
El Gobierno laborista de Keir Starmer está decidido a revertir, con la aplicación de un “pragmatismo sin escrúpulos”, décadas de declive de la energía nuclear en el Reino Unido. El país que contribuyó decisivamente a la fisión del átomo y que construyó en 1956 la primera central, Calder Hall, con fines comerciales, llegó a tener 18 reactores en funcionamiento en 1988. A mediados de los noventa, un 25% de la energía consumida en la isla era nuclear. Hoy esa aportación es del 14%, y cinco de las seis plantas que siguen en funcionamiento tienen previsto su cierre para mediados de la próxima década.
La combinación del miedo ante las armas atómicas; el pavor provocado por desastres como Chernóbil o Fukushima; el respaldo político de la izquierda a los mineros y al carbón en su batalla contra Margaret Thatcher; los fuertes intereses de la industria petrolífera y gasística y la oposición histórica de los grupos medioambientalistas a la energía nuclear explican gran parte de este declive.
A eso ha de añadirse una explicación económica: la estricta regulación en materia de seguridad y planificación urbanística, el elevado coste de la mano de obra y la eterna lucha legal contra los obstáculos de vecinos y municipios afectados (los llamados NIMBYs, en inglés: Not in My Backyard, No en mi patio trasero) han provocado que proyectos como el de la central de Hinkley Point C, en Somerset, lleve diez años en marcha, su ejecución haya vuelto a ser retrasada a 2031 y se haya convertido ya en la planta nuclear más costosa de la historia, con un total de casi 53.000 millones de euros cuando esté finalizada.
Aun así, el Gobierno británico ha decidido apostar con firmeza por una nueva generación de plantas nucleares, así como por grandes proyectos como la central de Sizewell C, en la localidad de Suffolk. En junio, la ministra de Economía, Rachel Reeves, anunció que destinaría 11.500 millones de libras esterlinas (unos 13.600 millones de euros) de inversión pública a ese proyecto. “La seguridad no se reduce a reforzar nuestras fuerzas armadas. También se trata de evitar que los precios energéticos no se disparen debido a sucesos que ocurren en algún lugar del mundo, o a que una cadena de suministro internacional frágil se vea distorsionada (…) La seguridad nacional también es la seguridad energética”, proclama Reeves ante los asistentes del congreso del sindicato GMB, que aplaudían entusiasmados.
“Porque es la decisión correcta para abaratar el coste de la vida y crear empleos, y la decisión correcta para obtener seguridad energética, hoy anuncio que este Gobierno laborista va a invertir en el mayor despliegue de energía nuclear realizado en una generación”, defendía Reeves.
La inversión en el proyecto Sizewell C supondrá la generación de 10.000 nuevos puestos de trabajo, según cálculos del propio Gobierno. Si se agregan los 13.600 millones de euros comprometidos a los 3.100 que ya se anunciaron hace un año, y a los 4.200 que el Tesoro británico ha apartado para la construcción de la central en los últimos dos años, la suma supera los 20.000 millones en inversión pública para una estación nueva.
Con una capacidad estimada de generación de 3,2 gigavatios, la nueva central podría suministrar electricidad para seis millones de hogares. Sizewell C tardará al menos entre 9 y 12 años en ser completada, pero es el primer empeño en levantar una nuclear nueva en el Reino Unido desde 1995.
Más renovables
El Gobierno de Starmer ha defendido desde el primer minuto la necesidad de construir nuevas centrales nucleares, para proporcionar una carga base que reduzca el riesgo de la producción intermitente de electricidad que suponen las eólicas y solares. El Reino Unido, abanderado en la lucha contra el cambio climático, ha realizado un inmenso esfuerzo en la última década por aumentar sus renovables.
Los laboristas han anunciado también su apuesta por la construcción de los primeros Reactores Modulares Pequeños (SMR, en sus siglas en inglés). Con una capacidad de hasta 470 megavatios, este tipo de centrales son, en teoría, más fáciles y rápidas de poner en marcha, porque sus componentes pueden fabricarse en una localización distinta y ser posteriormente trasladados. En el Reino Unido no hay todavía ninguna en funcionamiento. Son la alternativa elegida por los grandes gigantes tecnológicos para alimentar los descomunales centros de datos necesarios para desarrollar todos los nuevos proyectos de inteligencia artificial.
Durante la reciente visita de Estado de Donald Trump al Reino Unido, ambos Gobiernos anunciaron un acuerdo de colaboración, la Alianza Atlántica para el Avance de la Energía Nuclear, que pretende aligerar el ámbito normativo para la construcción de centrales, con el propósito de reducir a la mitad el plazo de construcción. Si el presidente estadounidense lanzó a la fama el eslogan drill, baby, drill (algo así como ‘perfora, bebé, perfora’), para impulsar nuevas prospecciones petrolíferas, Starmer ha proclamado su particular versión, build, baby, build (construye, bebé, construye), con el propósito de convertir al Reino Unido “en uno de los líderes mundiales en energía nuclear”.