Aunque hoy casi nadie lo recuerde, Marcel Proust escribió En busca del tiempo perdido, gracias a una extraordinaria capacidad de percepción que le permitió ver lo que nadie pudo. Sus contemporáneos lo consideraron un «médium despierto» y hablaron de él en términos que hoy lo vinculan a los fenómenos psíquicos, un hecho que fue silenciado por la crítica literaria… hasta ahora.
El folclorista galo Bertrand Méheust revela en El escritor y las ciencias psíquicas (Luciérnaga Ocultura 2024) la pieza que faltaba para interpretar la reciente historia de la literatura francesa, «incluso la célebre ‘magdalena de Proust’ tiene que ver con sus desconocidas capacidades paranormales» -señala Javier Sierra, director de la colección Ocultura en la introducción.
De hecho, Proust concibió y redactó su gran proyecto literario durante la edad de oro de las ciencias psíquicas y se codeó con algunas de las figuras del movimiento metapsíquico.
Marcel Proust fue considerado como un vidente por sus coetáneos
Durante los pocos años que precedieron a su muerte, asistimos a la irrupción escandalosa de los fenómenos mediúmnicos en la escena pública francesa. Hay que recalcar que, en 1922, estos fenómenos estaban en boca de todos.
No es insignificante que un escritor de la talla de Proust fuera considerado en vida, tanto por sus allegados como por sus coetáneos, como un vidente.
Resulta que, a causa del asma que padecía desde niño pasaba buena parte del día en la cama y, en ocasiones, no se levantaba hasta el anochecer.
Aislado del mundo, sumido en las profundidades de la noche, viajaba por el pensamiento como un vidente, «comunicándose con todos los puntos del universo», no en dirección al futuro, sino a un pasado que trataba de revivir transfigurándolo a través de la escritura.
Su obra es también la expresión de un entorno y una corriente de pensamiento que se materializó en las ciencias psíquicas de las que surgirían más tarde el programa de investigación de la metapsíquica y la parapsicología.
Sobre estas disciplinas todavía pesa la más profunda de nuestras prohibiciones culturales, la única que ha resistido a la caza de tabúes intelectuales iniciada tras los acontecimientos de 1968. Este tabú ha tenido el efecto de enmascarar las prácticas y las reflexiones de quienes se dedican a las ciencias psíquicas, las cuales, para el ojo perspicaz, se transparentan en los grandes éxtasis del Temps perdu (El tiempo perdido) y Le temps retrouvé (El tiempo recobrado). Burlados y condenados al ostracismo tras la Segunda Guerra Mundial, mientras que en vida de Proust eran escuchados y respetados, los fundadores de la metapsíquica han caído en el olvido. Incluso hoy en día, cuando los rumores sobre sus trabajos llegan a los críticos, se les confunde muy a menudo con los espiritistas o los ocultistas, a pesar de que quisieron distinguirse de ellos adoptando un enfoque crítico sobre fenómenos excepcionales.
Siendo Proust uno de los más grandes escritores contemporáneos, resulta inconcebible que hubiera tenido el menor trato con estos oscuros aficionados y que En busca del tiempo perdido deba algo a sus dudosos trabajos. Sin embargo, así es, y el libro de Méheust aporta pruebas objetivas de ello.
El escritor y las ciencias psíquicas