El ciclismo de la tercera década del siglo enseña que no hay épica sin ciencia, que no puede haber locura sin conocimiento. Pero el aficionado no olvida lo que le enseñaron los profetas antiguos, los Girardengo, Coppi, Bartali, Tarangu, Merckx: que no puede haber épica sin montañas como la de Le Finestre, una ventana al infinito y a las nubes de los Alpes que casi tocan con la punta de los dedos, pues tan alto trepan, a más de 2.000 metros, donde el oxígeno es tan ligero que desafía a los pájaros y huye de los pulmones que pugnan por atraparlo a grandes bocanadas, por su camino de grava, con su sudor, su dolor; que no puede haber locura sin locos audaces que guiados por su deseo, sus sueños, atacan y aceleran donde el cuerpo pide calma, descanso, como ataca Richard Carapaz, a 42 de meta, a 14 de la cima, tan lejos, como responde Isaac del Toro, y contraataca Simon Yates, el inglés con cuentas pendientes con la montaña, y con el Giro. Son dos contra uno. Los viejos, 32 años cada uno, orgullosos de su tiempo, contra el niño, de 21 años. 60 minutos que conmovieron el Giro.
Solo así puede brotar la emoción. La piel de gallina, la taquicardia. Solo de ahí puede nacer la gloria, las flores que lloverán sobre el ganador, el único que ha desafiado al destino sin mirar atrás. Pétalos olorosos y suaves.
Por delante, entonces, dos docenas de corredores en fuga. Solo uno resiste la llegada de los campeones, el australiano de Melbourne Chris Harper, de 30 años, líder del Jayco morado, y su veterana alma de aventurero desenfrenada desde las antípodas.
Es la batalla de tres campeones, de tres vidas muy diferentes también, tres mundos, dos épocas, que revisitan Le Finestre y allí interpretan su misión. Es la victoria de Simon Yates, tercero en la etapa, que este domingo se proclamará en Roma ganador del 108º Giro de Italia. En el podio, los dos grandes derrotados: segundo, Del Toro, a 3m 56s, que cede la maglia rosa que ha vestido 11 días; tercero, Richard Carapaz, a 4m 43s.
En Le Finestre –2.178 metros, 19 kilómetros al 9% continuo, 45 curvas de herradura retorcidas en la ladera, ocho kilómetros de grava, y después un mínimo descenso hasta 1.400 metros y ascensión tendida hasta los 2.000m de la estación de Sestriere— se habla de la huella de Savoldelli, de Landa, de Contador; de la huella de Chris Froome sobre todas, del inglés que parecía loco cuando atacó en 2018 para hundir al soberbio Simon Yates, y era una locura solitaria y controlada, calculada, cada hora un auxiliar con hidratos de carbono para alimentar su energía. Fue una revolución que Yates sufrió como nadie y Carapaz contempló a su pesar, cuarto clasificado de aquel Giro, perseguidor impotente de la ciencia del inglés. Del Toro tenía entonces 14 años, un chaval que pasaba el día con su mountain bike o jugando al fútbol, todavía ajeno a un mundo que le atraparía, y solo años después vio y revió mil veces la película de la locura épica de Froome, y lo entendió todo. Siete años después, la alimentación horaria es la norma. Ya no hay un puesto o dos de avituallamiento sólido con bolsas y una lata de cola para eructar, sino cinco puestos, uno cada 35-40 kilómetros, para recibir bidones y geles y gelatinas, más de 150 gramos de carbohidratos a la hora, más de 8.000 calorías de gasto que hay que energizar.
Carapaz ha nacido a 2.800m y respira altura, y a las cinco de la mañana se levantaba a ordeñar las vacas. Se hace ciclista porque en sus Andes, en la frontera con Colombia, es el deporte que permite a los campesinos huir de la condena de la tierra y la pobreza. Yates es inglés de Burly, junto a Manchester, hijo de la moda del ciclismo que revivió en las islas con el Tour de Wiggins, la ciencia Sky, los Tours de Froome. Pioneros de las concentraciones en el Teide para espesar la sangre, oxigenarla. Del Toro es de la costa y el mar, 16 metros de altitud su Ensenada, de un país sin tradición ciclista; para salir de pobre puede hacerse boxeador o futbolista, para divertirse puede surfear las olas, y elige el ciclismo porque un loco de las bicis se dedica a buscar talentos por todo México, y en un laboratorio de San Marino se construye y crece. La altitud, la de Sestriere, la de Sierra Nevada, la respira en las concentraciones guiado por las lecciones de hipoxia que le enseña su entrenador, el sudafricano Jeroen Swart, jefe de médicos en el UAE, y la entiende tan bien, la asimila como un andino nato, que sus mejores victorias, las que le dieron el Tour del Porvenir a los 18 años, las consiguió en los gigantes alpinos de Francia, en el Iseran, 2.764 metros sobre el nivel del mar, o en el col de la Loze, 2.300m.
Del Toro, longilíneo espléndido, 1,80m, 64 kilos, es un nativo digital, un atleta de alto rendimiento en el deporte que más le pone; Carapaz, más chaparro, 1,70m, 62 kilos, tan potente o más; Yates, más ligero, 1,72m, 58 kilos, pero, siempre lo dicen en su equipo, se cayó en la marmita de pequeño y no conoce sus límites. Llega a la penúltima etapa como tercero en la general, a 1m 21s de Del Toro.
Yates acelera. Se va. Carapaz persigue y para. Teme a Del Toro, no al mayor de los hermanos Yates. Del Toro vigila. Exceso de lucidez hecha ciclista. Siempre a la rueda de Carapaz desencadenado, impaciente. Un surplace de velódromo. Faroles. Del Toro no se dispersa. Solo piensa en Carapaz. Se duerme contemplando la única rueda. Aprovecha la voluntad de Derek Gee, el cuarto hombre. Espera que se agote para actuar. Frío. Calmo. Es Anquetil, un Boeing, un IBM, un alambique que todo lo metaboliza. Es un juego peligroso que le cuesta la enemistad de Carapaz, que le cuesta el Giro.
Yates se va, tanta gasolina como si se hubiera pasado el Giro ahorrándola, pues siempre ha corrido oculto, sin dar una pedalada de más. Un solo día. Un solo golpe. La eficiencia es la ciencia. No la épica. No la locura. El ataque del rival infravalorado. Olvidado. Invisible. A 32 de meta ya es maglia rosa virtual. 1m 40s de ventaja.
Solo entonces se mueve Del Toro. Exprimidos sus compañeros, le toca a él. La grava es su segunda tierra. La rosa, su piel. Su muerte. Yates, sentado en su bici de gravel. La tecnología Visma heredada del Sky en su maillot. Él, sentado, empinado a la Pogacar. Con Gee, con Carapaz. Galeotes encadenados uno a otro. Atados al suelo que los agarra. Su voluntad se ha estrellado contra sus límites. Avanzan a espasmos y para. Las banderas palestinas en la cuneta de tierra seca muestran el camino. Lo emprende Carapaz. Del Toro, siempre a rueda. La locura es la cuneta. Miles de enloquecidos aficionados. Locura de estadio. Ellos se paran.
1m 40s en la cima. Del Toro lidera el descenso. Van Aert, cabeza de puente del Visma, espera a Yates en una curva. Del Toro levanta el pie. Es el fin. No hay más. El joven y el viejo no colaboran. Ya no son dos aventureros que no tienen nada que perder. Les pierde el amor por lo que tienen, el miedo por lo que pueda pasar. Regalan la victoria antes que pelear por ella. Maldito tacticismo, condena la afición, que exige altruismo absoluto en sus campeones, y llora, como llora, derrotado por la emoción, Simon Yates junto a las vallas de Sestriere. Del Toro llega más de cinco minutos después y esprinta para ser noveno. Sonríe. Saluda. Abraza a su amigo Pellizzari. Se ha quitado un peso de encima y se quita el sombrero simbólicamente ante Yates cuando cruza la meta. “Chapeau para Simon Yates y el Visma, que lo han hecho muy bien. Hay que ser un gran ganador y un buen perdedor. Y creo que soy un buen perdedor. Chapeau para ellos”, dice el único mexicano que ha vestido la maglia rosa. “He perdido y me siento muy decepcionado, pero no quiero llorar ante la cámara. Me decepciona más por mis compañeros que por mí, pero, no me arrepiento de nada y seguro que volveré muy, muy fuerte”, dice Del Toro. “Tengo que aceptar que no gané y no tomarme las cosas demasiado a pecho. Por supuesto que siento dolor cada día. Lo sentiré más. Pero es así. Mi familia piensa que voy a empezar a llorar o algo así. Pero no, yo no soy así. Seguiré trabajando y volveré, seguro. Puedo ganar el Giro”.
Del Toro ha tenido miedo de ganar a los 21 años. Quiere ser un chico normal. Carapaz no ha podido. “Él perdió el Giro. No ha sabido correr bien y ha ganado el más inteligente”, lamenta Carapaz, y los viejos recuerdan cómo se frenaron uno a otro Roglic y Nibali cuando el ecuatoriano, que ha escrito y sufrido la historia, les ganó el Giro del 19. Perdieron los dos. Perdió Latinoamérica orgullosa.
Yates ha ganado una Vuelta, la del 18, y había perdido dos Giros, el del 18 y el del 21 ante Egan. La perseverancia le ha premiado. Y la inteligencia.