nueva forma de una práctica ancestral, no se puede negar su impacto en el mercado. Solo en la ciudad de Cochabamba, hay más de 2.000 puntos de venta donde se comercializa en hasta 92 sabores, según un estudio de 2024 de la Universidad Mayor de San Simón. Es otro derivado que amplía aún más el universo comercial de la coca, un sustento fundamental del aparato productivo boliviano. Se estima que hay 5.000 productores de hoja en el país y 31.000 hectáreas donde se cultiva para dos millones de acullicadores, según el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

“Una de las paranoias de los cocaleros es que se nacionalice la hoja, como ocurre en el Perú, pero es imposible. Si la producción hubiera quedado en manos de un reducido grupo de hacendados, tal vez, pero ahora existen demasiados actores involucrados”, dice Spedding.

De hecho, la cosecha de coca atraviesa un nuevo periodo expansivo desde hace cuatro años. En 2020, la producción fue un 15% mayor que el año anterior y, desde entonces, no ha bajado de las 29.000 hectáreas. Hoy, genera empleos indirectos para más de 130.000 familias y más de 25.000 puestos de distribución, según la Dirección General de la Hoja de Coca e Industrialización. El auge de la coca saborizada no explica por sí solo estos datos, están más relacionados con la Ley 906, promulgada en 2017, que aumentó el límite legal de superficie cultivada, pero constantemente excedido.

La cruzada de médicos y algunos estudiosos contra la variante machucada parece ser un nuevo capítulo en la larga historia de divisiones que ha generado la coca desde el siglo XVI. En ese entonces, la Iglesia se oponía fervientemente a su uso por considerarla pagana, debido a su vinculación con rituales indígenas. Cambió de opinión cuando se le impuso un impuesto y hasta llegó a adquirir haciendas con cultivos de coca. “Tuvo entonces su primer boom mercantil, porque el indio se negaba a realizar trabajos pesados sin ella. Tanto así que, en la Colonia, el primer negocio era la plata y el segundo la coca, con una relación muy estrecha entre coca y mina”, explica Silva.

Cultivadores de coca en un mercado en Chapare, Bolivia, en 2024.

Su importancia persistió en la República. En 1830, se fundó la Sociedad de Propietarios de los Yungas, y algunos de sus miembros llegaron a ser presidentes del país, como Andrés de Santa Cruz o Ismael Montes.

El capítulo más moderno de esta disputa llegó en 1961, cuando la hoja de coca fue incluida por la ONU como sustancia sujeta a fiscalización estricta. Con la presión de Estados Unidos, surgieron los programas de erradicación forzosa en los años 2000 en Bolivia. La sociedad rural lo tomó como una lucha por la pervivencia de sus tradiciones milenarias y, en 2013, se logró una excepción formal que permitió su legalidad (al igual que en Perú), siempre y cuando se la utilice con fines rituales. Pasan los siglos, cambian las percepciones, surgen nuevos detractores, pero, como resume Spedding: “simplemente la población sigue consumiendo coca y listo”.



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