El 18 de enero de 2021, dos días antes de que Donald Trump dejara la Casa Blanca en el momento más bajo de su carrera política y 12 después de instigar el asalto al Capitolio, la Comisión 1776 publicó sus conclusiones. El entonces presidente de Estados Unidos había encargado el otoño anterior a ese grupo de trabajo ―formado por 18 intelectuales, políticos y activistas conservadores y ningún historiador― la redacción de un informe sobre la mejor manera de promover la “educación patriótica”. El resultado pretendía ser una “descripción poderosa del efecto que los principios de la Declaración de Independencia han tenido en la historia” de Estados Unidos, así como “una refutación contundente” de los intentos por reescribirla desde la “izquierda radical”.
Aquel texto fue recibido con duras críticas por expertos de uno y otro signo político, pero la cosa no pasó de ahí: al fin y al cabo, Estados Unidos parecía a punto de superar la anomalía de Trump y todo hacía pensar que este caminaba derecho al vertedero de la historia.
Casi cuatro años y medio después, Trump está, contra todos los pronósticos y tras un inequívoco triunfo electoral, de vuelta en la Casa Blanca. Listo para decidir cómo este país piensa recordar su revolución contra los ingleses y la Declaración de la Independencia del 4 de julio de 1776, de la que, dentro exactamente 12 meses, se cumplirán 250 años.
El programa de actividades oficiales del Gobierno estadounidense echó a andar este jueves, víspera de la fiesta grande del Día de la Independencia, con un mitin de Trump en la capital de Iowa. Es famosa una frase del escritor Bill Bryson sobre esa ciudad: “Nací en Des Moines; alguien tenía que hacerlo”. Resulta que también es uno de sus “lugares favoritos en el mundo” del presidente estadounidense, o eso dijo él esta semana, una semana en la que la encuestadora Gallup publicó un sondeo que concluye que el patriotismo de los estadounidenses (solo un 59% de los cuales se declara “muy o extremadamente orgulloso de serlo”) está en su mínimo histórico.
En realidad, el acto de Iowa acabó convertido en uno de los clásicos mítines del republicano, espectáculos en los que mezcla los chistes y el elogio a los suyos y los ataques a sus enemigos, con la venta de sus últimos triunfos; en este caso, la aprobación ese mismo día de una ambiciosa reforma fiscal “grande y hermosa” llamada “One Big Beautiful Bill” (BBB). .
Trump, que venía de firmar un decreto para aumentar el precio de los parques nacionales para los extranjeros, anunció la conmemoración más “America First” imposible. Esta incluye la celebración en 2026 de una Gran Feria Estatal Estadounidense itinerante que acabará en una “gigantesca fiesta en el Mall de Washington” con representación de los 50 Estados; un certamen de “juegos patrióticos” con atletas estudiantes; y −en lo que al principio pareció otra de sus bromas pero parece que va en serio− un combate de artes marciales mixtas en la Casa Blanca, organizado por su amigo, el empresario Dana White, para un público de 20 o 25.000 personas”.
“Será el año más importante de la historia de nuestro país”, prometió Trump sobre el semiquincentennial, palabro que define en inglés el hito que marca el paso de un cuarto de milenio y que ya ha hecho fortuna aquí en los diarios; así, o en su versión abreviada, semiquin.

Desde su vuelta al poder, el presidente estadounidense ha dedicado un considerable esfuerzo a deshacer los cambios que cristalizaron en museos y currículos escolares con la toma de conciencia que trajo el asesinato a manos de un policía blanco de Minneapolis del afroamericano George Floyd. Los historiadores temen que aproveche el aniversario para ahondar en esa agenda, en vista de que ha expresado su deseo de que las estatuas racistas derribadas en 2020 regresen a sus pedestales, de su furia por renombrar bases militares y portaaviones y de la fumigación ordenada en webs federales de las menciones a ilustres abolicionistas o a defensores de los derechos de los homosexuales.
En marzo, firmó un decreto en el que exigía la “limpieza ideológica” de las instituciones culturales y pedía “recuperar la cordura” y “restaurar” el pasado. “Más que un regreso a la cordura”, protestó entonces la Asociación de Historiadores Estadounidenses, “es un blanqueamiento para destruir la verdad”. Además, como consecuencia de sus ataques a las políticas de diversidad, igualdad e inclusión, museos de todo el país dedicados a contar oscuros episodios del supremacismo blanco han perdido o viven bajo la amenaza de perder su financiación federal.
Antes, una de las primeras decisiones ejecutivas de Trump fue la creación del grupo de trabajo Salute to America 250, cuyos textos llevan la firma del Hillsdale College, centro educativo de extrema derecha de Míchigan. Presidido por él y compuesto por miembros de su Administración, ese equipo se encargará de avanzar en la conmemoración junto a la Comisión America250, fundada en 2016 por orden del Congreso. Esta última es imparcial, cuenta con unos 30 miembros y está presidida por Rosie Rios, que trabajó para Barack Obama (y de momento, continúa en su puesto).

“Todo nacionalismo acude a la historia para imponer su propia versión de la misma, elabora relatos que sirven a sus intereses políticos y a menudo la manipulan o tergiversan con ese fin”, explica el historiador Javier Moreno Luzón, autor de un iluminador ensayo titulado Centenariomanía (Marcial Pons), sobre cómo las naciones celebran su pasado a partir del ejemplo de los aniversarios que encadenó la España de principios del siglo XX, desde la guerra de la Independencia a la muerte de Cervantes.
“Los nacionalistas están enfermos de pasado”, continúa Moreno Luzón. “Trump no ha ocultado su militancia nacionalista y, a juzgar por sus planes, aprovechará al máximo el 250º aniversario de la independencia para difundir por todos los medios, bajo el control de la Casa Blanca, una determinada visión de la historia norteamericana”.
“Nos hemos enfrentado a enormes crisis antes, a eso que Lincoln llamó nuestras ‘fieras pruebas”, admite, por su parte, el prestigioso biógrafo presidencial estadounidense John Meacham. “La diferencia está en que ahora muchas personas han optado por seguir a un movimiento y a un líder, el presidente en ejercicio, que se ha demostrado dispuesto a anteponer sus propios intereses a los principios de la Declaración de Independencia y el funcionamiento de la Constitución. Aún no lo ha logrado del todo, pero el hecho de que su intento de aferrarse al poder el 6 de enero [de 2021] no le saliera no significa que ese instinto haya desaparecido”.

Todas las conmemoraciones, “sin excepción”, nos dicen “más del presente que del pasado”, según Moreno Luzón. Y Trump parece ser consciente de ello, como demuestra una obsesión que se remonta al principio de su primer mandato, cuando ya fantaseaba con que el semiquincentennial se convirtiera en “uno de los grandes hitos de la historia universal”.
Años después, la Comisión 1776 nació en buena medida como respuesta al Proyecto 1619, un monografico de la revista dominical de The New York Times. Lo firmaba la periodista Nikole Hannah-Jones y proponía, entre otras cosas, retrasar el reloj 157 años y considerar la llegada de los primeros barcos esclavistas a las costas de Virginia como el principio de la historia de Estados Unidos. El Proyecto 1619 se convirtió rápidamente, junto a esa teoría crítica de la raza que propone enfrentarse al pasado del país como un problema de racismo sistémico que perdura, en uno de los principales enemigos del conservadurismo norteamericano.
Un jardín de héroes
En aquellos meses de 2020, en los que dio un mitin en el Monte Rushmore, en Dakota del Sur, y posó ante las efigies esculpidas en la piedra de Washington, Jefferson, Teddy Roosevelt y Lincoln, Trump también puso en marcha la construcción de un Jardín Nacional de Héroes Estadounidenses. La idea era albergar las estatuas de 250 grandes hombres y mujeres, de Abraham Lincoln a Steve Jobs y de Lauren Bacall a Harriet Tubman. En mayo de este año, firmó otro decreto para resucitar el proyecto, cuya localización aún está por fijar. Su deseo es que esté listo para el 4 de julio de 2026, aunque este jueves un portavoz de la Casa Blanca se conformó con que llegara antes del final de su mandato, en 2029.
Los artistas interesados en participar (el plazo para presentarse terminó este martes) debían ser ciudadanos estadounidenses capaces de entregar su trabajo a cambio de 200.000 dólares por estatua, y que con ese dinero cubrieran el costo de los materiales, el diseño y el transporte. Las condiciones del concurso han despertado las sospechas sobre su viabilidad y, aún peor, sobre el riesgo de que todo acabe convertido en un museo de cera al aire libre.
Más allá de las consideraciones estéticas, a Moreno Luzón le “llama la atención un proyecto tan anacrónico, propio de la estatuomanía de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX”, y se teme que la iniciativa, que recibe una dotación de 40 millones en la BBB, “más que unir, divida a la ciudadanía”.
“Hay cierta preocupación entre los académicos por la manipulación de la historia que pueda traer el semiquincentennial, en el que sospecho que cristalizará la narrativa que Trump y los suyos han impulsado desde hace una década”, advierte M. J. Rymsza-Pawlowska, historiadora de la American University de Washington y autora de un libro sobre el “éxito” de la última gran conmemoración, la del bicentenario en 1976. El ensayo trata también de cómo su programa de actividades logró unir a millones de sus compatriotas en un renovado interés por el pasado común que dejó tras de sí la construcción de un centenar de equipamientos culturales dedicados a su estudio.
Cincuenta años después, y cuando se cumple una década de la irrupción de la figura divisiva de Trump, esa idea de la experiencia compartida no puede darse por hecha en vista de que la memoria se ha convertido en otro frente de eso que llaman “las guerras culturales”. A la pregunta de cómo cree que habría sido el 250 aniversario de haber ganado Kamala Harris, Rymsza-Pawlowska se negó, como “historiadora”, a “jugar a los futuribles”.
“Dejémoslo en que celebraciones como estas sirven a quien está en el poder para afianzar valores, principios e iniciativas que defienden en otros ámbitos”, dijo. “También”, añadió, “son producto de un contexto cultural y político. El bicentenario no se entendería sin los movimientos sociales de los sesenta, porque, en buena medida, su organización fue impulsada por la energía y la determinación de grupos cívicos por todo Estados Unidos”.
En la del año que viene también tendrán su papel las Administraciones locales y estatales (especialmente, aunque no solo, de los lugares correspondientes a las 13 colonias, aquel embrión de Estados Unidos de 1776). Y se confía en la esforzada tribu de los amantes de la historia. Son esos fanáticos a los que es común ver los domingos (de la historia) en los campos de batalla de la guerra civil o de la Revolución Americana vestidos de época, emulando episodios del pasado.
Ese pasado que −dicen que dijo otro americano ilustre, Mark Twain− “no se repite, pero a menudo rima” y que, con Trump en la Casa Blanca, está a punto de convertirse, camino del 4 de julio de 2026, en un candente asunto del debate político presente.