viernes, agosto 1, 2025

Muere Rodrigo Moya, el lente revolucionario de la fotografía mexicana

Share


La imagen ha sido reproducida por décadas. Es un icono de la izquierda revolucionaria, pero también símbolo de la cultura pop. Muestra al guerrillero argentino Ernesto Guevara con la vista perdida en un punto lejano, pensativo, melancólico, como triste o tal vez preocupado. Fuma un habano, más bien parece morderlo. La larga cabellera negra y la barba hirsuta y esas cejas tan pobladas remarcan el rostro del hombre que levanta aún pasiones y odios. Es uno de sus retratos más conocidos y lo hizo el fotógrafo mexicano Rodrigo Moya, fallecido el miércoles en Cuernavaca. Moya es considerado uno de los grandes maestros de la imagen en México, documentó las guerrillas de Latinoamérica, la invasión estadounidense de República Dominicana, la revolución cubana y los movimientos sociales del 68.

La imagen del Che la captó en La Habana en julio de 1964, durante las celebraciones del triunfo de la revolución. Moya contaría al diario La Jornada que la entrevista con el líder guerrillero fue concedida “intempestivamente” y que él “apenas tenía en la cámara las placas restantes del último rollo 6 por 6 centímetros y algo de 35 milímetros”, pero a pesar de ello y de la “luz mercurial” del salón de reuniones donde se realizó el encuentro, pudo captar esa fotografía ya histórica. “Calculo que tendré unas 400 tomas, aunque en algún momento deseché malas o repetidas”, dijo al diario mexicano, al que también confesó, según cuenta el periodista Luis Hernández, que se “sorprendió al observar que sus manos [las de Guevara] parecían más las de un artista que las de un hombre de armas”.

Moya (Medellín, 1934) llegó con su familia a México cuando tenía dos años y aunque en su juventud se inscribió en la Facultad de Ingeniería de la UNAM, dejó pronto los estudios y se dedicó a la que sería su pasión, pero con una visión muy comprometida, como el hombre de izquierdas que siempre fue. Se nacionalizó mexicano y comenzó a trabajar en 1955 en la revista Impacto, de la mano del fotógrafo colombiano Guillermo Angulo, su gran maestro, y desde donde arrancó una carrera que lo ubicaría entre los pioneros de la fotografía moderna en México, con un enorme interés en documentar las desigualdades sociales y la agitación política de los pasados años sesenta, principalmente el movimiento estudiantil del 68 que plantó cara al poder monolítico del PRI.

Folha de contatos da sessão fotográfica de García Márquez em 1966

“Desde que me inicié en el periodismo entendí que los temas que atraían mi sensibilidad no tendrían cabida en los periódicos para los cuales trabajaba. Por un lado, estaban las órdenes de trabajo, y por el otro, un mundo contradictorio que iba descubriendo en mi ambular de reportero. Acepté que tenía dos cámaras en la mente: una para cumplir la información de mi patrón en turno y otra para captar lo que empezaba a entender con la claridad y profundidad que instruye la realidad y una conciencia rebelde”, contaría en el año 2000.

Aunque no estuvo en la tristemente célebre matanza de Tlatelolco, Moya documentó grandes manifestaciones de aquel año, interesado en ese movimiento que quería generar cambios importantes en el país, aunque ya estaba desencantado con la izquierda. “En el 67, a finales, dejé la fotografía profesional, el fotoperiodismo, por muchas razones, económicas, sobre todo, desencanto del funcionamiento de la prensa, desencantos políticos, la marcha atrás de la izquierda a partir de la muerte del Che. Entonces dejé la fotografía como forma de ganarme la vida, pero de hecho no la dejé como pasión, como una parte fundamental de mi quehacer”, explicó en otra entrevista. De aquellas manifestaciones guardó con celo sus negativos, que ahora son memoria viva del movimiento.

Moya fue un testigo de la historia. Documentó la revolución cubana, de la que fue un gran admirador, pero también tuvo esa suerte que pocos reporteros logran de estar en el lugar correcto en el momento indicado, como ocurrió en 1965, porque fue el único periodista latinoamericano que cubrió la intervensión de Estados Unidos en la República Dominicana. “Cada fotografía tiene una historia”, dijo Moya a este periódico en 2019, cuando mostró parte de las 40.000 imágenes que forman su legado y que retratan 52 años de historia de México y Latinoamérica.

Aunque su trabajo periodístico lo ubica como uno de los documentalistas más importantes de la región, Moya también es recordado como uno de los grandes retratistas de su época. Además de la icónica foto del Che, es famoso su retrato de Gabriel García Márquez, el Nobel colombiano, a quien fotografió el 29 de noviembre de 1966, seis meses antes del lanzamiento de Cien años de soledad. El resultado de aquel trabajo no le gustó en un inicio al escritor, pero la editorial decidió incluirla en la solapa de la edición en inglés de la novela y quedó inmortalizada. La secuencia de imágenes muestra al Nobel vestido con saco a cuadros, fumando, lanzando el humo y mirando directamente a la cámara.

“Cuando lo conocí, me cayó gordo”, reconoció en aquella entrevista Moya, en la que contó su experiencia con el Nobel. “¿Cómo quieres la fotografía?”, le preguntó a García Márquez. “Hazme un retrato a tu manera”, le contestó el escritor. La sesión, de más de una hora, fue incómoda, porque a García Márquez lo ponía nervioso la cámara. “Me costó mucho trabajo moverlo, se quedó sentado todo el tiempo”, dijo el fotógrafo.

Moya lo retrataría 10 años más tarde, luego de un incidente que ya es mítico en la literatura latinoamericana: el del puñetazo que le zampó en el ojo Mario Vargas Llosa a su otrora amigo. Fue en 1976, durante el estreno de Supervivientes de los Andes. El fotógrafo contó que la escritora Elena Poniatowska salió de la sala de cine a conseguir un corte de carne para bajar la inflamación del ojo, pero no tuvo éxito. García Márquez volvió a tocar días después a la puerta de Moya para que hiciera otro retrató también icónico. “Le dije: ‘Oye te dieron un chingadazo de poca madre’, solo así pude sacarle una sonrisa, estaba muy deprimido”, contó Moya sobre aquella experiencia.

Fotografío a los grandes de su tiempo, como un encuentro inédito entre David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera; pero también a John F. Kennedy, Lázaro Cárdenas, Carlos Fuentes y María Félix. “El fotógrafo tiene que captar la esencia de una persona y para eso es imprescindible que el fotógrafo tenga carácter”, explicó Moya. “Si detestaba al personaje, buscaba joderlo un poco, no podía tomar una foto neutra que dejara de lado mis convicciones”, afirmó. Documentó la miseria de México, sus cantinas, huelgas y manifestaciones; puso su lente en la lucha guerrillera y, aunque más tarde se desencantaría de aquello en lo que de joven puso sus pasiones políticas, dejó un legado enorme, el del ojo que supo ver y disparó el clic de la cámara en el momento exacto.



Source link

Read more

Local News