Seguimos pendientes de la confirmación por pares de la detección de un mundo con vida extraterrestre detectada por los sensores del Telescopio Espacial James Webb.
Se llama K2-18b, también conocido como EPIC pollab, y es un exoplaneta que orbita alrededor de la zona habitable de una estrella enana roja (la K2-18) situada a 120 años luz de la Tierra, en la constelación de Leo.
Tiene un tamaño 8,6 veces superior al de la Tierra y su año apenas tiene 33 días. Pese a esto, en 2019, dos estudios de independientes, que combinaban datos del telescopio espacial Kepler, el telescopio espacial Spitzer y el telescopio espacial Hubble, concluyeron que había cantidades significativas de vapor de agua en su atmósfera. Y, donde hay agua, puede haber vida, al fin y al cabo, es el medio que permitió el florecimiento de la Tierra.
Dos estudios de independientes concluyeron que en K2-18b había cantidades significativas de vapor de agua en su atmósfera
Entre los meses de enero a abril de 2023, el telescopio James Webb escaneó el planeta durante un par de tránsitos de 2,5 horas frente a su estrella anfitriona. Sus instrumentos escrutaron la luz estelar que atraviesa su atmósfera y proporcionaron a los astrónomos pistas espectrales que pueden utilizarse para identificar los gases presentes en K2-18 b.
Sabemos que detectó metano en abundancia y dióxido de carbono con muy poco amoníaco, una combinación que sugiere que el mundo podría ser un tipo de planeta oceánico. El JWST también reveló otro compuesto, el llamado sulfuro de dimetilo (DMS) que es producido en la Tierra por la vida microbiana, como el fitoplancton marino.
Un nuevo estudio proporciona nuevas y tentadoras pistas sobre posibles mundos oceánicos, y el James Webb también ha vuelto su mirada hacia planetas rocosos como los ya conocidos planetas TRAPPIST-1 b y TRAPPIST-1 c, que –estos sí- poseen el tamaño de la Tierra. Desafortunadamente, reveló que son rocas desnudas sin atmósferas protectoras, lo que hace improbable la vida allí.
La cautela en anunciar el hallazgo de vida extraterrestre está fundamentado en que, si bien en la Tierra, no se conoce ningún proceso que cree moléculas de DMS salvo la vida oceánica, en un mundo como K2-18 b podrían darse las condiciones adecuadas para la existencia de fuentes abióticas no vivas.