En nuestra entrega anterior descubrimos que el aroma es una parte vital en las ofrendas que los mexicanos realizan anualmente para recibir a los muertos. Aunque el origen de la tradición es motivo de acalorados debates en México, no se pueden negar los estrechos vínculos con la cosmovisión católica. En esta entrega veremos cómo se mezclan creencias prehispánicas con símbolos del medievo europeo. Hablemos de sincretismo.
Papel picado: En el mundo prehispánico, el papel amate se usaba para crear tocados para la corte imperial o para recortarlo en forma de los dioses. Poco importó que la práctica fuese prohibida por los frailes españoles, pues al llegar la fiesta de Todos los Santos, los indígenas recortaban las figuras para adorarlas en lo que se creía una manualidad inofensiva. Esa práctica cambió con la llegada en el siglo XIX del “papel china”, un papel delgadito que podía recortarse en masa fácilmente. Era un elemento raro en una ofrenda tradicional, pero serían los artistas postrevolucionarios como Diego Rivera, quienes se encargaron de solicitar tiras de papel para decorar las ofrendas. Muchos de estos artistas admiraban al grabador Posada y pedían, en lugar de los dioses de amate, las calaveras del grabador. Amantes del color, el papel picado se volvió de gusto popular con figuras de calaveras bailarinas, catrinas y cráneos con que decoraron las ofrendas de ciudad.
Velas / Veladoras: La ofrenda se pone para la noche, tiempo en que los difuntos llegan al hogar y vuelven al panteón. Las velas tienen un origen utilitario, que es iluminar a los habitantes en la oscuridad de la celebración. Pero esto no cambió con la llegada de la luz eléctrica y por el contrario, se les dieron nuevos significados en el siglo XX: 4 velas dirigidas a los 4 puntos cardinales, veladoras de santos para alejar el mal, vela de cera de abeja por el trabajo en comunidad… en fin. Pocas ofrendas se hacen con luz eléctrica (como en Huaquechula, Puebla), las velas les dan un aire místico. Por eso, la creencia popular actual afirma que el muerto está en la casa si la flama baila y que se ha retirado cuando se consuma por completo la última vela.
Retrato / Imágenes: Originalmente la ofrenda debía llevar una imagen sagrada. Al ser una tradición de origen católica, se acostumbraban poner cruces o imágenes de santos. Cuando no se era adinerado, la cruz podía hacerse con pétalos de flores o con ceniza a los pies del altar. La era industrial facilitó las estampitas de santos, pero para ese entonces ya se decía que eran los difuntos a quienes se debía recordar; entonces se colocaron retratos. Los óleos se cambiaron por fotografías, pero como los muertos son fantasmas e ilusiones, estaba prohibido ver la foto directamente. Por eso hay sitios donde se hace un juego de ilusión óptica para ver las imágenes en el reflejo de un espejo. Hasta 2017 las fotos no eran obligatorias, pero eso cambió debido al éxito de la película de Disney, “Coco”, que gira en torno a la fotografía de un difunto en la ofrenda. En la creencia original, la imagen es opcional, pero en estos últimos años se ha vuelto imprescindible en el México urbano.
El imaginario medieval hablaba de 4 elementos; agua, fuego, tierra y aire. Esto no existía en la cosmovisión prehispánica y jamás se entendió así. Fue hasta los años 70, con las teorías del new age y el auge del chamanismo, que se mezclaron viejas tradiciones paganas por todo el mundo. El hecho coincidió con la popularización de las ofrendas y el día de muertos en México (que hasta los 60 se consideraba algo de clase baja y populachero). Personajes como la acaudalada Dolores Olmedo, amiga del entonces presidente nacionalista, Luis Echeverría, popularizaron la fiesta entre las élites.
La ofrenda del día de muertos no obedecía originalmente a estos 4 elementos alquímicos. Pero hoy es común encontrar multitudes de textos que aseguran que así es. Según esta creencia, el agua está presente en las bebidas, la tierra en las comidas, el aire en el papel picado o el copal y el fuego en las velas. Casi terminamos de desmenuzar los elementos de una ofrenda. Faltan los más simpáticos de todos: el pan de muerto y las calaveras de azúcar. Estos son para nuestra última entrega.