Es el sueño de cualquier emprendedor. Llegar a un notario, firmar, recibir doce millones de euros, volver a la oficina. Le ocurrió a Pedro Pestana en noviembre, cuando su empresa Marosa, que automatiza las declaraciones de IVA, obtuvo fondos de Aquiline, una firma de capital riesgo estadounidense enfocada en tecnología y servicios financieros. “Fue un proceso muy estresante”, define el emprendedor, plagado de papeleo y auditorías. “Mentalmente la fase del term sheet [el acuerdo que luego se desarrolla] fue muy intensa. Al fin y al cabo es tu empresa, eres consciente de que estás tomando una decisión que no tiene vuelta atrás, hay una negociación que a veces ganas y otras pierdes. La tensión se me notaba, estaba deseando acabar con eso”. Marosa, con sede en Vigo, tenía entonces más de 70 empleados, más de 1.000 clientes y un producto que el mercado aprecia, pero no todas las start-ups llegan a ese punto. Muchas avanzan durante años sin conseguir ingresos, sin un producto o un servicio realmente innovador, queman cientos de miles de euros en capital… y mueren sin haber demostrado gran cosa.
En ese reino endiablado de proyectos, ideas brillantes y a veces humo se mueven cientos de financiadores segmentados por clases y objetivos. Y están protagonizando un nuevo despertar en España, en parte gracias a que el país ha desarrollado su ecosistema de start-ups y en parte por razones ajenas, como la persistencia de tipos de interés bajos que empujan a buscar otros refugios para el capital. “El año pasado fue el segundo mejor de la historia tras 2021”, refiere Francisco Polo, emprendedor y ex Alto Comisionado para España Nación Emprendedora del actual Gobierno. Grosso modo, están los business angels (inversores que entran en las primeras fases de desarrollo de la empresa), el venture capital, que busca proyectos con alto riesgo y potencial de crecimiento: los fondos de grandes empresas o fundaciones (llamados corporate, como Wayra de Telefónica o Google Ventures); el private equity, que suele recibir rentabilidades menores a cambio de apostar por empresas con resultado de explotación positivo, y los fondos públicos.
Los inversores necesitan a las start-ups y ellas necesitan a los inversores. Son matrimonios cortos y sucesivos: hay especialistas en dar el empujón inicial (la financiación en las llamadas fases presemilla o semilla), y otros en las más avanzadas (A, B, C o growth). Cada financiador está especializado en su segmento y busca un relevo en el siguiente, el llamado exit, intentando recuperar lo invertido y ganar un porcentaje suficiente como para compensar el resto de sus apuestas, que a menudo fallan, y contentar a sus socios con la rentabilidad esperada.
Hay que afinar el olfato, porque las start-ups rara vez pueden responder ante los que confiaron en ellas su dinero. Normalmente no tienen activos, ni una marca que puedan salvar en caso de naufragio, nada. “El riesgo es altísimo, incluso en nuestro nivel, muy pocas compañías consiguen ser exitosas”, valora Sonia Fernández, socia de Kibu Ventures, un fondo que suele invertir en series A, cuando ya ha habido un capital semilla previo para que la compañía tenga un producto en el mercado. Lalo García, director de The Way Startup Summit, un evento que lleva 14 años celebrándose en Vigo, habla de que han pasado los tiempos en que uno llegaba con un proyecto apuntado en una servilleta y recibía millones. “Eso ya no existe, hay una profesionalización”, pero sigue siendo un terreno abonado de riesgo. “Cada proyecto lleva aparejado un pacto de socios que regula las normas de juego, pero no te da garantías de retorno de la inversión. La única garantía es que el emprendedor haga todo lo que pueda para hacer lo que te ha dicho que hará”. Marcos Martín, consejero delegado de Decelera Ventures, un programa que se celebra en Baleares, define así su trabajo: “No invertimos en una idea feliz. El equipo nos tiene que gustar, tiene que dirigirse a un mercado muy grande y resolver un problema real con una solución inteligente. Cuando más doloroso sea ese problema, mejor”.
Las cifras de financiación de start-ups en España varían según la fuente porque muchas transacciones no son públicas, pero todas coinciden en que 2024 (y lo que va de 2025) las cosas vuelven a parecerse, como decía Polo, a los mejores años para el emprendimiento, concentrados entre 2021 y 2022. Entonces se ejecutaron operaciones por poco más de 8.000 millones, según la Fundación Bankinter, que actualiza tres veces por semana el recuento con las operaciones que se anuncian públicamente.
Más exigencia
Ese bienio brillante para el emprendimiento fue un momento particularmente bueno para conseguir dinero. “Después cayeron muchísimo las valoraciones, hasta un 38%”, cifra desde el South Summit de Madrid su consejero delegado, Nacho Mateo. La corrección que vivió el sector en 2023 ha dado paso a un buen 2024 en el que se firmaron operaciones por valor de 3.163 millones, un 36% más. “Da la sensación de que el capital ha vuelto, pero con criterios más exigentes”. Las rondas, ahora más reducidas y de mayor volumen, están más enfocadas a empresas que tienen métricas y tracción real. Pero dejan fuera a las más pequeñas. El 58% de las operaciones que se firmaron en 2024 fueron de más de 50 millones y en lo que va de año las start-ups siguen siendo un imán poderoso para el capital, con una inversión contabilizada hasta esta semana de 1.779 millones, un 35% más que en 2024.
Los financiadores buscan retornos distintos según el nivel de riesgo que asumen pero todos disparan a iniciativas con mucha carga tecnológica. Rubén Ferreiro, consejero delegado de Viko y socio director de Lanai Partners, invierte sin red, “en fases muy tempranas, en fundadores con ideas ambiciosas”. Lleva unas 30 operaciones en su fondo. “Apostamos por equipos capaces, con una idea que tenga sentido en un mercado lo suficientemente grande y, sobre todo, que apliquen la tecnología, que es la herramienta que te da la escalabilidad”. Como otros fondos, sus inversiones diversifican el riesgo multiplicando las opciones (están en unas 30 compañías) en busca del próximo unicornio —empresa valorada en más de 1.000 millones—. Aunque las cosas suelen complicarse. “Todos los emprendedores te dicen que sí, que tienen ambición, pero después demostrarlo es difícil”, valora. Ha visto caer muchos proyectos. “Esto no es para todos, solo para los que quieren asumir ciertos riesgos”.
Ramón Blanco, cofundador de la gestora Bewater Funds, opina que la IA cambiará el mundo (una frase que repiten la veintena de expertos consultados), y también el ecosistema emprendedor, “pero va a tardar más de lo que la gente cree”. Sobran ejemplos: la francesa Mistral es la start-up de IA más exitosa de Europa. Está valorada en 5.800 millones, pero apenas ingresa 30 millones con sus modelos para codificación, matemáticas o reconocimiento de imágenes. “El dinero se está encaminando a financiar IA porque los inversores pensamos a diez años vista, habrá proyectos muy grandes y exitosos. En Estados Unidos casi la mitad de la nueva inversión se concentra en IA”, contextualiza Blanco.
Francisco Polo es de la misma opinión, pero apunta a que en Estados Unidos está menguando mucho la financiación porque la IA ha disparado las valoraciones de las empresas. “Si le sumas el problema de los aranceles o la inestabilidad eso retrae la inversión. Los fondos de capital riesgo se están decantando por no hacer nuevas operaciones y las que ejecutan se orientan a emprendedores de alto impacto. Eso en España no está pasando, lo que nos da una doble ventaja. Aquí se están dando mejores resultados que en los países de nuestro entorno. Hay una serie de sectores, como fintech, proptech, energía o ahora Defensa, que han levantado un fuerte interés”.
El empresario José Elías, principal accionista de Audax, ha dicho en alguna ocasión que la IA le recuerda al blockchain, una tecnología que durante una época todo el mundo usaba hasta para meterla en el bocadillo de calamares, pero que tiene que demostrar su utilidad diferencial. Luis de Garay, socio del venture capital Samaipata, dice algo parecido: “La IA es la palabra de moda, pero es como quien dice internet. Invertimos en empresas digitales, todas tienen que aplicar internet e IA. Dentro de un tiempo dejaremos de hablar de IA porque permeará todas las actividades. La clave aquí es cómo el movimiento tecnológico está acelerando el desarrollo de las empresas a velocidades vertiginosas. Pero la IA no es diferenciadora, lo diferenciador es cómo la usas”.
Desde Wayra, el brazo de venture capital de Telefónica, su directora Paloma Castellano valora que España se haya convertido en un imán para captar capital. “Se nota en la cantidad y calidad de las start-ups. Hay mucho apoyo en etapas iniciales. Donde tenemos que trabajar es en escalar las compañías con fondos españoles de mayor tamaño”. Coincide en el diagnóstico Carlos Mateo, presidente de la Asociación Española de Start-ups, que se queja de que el país vaya “muy por detrás de otros en inversión corporativa”, con algunas excepciones. “Hoy en día cuando un proyecto crece mucho tiene que buscar inversores internacionales. A medida que vaya madurando el ecosistema esperamos que eso cambie de forma natural”.
Fallan otras cosas, como reconoce Nacho Mateo: “No estamos en los volúmenes que se manejan en el Reino Unido o Alemania, pero el gap se reduce”. Por lo menos abundan los proyectos prometedores. “Quién sabe, a lo mejor nos convertimos en el siguiente unicornio”, sonríe el fundador de Marosa.
Una legislación avanzada, pero con áreas de mejora
La Ley de Fomento del Ecosistema de Empresas Emergentes entró en vigor en 2023 y supuso un paso adelante para fomentar el emprendimiento. Facilita un tipo reducido en el impuesto de sociedades, permite el aplazamiento de deudas tributarias, eleva las deducciones por inversión, y permite exenciones de tributación por las comisiones a éxito que se llevan las gestoras de capital riesgo. “Mejoró el marco normativo, lo cual no quiere decir que no sean necesarios más avances, como una ley de scale ups, que nos permitan hacer crecer las compañías”, señala Paloma Castellano desde Wayra. Carlos Mateo, presidente de la Asociación Española de Startups, cree que ahora es “mucho más fácil incentivar la inversión en estos proyectos”, pero considera que tras dos años de recorrido son necesarias medidas más ambiciosas en materia fiscal “o que por fin se reúna el foro de empresas emergentes” que figura en la norma.