Los datos son preocupantes: con solo tener el móvil en la mesa, nuestra capacidad cognitiva disminuye un 12%, la atención se fragmenta (tardamos apenas 47 segundos en dispersarnos) y necesitamos 23 minutos para volver a concentrarnos. Cada vez que nos conectamos a un dispositivo nos desconectamos del mundo, advierte Marta Romo, directora general de la consultora de recursos humanos BeUp y experta en neurociencia. Atrapados en la velocidad, en la dictadura de los estímulos efímeros, el cerebro, que no está preparado para procesarlos, colapsa por agotamiento, se erosiona el pensamiento crítico y provoca el mayor aislamiento social de la historia; el que vivimos ahora. La pedadoga comparte sus reflexiones en el libro Hiperdesconexión, que acaba de publicar Roca Editorial, donde invita a ralentizar el ritmo de vida y eliminar compromisos de la agenda para reconectar con nosotros mismos, con nuestros valores.
Pregunta. ¿Es la tecnología el enemigo número uno del cerebro?
Respuesta. No. La tecnología es un acelerador. El mayor enemigo es nuestro estilo de vida: la falta de presencia, las prisas. Ese modo de acortamiento de espacio y de tiempo nos pone en estado de alerta constante y buscamos salidas. Los dispositivos pueden ser una vía de escape ante la saturación mental que tenemos. La tecnología acelera el ritmo. Nos promete mayor productividad, pero es una falsa promesa porque el tiempo que nos regala no lo estamos utilizando para ser más humanos, sino para hacer más cosas y más deprisa y eso nos está deshumanizando totalmente.
P. ¿Cómo podemos evitarlo?
R. Lo que sería realmente interesante es usar ese tiempo para tener más presencia, disfrutar de una buena conversación, aprender, investigar o pensar en el futuro. Para reconectar con nuestro propósito.
P. Pero, como dice, estamos tan agotados mentalmente que no podemos pensar en más cosas.
R. Esa frase que tantas veces oímos: ‘no puedo con mi vida’ es la que me inspiró para escribir el libro. Tenemos un diálogo tremendo todo el rato. Se habla del fenómeno brain rot o podredumbre cerebral, de esa neblina mental, esa atención fragmentada, esa pérdida de memoria y de ese cansancio físico, mental y emocional. Estamos anestesiados. Y esto se retroalimenta con más consumo de entretenimiento vacío, ese vídeo, ese scrolling…
P. ¿Cómo podemos salir de esa espiral?
R. Tenemos que recomponer los trocitos que se han fragmentado de nosotros. Yo planteo una intervención sistémica en distintos frentes. Primero debemos entender cómo funciona la atención y saber que podemos elegir a qué prestársela. También que cuando nos distraemos es porque nuestro cuerpo no puede más: necesita algo. Tenemos una falta de escucha tan grande de nuestro cuerpo que la atención necesita distraerse. Lo contrario de la distracción es la tracción, que es acercarte a lo que quieres conseguir, al propósito. También estamos perdiendo la memoria delegándola en el GPS o en la agenda. Y es nuestra identidad. Y, a nivel relacional, estamos experimentando lo que muchos llaman “estar juntos, pero solos”; los dispositivos y el estilo de vida han transformado nuestras relaciones muchísimo. Además, nos falta energía. El gesto que más tenemos en el día a día es con la cabeza agachada mirando el móvil, un gesto de esclavitud, de sumisión. Se ha demostrado que esa postura nos hace retener y memorizar acontecimientos negativos. Y también nos falta descanso y movimiento.
P. En su libro dice que hemos perdido capacidades cognitivas. Si seguimos así, ¿qué le puede suceder al cerebro?
R. Aún no lo sabemos. La investigación está en una fase muy inicial. Pero ya se observa en niños y adolescentes un empobrecimiento del lenguaje, mucha más dislexia y mayor retraso en el inicio del lenguaje. También se ha detectado el denominado efecto Flynn. Por primera vez en la historia las pruebas de cociente intelectual de las nuevas generaciones salen por debajo de las de sus padres. Y esto es muy preocupante.
P. ¿Y por qué no se habla más de ello? ¿No deberían estar preocupados los gobiernos, las instituciones y las empresas?
R. Es verdad que en algunos países como Australia o los nórdicos se están tomando algunas medidas, como limitar el acceso de los jóvenes a las redes sociales, y esto está muy bien porque no están hechas para cerebros inmaduros. Pero detrás de todo esto creo que hay una reingeniería social. No interesa que estemos despiertos y nos cuestionemos las cosas. Vivimos movimientos mundiales limitantes; se legisla en nombre de la seguridad, se están eliminando muchas libertades y nadie se está quejando. De alguna manera interesa a los gobiernos, las multinacionales o las élites globalistas que estemos anestesiados. Hay un interés económico detrás y yo creo que se trata de una agenda pensada. De hecho, el creador del scrolling se ha desvinculado de su invención porque sabe el impacto que tiene. Es aprovecharse de la vulnerabilidad humana, como las máquinas tragaperras, que nos mantienen enganchados de forma adictiva, pero aquí el impacto es que se desconectan nuestras capacidades cognitivas.
P. Además, su uso es mucho más generalizado.
R. Sí, en niños y en adultos. Cuando empecé a escribir el libro iba preguntando a la gente si sufría los síntomas del brain rot. Pero todos decían que ellos no. Pero cuando hablaban de su día a día acababan confesando que llegaban a casa y necesitaban no pensar y ponerse a ver series. No lo reconocemos. Por eso es mucho más peligroso de que las tragaperras, porque es una anestesia general.
P. En el libro critica el negocio de la autoayuda. ¿No es tirar piedras contra su propio tejado?
R. El desarrollo personal es importantísimo, pero se nos ha ido de las manos. Nos hemos ido a un extremo narcisista, donde apartamos a la persona que nos molesta, cuando realmente es la que nos ayuda a desarrollarnos, ya que son esos choques que incomodan donde existe la oportunidad de mejorar. Yo el planteamiento que hago es el de buscar el bienestar juntos. Y en la empresa, igual. Muchos clientes nos piden conferencias, sesiones de sensibilización y formaciones sobre bienestar, que están muy bien. Pero lo que realmente se necesitan son cambios estructurales que lleven a trabajar de otra manera. Porque si, después de estas intervenciones, vuelven a montar una reunión para todo o a encadenar una con otra, ¿cuándo integras la formación recibida?, ¿cuándo preparas la siguiente reunión? Así pasa que, como no has dedicado tiempo al procesamiento lento, llegas a tu casa y dices ‘no puedo pensar, necesito desconectar’. Tenemos que romper con el continuismo del modelo laboral.
P. Dice que somos los últimos no cíborgs y también los primeros cíborgs y que tenemos que actuar de puente con la siguiente generación para que nuestros hijos no habiten el mundo de la desconexión humana. ¿Cómo hacerlo?
R. Estamos dando el móvil a nuestros hijos como si fuera un chupete. ‘Toma y no me molestes’. No les dejamos aburrirse, que se frustren, no les dejamos tener paciencia y no tenemos conversaciones profundas con ellos porque en la mesa estamos viendo la tele. No podemos perder esas habilidades humanas que nosotros hemos tenido. Para conseguir el bienestar familiar la primera máxima es el autocuidado de los padres para no estar agotados, con falta de sueño y sin paciencia. Y si tuviera que elegir dos herramientas serían: dar ejemplo con los dispositivos. No tenerlos delante e incluso apagarlos. Y la segunda: conversación, conversación y conversación.
P. Volvemos otra vez al problema del tiempo. A la pescadilla que se muerde la cola.
R. Tenemos que eliminar cosas. No cabe nada más en la agenda. No puedo ser la mejor madre, la mejor amiga, la mejor trabajadora y además estar estupenda. No llego y decepciono a mucha gente para poder estar presente. Pero hay que priorizar.
P. ¿Cuál diría que es la mayor neurotontería que ha oído?
R. Parece una calificación divertida, pero es muy profunda. Las neurotonterías son conceptos erróneos que nos limitan. Y ahí está la trampa. La que me molesta mucho y es muy habitual oír es la de desaprender. Es una barbaridad, no se puede desaprender. Estás pidiendo un imposible a tu cerebro y eso supone poner una limitación al aprendizaje. Todo aprendizaje que incorporamos está sostenido por otro anterior, como piezas de Lego.