
En su décimo aniversario, la Agenda 2030 afronta un panorama desalentador: solo el 17% de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) registra un ritmo suficiente de progreso. La probabilidad de que los ODS no se alcancen es alta. El reciente Informe sobre la contribución de las empresas españolas a los ODS, de la Cátedra de Liderazgo y Sostenibilidad de Esade y el Observatorio Social de la Fundación La Caixa, atribuye parte de este estancamiento a un contexto internacional de fragmentación geopolítica, debilitamiento del multilateralismo y estrategias climáticas desiguales.
Las guerras en Ucrania y Gaza han generado niveles récord de desplazados. Las crisis climáticas y medioambientales amenazan cada vez más los ecosistemas planetarios. El año 2024 fue el más cálido hasta la fecha; las emisiones globales de gases de efecto invernadero y la concentración de CO₂ en la atmósfera también alcanzaron máximos históricos. El PIB per cápita en los países más vulnerables crece ahora más lento que en las economías avanzadas, por primera vez en este siglo, frenando la convergencia de ingresos. A esto se suma una deuda externa elevada y un déficit de inversión en los ODS de cuatro billones de dólares anuales en los países en desarrollo.
Las metas con mayores retrasos tienen que ver con los sistemas alimentarios, biodiversidad, uso sostenible de la tierra, paz e instituciones sólidas. En España, casi un 58% de los objetivos están en camino de ser alcanzados, el 18% muestran un progreso limitado y el 24% se encuentran en retroceso. El país se sitúa en el top 15 del índice mundial de los ODS, con una puntuación de 80,7. Los BRICS muestran progresos significativos, pero los países más pobres quedan rezagados. La brecha entre el desempeño promedio global y el de los países más vulnerables se ha ensanchado desde 2015.
Prácticas como el consumo insostenible, la exportación de residuos tóxicos, el comercio ilícito o la competencia fiscal desleal generan impactos negativos y obstaculizan el logro de los ODS. Para reducir estos impactos y avanzar hacia un comercio justo y sostenible es crucial fortalecer el multilateralismo. Esto implica seguir estableciendo normativas y estándares ambiciosos que fomenten un sistema comercial más sostenible, equitativo y alineado con el bienestar de las personas y la protección del planeta.
Sin embargo, el inicio de la segunda Administración de Trump, las tensiones geopolíticas y el recrudecimiento de las disputas comerciales han relegado los principios de la gobernanza climática global a un segundo plano. Igualmente, el auge de partidos políticos de extrema derecha ha situado la sostenibilidad en el blanco de todo tipo de críticas, convirtiendo la identificación con los ODS en una cuestión ideológica sujeta a la orientación política de cada Gobierno. Esta instrumentalización ha debilitado el consenso global y ralentizado su implementación.
Aun así, en el foro Summit for the Future (2024) se aprobó el Pact for the Future, un intento de establecer un acuerdo para revitalizar la cooperación global. El pacto busca “acelerar” los ODS con acciones “audaces, ambiciosas, justas y transformadoras”, aunque su capacidad vinculante es limitada y la voluntad de los actores para aplicarlo, incierta. La distancia entre los compromisos formales y su implementación real ha sido una constante. El sector privado jugará un papel clave en el logro de estas acciones. Entre sus prioridades destacan: fortalecer la resiliencia de las cadenas alimentarias, eliminar subsidios a los combustibles fósiles, y reforzar la inversión privada en desarrollo sostenible y acción climática.
Existe una clara desconexión entre la situación geopolítica y la visión del pacto, así como entre los firmantes y su capacidad real para cumplir los objetivos. Naciones Unidas presenta el pacto como un acuerdo internacional de gran alcance para “un nuevo comienzo en el multilateralismo”, pero los conflictos militares y comerciales evidencian la crisis de este modelo. Aunque lograr un pacto global en un contexto es un éxito, invocar aspiraciones sin respaldo real puede dañar aún más la credibilidad de las instituciones que representan el multilateralismo.