Hay una adolescente rica en Ciudad de México que crió a Napoleón, siendo Napoleón un cerdito minipig que tomaba una estricta dieta diseñada por una etóloga basada en fibra y carbohidratos. Hay una mujer cerca de Quito, Ana Burbano, que llora por la pérdida de su hija, una mona choronga llamada Estrellita. Hay caballos que, durante ocho segundos, tratan de sacarse la muerte de encima y así, con el desespere de las patas al aire, el cuerpo arriba, algunos piensan que detienen el tiempo. Hay una colección de miles de mariposas colombianas a punto de quedar enterradas junto a su anciano dueño, un explorador francés ya sin dinero. Hay una jauría de quiltros capaces de nadar en el Pacífico chileno y matar a lobas marinas que están pariendo; y otra de otros quiltros, los mismos pero distintos, exterminados a palazos. Hay eso en el mundo animal y hay mucho más.
El corazón de la bestia (publicado en abril por Bookmate, la plataforma de lectura de libros en línea) disecciona la compleja relación entre los humanos y otros seres vivos, la abre y le saca las capas, el plumaje, escarba sin miramientos entre lo incómodo y lo tierno. Editado por Leila Guerriero, que lo define como “un libro de riesgo” que hurga en “un asunto sumamente delicado”, reúne cinco crónicas: Nace una estrella, del ecuatoriano Santiago Rosero; Los animales me enseñan cosas, del mexicano Emiliano Ruiz Parra; Por el camino de los caballos, de la uruguaya Soledad Gago; Las alas del deseo, de Lina Vargas, de Colombia, y cierra con Perros de la calle, de la chilena Sabine Drysdale. El prólogo es del escritor argentino Martín Caparrós.
“El libro partió de una idea que a mí me parece inquietante y muy presente, que es el cambio en la relación entre humanos y animales”, apunta por teléfono Guerriero. Después de la sentencia que definió a la orangutana Sandra como persona no-humana “todo ha cambiado a toda velocidad”, escribe en la nota preliminar la periodista argentina: “¿Cómo cambiará el concepto que los humanos tenemos de los animales en unos años? ¿Cómo se analizará en cinco décadas lo que se hacía con los animales en los años 20 del siglo XXI: comerlos, encerrarlos, decapitarlos, embalsamarlos, coleccionarlos, cazarlos, domarlos, castrarlos, vacunarlos, vestirlos, masajearlos, manicurearlos, usarlos como bestias de carga, de tiro, de rastreo? ¿Las generaciones futuras contemplarán la relación entre humanos y animales de esta era como se contemplan ahora la esclavitud o la idea de razas inferiores y superiores: con espanto?”.

En estas crónicas se cuela el lenguaje de Santiago de Chile, los paisajes colombianos, la clase alta de Ciudad de México, la tradición de Uruguay y la burocracia de Ecuador. Guerriero, que eligió a los cronistas y les dio como encargo 50.000 caracteres, define el libro así: “Grandes temas, grandes prosas, con una mirada muy aguda. Encuentro textos ricos en capas de lectura, que no están dictaminando una sentencia, que no están diciendo estos son los buenos, estos son los malos”. Ese espíritu de claroscuros, de crónicas inestables que suben y bajan y se enredan para que el lector oscile con ellas y sienta lástima, afecto, repulsión, no da respuestas, no lo pretende. “¿Somos pares? ¿Podemos deshacer lo que se hizo, quiero decir, devolver a los animales que metimos en zoológicos a la libertad sin más? ¿Se puede borrar toda esa historia de dominio con unos cuantos años de un comportamiento distinto? ¿Cuál debería ser ese comportamiento?“, pregunta Guerriero. Al final sí hay una certeza: “Todos estos textos terminan develando más de los humanos que de los animales”.
La crónica, una herramienta epistémica
Emiliano Ruiz Parra, que escribió sobre política y religión en Reforma y tiene dos libros, se embarca en esta crónica en un paseo por las clases altas mexicanas, retrata a esos perros que pasean con guardaespaldas armados por las Lomas de Chapultepec —el del empresario Carlos Alazraki es uno de ellos—, y a Camila, la perrita millonaria que puede gastar 1.000 dólares a la semana. “Tenemos subreporteadas a las élites en América Latina”, explica por teléfono, tras contar que sus propuestas para el libro eran los ajolotes o las mascotas fifís. Se decantaron por las últimas: “Me ha servido asomarme a una clase social a la que no pertenezco, para hacer una crónica social y un poco política de cómo viven y piensan las élites, explorar un estilo ligero, con una cierta autoficción”.
Así en Los animales me enseñan cosas, Ruiz Parra ve un revés: los animales ya no son los que proveen seguridad, carga o alimento para los humanos, ahora son ellos quienes tienen personal de servicio. “Estas clases altas que ponen a seres humanos a tiempo completo para que los cepillen, les limpien la caca, los saquen a correr… Ya hay nanas y nanos de los animales: no solo de perros, de cerdos, caballos. Eso me hace preguntarme muchas cosas de la precarización, de la proletarización”.

El cronista cree que en general la comprensión de los animales como seres que sienten ha sido muy positivo, pero apunta a los quiebres: “Hay una necesidad de humanización que también puede ser una violación de sus derechos, han dicho los etólogos. Creo que refleja un vacío, muy del neoliberalismo, de nuestras relaciones afectivas entre seres humanos. Tenemos perrhijos en vez de hijos, porque tener hijos es muy caro, no solo en dinero, requiere una gran inversión de tiempo y atención y paciencia.Y creo que la industria lo entiende muy pronto y muy bien y lo ha convertido en un gran mercado”. Como ejemplo, algunas cifras: los mexicanos gastaron en comida para sus animales de compañía 1.664 millones de dólares en 2016 y 3.000 millones en 2022.
Como en la de Ruiz Parra, las crónicas de El corazón de la bestia están cargadas de datos e imágenes, de personajes y expertos, todo engarzado. “La crónica sí es una herramienta para conocer la realidad”, afirma el autor, “esa es una de las enseñanzas de Leila. En Latinoamérica, por lo terrible de nuestra realidad, cronicamos muchas cosas duras y hay que contarlo; pero también otra enseñanza de este tipo de esfuerzos, que podemos contar muchas y encontrar muchas buenas historias, simplemente mirando, con cierta profundidad, lo que queramos”.