domingo, junio 22, 2025

¿Y ahora qué? | Internacional

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Desde que en 2002 se desveló el programa nuclear secreto de Irán, académicos y periodistas hemos elucubrado periódicamente sobre el riesgo de un choque militar entre ese país e Israel, que lo percibía como una amenaza existencial. En cada ocasión, se terminaba dando por hecho que EE UU frenaría el deseo de pasar a la acción de los halcones israelíes. Ya no más. El presidente Donald Trump no solo ha respaldado el ataque de Benjamín Netanyahu contra la República Islámica, sino que se ha unido al bombardeo. ¿Y ahora qué?

Los primeros análisis de este domingo hablan de incertidumbre. Poca incertidumbre para los iraníes sobre los que caen las bombas sin refugios en los que guarecerse (tampoco para los israelíes a los que no protege la Cúpula de Hierro, en especial entre los árabes). Poca incertidumbre para los habitantes de los países vecinos que, con o sin ataque a las bases estadounidenses allí desplegadas o a las instalaciones petroleras, ya están viendo, como el resto del mundo, el coste económico de la inestabilidad. La operación es desde el principio un despropósito.

Más allá de la imposibilidad de acabar con el programa nuclear iraní a base de bombas (no tanto por los búnkeres en los que el régimen protege sus instalaciones, sino por los conocimientos adquiridos), más allá del espejismo de un cambio de régimen por vía aérea, hoy toca preguntarse a dónde nos lleva esta guerra. La realidad es que nadie lo sabe.

Hay quienes alertan de un conflicto regional más amplio. Y tienen motivos. Ante la agresión flagrante, ¿qué otra salida le queda al régimen iraní? Bombardear bases estadounidenses en la península Arábiga, como ha amenazado la Guardia Revolucionaria, o llevar a cabo atentados contra intereses estadounidenses e israelíes fuera del escenario de operaciones bélicas. No es tan fácil.

Corre por las redes un chascarrillo de que si su líder supremo, Alí Jameneí, responde con debilidad, perderá la cara (y la poca legitimidad que tiene, me permito añadir), pero que si se muestra contundente, perderá la cabeza. Tanto Netanyahu como Trump han dicho que saben dónde se esconde y algunos medios aseguran que Jameneí ya ha nombrado potenciales sucesores por si acaso.

Pero dado que el primer objetivo del régimen islamista que gobierna Irán desde la revolución de 1979 es su propia supervivencia, también caben otras opciones menos dramáticas. ¿Es posible que los jefes de la Guardia Revolucionaria, que son quienes de verdad cortan el bacalao en Teherán, se conformen con una respuesta simbólica y acepten luego entrar en una negociación diplomática seria con EE UU? Es posible, aunque improbable. Salvo que fuera una treta como la empleada por Trump cuando dijo que se daba dos semanas para pensárselo y ya tenía la decisión tomada.

Entre medias hay también otras posibilidades aparentemente más tranquilizadoras, pero solo aparentemente. Tal vez la movilización de las petromonarquías de la península Arábiga, aliadas de Trump y que temen que el choque entre Tel Aviv y Teherán arruine sus economías, y algún otro esfuerzo diplomático paralelo consigan que no se produzca la temida escalada sin lograr tampoco que se alcance un acuerdo. Es decir, que se enquiste el conflicto, como otros muchos, con los que convivimos sin vergüenza en este siglo XXI.

La velocidad a la que se difunden noticias y no-noticias hará que nos olvidemos pronto. Pasaremos de pantalla. Mientras, el actual régimen iraní, o el que algún día le suceda, habrá aprendido la lección y estará más empeñado que nunca en dotarse de armas nucleares con las que protegerse de un eventual ataque



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