Munder Safadi, un hombre en la treintena, atraviesa la valla recién abierta por los militares israelíes y se abraza a un grupo de mujeres y hombres de varias edades. En medio del gentío, se viven escenas de alborozo y lágrimas al mediodía de este miércoles. A Munder le acarician el rostro sudoroso para tratar de superar la incredulidad mientras se hacen todos un selfi en familia con uno de los móviles. “¡Veinte años, veinte años!”, grita una de las mujeres al responder a la pregunta de cuánto hace que no se veían. Munder acaba de pisar Majdal Shams, la localidad de población drusa de los Altos del Golán sirios ocupados desde 1967 por el Estado judío y separada por una fortaleza de metal del territorio sirio bajo autoridad de Damasco.
A pocos kilómetros de donde se agolpan varios miles de personas de ambos lados, el conflicto se recrudece con un aumento de los bombardeos por parte de Israel sobre Damasco y otras zonas de Siria. Las autoridades del Estado judío señalan que tratan de defender a la minoría drusa, enfrentada al nuevo Gobierno sirio que encabeza de manera interina Ahmed al Shara, el exyihadista que lideró la caída del régimen de Bachar al Asad el pasado diciembre.
Como los Safadi, muchos otros drusos de uno y otro lado han podido volver a verse después de que los mandos militares al frente de un despliegue de un centenar de uniformados decidieran abrir la verja para evitar males mayores. La tensión había ido creciendo desde media mañana después de que varios cientos de personas llegaran desde el lado sirio hacia la valla. Los botes de humo lanzados por los soldados no solo no detuvieron a los ciudadanos, que seguían avanzando enarbolando banderas drusas, sino que acabaron provocando varios incendios en la zona. Algunos vecinos de Majdal Shams lanzaron disparos al aire en señal de rabia.
Finalmente, acudió un camión de bomberos y, para poder sofocar las llamas, se tuvo que abrir la gran cancela de la verja. Eso fue aprovechado por cientos de personas para mezclarse de manera festiva y sin que los cuerpos de seguridad de Israel se opusieran. La población drusa bajo administración de Israel es de unas 150.000 personas y están exentos de acudir al ejército, con lo que son muy pocos los que se alistan.
Tras calmarse las aguas, a lo largo de la tarde, decenas de jóvenes de Majdal Shams lograron superar en varias oleadas las alambradas y empezaron a correr hacia el otro lado sin hacer caso al llamamiento realizado por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Entrada la noche se apreciaba un goteo de personas que volvían en ambas direcciones.
“Mis hermanos, ciudadanos drusos de Israel, la situación en [la provincia siria de] Sueida es muy seria. (…) el ejército de Israel está operando allí” —señala el primer ministro en un comunicado— “para salvar a nuestros hermanos drusos y eliminar a las bandas del régimen”. “Solo tengo una simple petición que hacerles: ustedes son ciudadanos de Israel. No crucen la frontera”, añade el mandatario.
“Israel tiene que elegir entre ayudar a los drusos o estar con el asesino del presidente Ahmed al Shara y el Estado Islámico”, comenta firme y en tono enfadado Daniel, un vecino de 28 años de Majdal Shams que, como la inmensa mayoría en el Golán, salvo los colonos judíos, no se siente israelí. El joven, asomado a un promontorio en medio de un tumulto de gente a escasos metros de la valla, lamenta que la comunidad internacional esté blanqueando al nuevo líder sirio y que, incluso, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo considere “un buen chico”. Además de haberse reunido con Al Shara de forma amistosa, Trump ha levantado las sanciones al régimen de Damasco. Pero, al mismo tiempo, el líder republicano estadounidense es el más firme aliado de Netanyahu.
Daniel destaca que los drusos en Majdal Shams y otras localidades de los Altos del Golán siempre han protestado de manera pacífica, pero que eso puede acabarse. En ese momento, saca su móvil y muestra un vídeo supuestamente de estos días en Sueida en el que se ve a un coche pasando varias veces sobre los cadáveres de dos drusos en una calle. Lo pone indignado en bucle sin importarle la crudeza de la escena. Por ese tipo de actos es por lo que Daniel defiende los bombardeos del ejército de Israel sobre Sueida o Damasco. “Somos una minoría en peligro. Allí están también nuestros familiares”, argumenta señalando al otro lado de la alambrada”.
“Nací aquí y nunca he estado al otro lado, pero no me siento ni siria ni israelí”, sostiene Arish, una mujer de 40 años que observa la ajetreada jornada desde el palco privilegiado que es su casa, a una decena de metros de la valla. Reconoce que nunca ha presenciado nada igual. Sí señala que en este punto a veces vienen vecinos de uno y otro lado a verse, aunque sea separados por la verja. Junto a ella, su hija Julie, de 15 años, no quita ojo al fuego, a las carreras, a los gritos, a los cánticos, a las reivindicaciones…
Los Altos del Golán controlados por Israel llegaron a convocar para este miércoles una huelga general que tenía por objetivo presionar para que se salvaguarden los derechos de sus hermanos del otro lado. Una asamblea con autoridades locales trató por la mañana de aunar opiniones y la manera de actuar en medio del conflicto. No fue posible. Unos defendían acudir a presionar a la valla, otros propugnaban no alterar más los ánimos. En la tarde del martes en torno a medio centenar de personas ya cruzó al otro lado sin que los militares lo impidieran, pero todos fueron forzados a regresar. Fayez Shoquer, de 49 años, quiere que la población se mueva. “Tenemos que cruzar y ayudar a nuestras familias en Sueida. Los están masacrando. No sabemos bien qué está pasando allí”, agrega.
La tensión ha ido en aumento en las últimas horas desde que tropas del ejército del régimen sirio se adentraran en la ciudad de Sueida, a unos 100 kilómetros de Majdal Shams, lo que ha llevado a Israel a tomar la decisión de atacar desde el aire. La provincia de Sueida ha sido escenario en los últimos días de enfrentamientos sectarios —que han dejado casi 300 muertos, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos— entre drusos e integrantes de tribus beduinas favorables al Gobierno de Damasco.
Minutos después de haber atravesado hacia tierras bajo control israelí, Munder Safadi vuelve a cruzar al lado de la valla desde el que llegó. Se monta en su moto mientras sus familiares le despiden alzando los brazos al cielo con algunas lágrimas brillando en el rostro. No saben cómo va a acabar la guerra y si van a volver a pasar otros 20 años para volver a abrazarse.