¿Prefieres el crossfit en grupo o correr solo con tus cascos puestos? ¿Te mueves por salud, por estética o por socializar? Una nueva investigación sugiere que nuestras elecciones —y nuestra forma física de partida— podrían estar más determinadas por nuestra personalidad de lo que creemos. El estudio, que publica este martes la revista científica Frontiers in Psychology, analiza cómo los cinco grandes rasgos de personalidad — extroversión, amabilidad, neuroticismo, apertura a la experiencia y responsabilidad— se relacionan con el estado físico, la preferencia por distintos tipos de ejercicio y la capacidad de mantener un programa de entrenamiento. Según sus autores, la personalidad no solo influye en si hacemos o no ejercicio, sino también en qué tipo nos resulta más placentero y en cómo nos ayuda a gestionar el estrés.
El hallazgo sugiere además que adaptar el tipo de ejercicio a la personalidad no solo podría mejorar la adherencia a los programas de actividad física, sino también potenciar sus beneficios. No es un asunto menor: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), apenas un 20% de adultos y adolescentes cumple con la recomendación de hacer al menos 150 minutos semanales de actividad moderada o intensa.
“Conocernos a nosotros mismos y conocer la personalidad de nuestros pacientes puede ayudarnos a hacer recomendaciones personalizadas que favorezcan cambios más sostenibles en los hábitos de actividad física”, explica la autora principal de la investigación, Flaminia Ronca, profesora de la University College de Londres (UCL).
Los investigadores trabajaron con personas sanas que se inscribieron en el estudio tras recibir anuncios por redes sociales o correo electrónico. A cada una se le asignó al azar un plan de entrenamiento en casa de ocho semanas —que combinaba ejercicios aeróbicos en bicicleta estática con entrenamiento de fuerza— o bien se le incluyó en un grupo de control, que mantuvo su estilo de vida habitual. Y quienes seguían un plan de entrenamiento, iban realizando sesiones de ejercicio de diferente tipo e intensidad.
Durante el estudio se midieron variables como la condición física de partida, la capacidad cardiorrespiratoria (estimada mediante el consumo máximo de oxígeno o VO₂ máximo), la masa muscular, el nivel de disfrute con la intensidad del ejercicio y los niveles de estrés. Después, estos datos se analizaron en relación con los cinco grandes rasgos de personalidad, el modelo más aceptado en psicología actual.
La intensidad es para los extrovertidos
En el caso de la masa muscular, lo que más influía era la edad y el sexo, no la personalidad. Pero sí aparecieron asociaciones claras entre ciertos rasgos y la forma física inicial o la adherencia al entrenamiento. Por ejemplo, quienes puntuaban alto en extraversión —personas sociables, que disfrutan de ambientes estimulantes— tendían a tener mejor forma física desde el principio. También mostraban un mayor VO₂ máximo (un indicador clave del rendimiento deportivo), más potencia al pedalear y mejor tolerancia al esfuerzo. No solo rendían más, sino que además disfrutaban especialmente de sesiones exigentes como el entrenamiento interválico de alta intensidad (HIIT) y sobre todo cuando había otros presentes.
Por otro lado, las personas con puntuaciones altas en responsabilidad —un rasgo asociado a la organización, la disciplina y la constancia— tendían a hacer más ejercicio semanal, participar con más frecuencia en clubes de entrenamiento y obtener mejores resultados en pruebas físicas como flexiones o plancha. También presentaban un menor porcentaje de grasa corporal. No es sorprendente: la responsabilidad está sólidamente asociada con la adopción y el mantenimiento de hábitos saludables a largo plazo, ya que estas personas suelen ser perseverantes y estar orientadas a metas concretas.
La apertura a la experiencia —vinculada a la curiosidad, la imaginación y la reflexión— no se asoció ni con una mejor forma física de partida ni con un mayor disfrute del ejercicio intenso. Al contrario, quienes puntuaban alto en este rasgo valoraron peor las sesiones más exigentes. La amabilidad tampoco mostró asociaciones relevantes, algo que coincide con hallazgos de investigaciones anteriores.
Los ansiosos que logran más beneficios
Tener un nivel más alto de neuroticismo —un rasgo asociado a la ansiedad, la preocupación constante, el estrés o la inestabilidad emocional— no se relacionó con una peor forma física de partida, pero sí con una recuperación más lenta del ritmo cardíaco tras el esfuerzo. Estas personas —cuyo estereotipo en la ficción se podría asociar a personajes como George Costanza, de Seinfeld, o como Bridget Jones— tendían a disfrutar más de sesiones cortas, de baja intensidad y, especialmente, si podían realizarlas en privado, sin ser observadas. Paradójicamente, no mostraron una mayor tasa de abandono, aunque sí eran menos propensas a monitorizar su frecuencia cardíaca durante el entrenamiento.
Lo más llamativo es que este grupo fue el que experimentó una mayor reducción del estrés percibido al finalizar el programa, independientemente de sus mejoras físicas. Es decir, aunque su rendimiento no fuera superior al del resto, se beneficiaron especialmente en el plano emocional. Este hallazgo sugiere que, aunque no siempre disfruten del ejercicio, quizá lo necesiten más que nadie. Abre, además, la puerta a nuevas formas de prescribir la actividad física como herramienta personalizada para la regulación emocional.
Aunque parece lógico que quienes son más propensos al estrés obtengan mayores beneficios psicológicos del ejercicio, Paul W. Burgess, catedrático del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la UCL y coautor del estudio, propone una hipótesis adicional basada en trabajos previos de su laboratorio. “Con técnicas de imagen cerebral, hemos observado que durante actividades de resolución de problemas y reflexión —recomendadas por psicólogos cognitivos para superar dificultades— se activan intensamente ciertas áreas de la corteza prefrontal. También hemos encontrado que esas mismas zonas se activan con el ejercicio físico, y que la intensidad de esa activación está relacionada con la tendencia de una persona a sentir depresión”. En otras palabras, el ejercicio activa en el cerebro las áreas que usamos para afrontar problemas y superar obstáculos, lo que ayuda a manejar mejor el estrés y las emociones negativas. “Es una línea de investigación que seguimos explorando”, destaca Burgess.
El estudio refuerza la idea de que no existe un programa de ejercicio válido para todo el mundo. Mientras los extrovertidos tienden a disfrutar más de rutinas intensas y estimulantes, las personas con niveles altos de neuroticismo podrían beneficiarse de actividades más discretas, flexibles y en solitario. “Lo que quisimos averiguar es por qué la personalidad influye en la forma física: si ciertos rasgos hacen que se disfruten más determinados tipos o intensidades de ejercicio, para poder diseñar recomendaciones personalizadas, especialmente útiles para motivar a personas sedentarias”, explica Ronca.
Ahora bien, la personalidad no debería entenderse como una barrera. “Conviene probar distintas cosas y observar cómo nos sentimos. No sirve de nada prescribir un plan perfecto si la persona lo sigue solo seis semanas y luego vuelve a la vida sedentaria. El disfrute es clave para el cambio de hábitos”, subraya la autora del nuevo estudio.
El reto de motivar a personas sedentarias
El psicólogo del deporte José Carrascosa, que no ha participado en la investigación, considera que es un trabajo valioso, pero invita a leerlo con matices. “Hay una base hereditaria clara de los rasgos de personalidad, y de habilidades como la predisposición a la actividad física o el oído musical”, apunta el también fundador de Saber Competir, empresa dedicada al asesoramiento de deportistas y clubes de fútbol profesional.
Pero esa predisposición no está escrita en piedra: el entorno, el aprendizaje y el contexto social pueden moldearla. “A esa predisposición yo le llamo ‘el pronto’ que cada uno tenemos”, explica. Y pone un ejemplo: “Un aficionado al fútbol diría que el talento de Messi es innato, que ‘ha nacido con el gol’. Pues no. Messi probablemente ya cogía la pelota con habilidad siendo un bebé, pero sin contexto de entrenamiento no habría llegado a donde ha llegado. Sus habilidades visomotoras y su inteligencia espaciotemporal sí serían innatas, pero su excelencia futbolística se explica porque ha crecido con una pelota en los pies”.
Para los autores, este estudio representa un paso hacia una visión más personalizada de la actividad física, que tenga en cuenta no solo las capacidades del cuerpo, sino también las características de la mente. “No creo que haya deportes específicos para cada forma de ser, pero sí personas que pueden sentirse más cómodas en unos deportes que en otros”, entiende Carrascosa, que también ha sido orientador en un instituto de secundaria. Según su experiencia, tanto con deportistas como con adolescentes, adaptar el acompañamiento psicológico al perfil de cada persona marca la diferencia: “Un joven con alto neuroticismo y rasgos perfeccionistas puede ser un gran futbolista, pero requerirá apoyo específico para aprender a gestionar el estrés del deporte en grupo, mientras que un chico muy extrovertido y disperso necesitará reforzar la disciplina y la concentración”.
En definitiva, comprender cómo somos no determina qué tipo de ejercicio debemos hacer o qué deporte practicar, pero sí puede ayudarnos a diseñar entornos, apoyos y rutinas para ponernos en forma —y mantenernos— a largo plazo.