domingo, abril 13, 2025

Los erráticos aranceles de Trump acelerarán el declive de la hegemonía norteamericana | Negocios

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¿Qué caminos puede seguir un país para intentar recuperar su liderazgo mundial cuando percibe síntomas de declive de su hegemonía? El prestigioso economista e historiador del orden económico y financiero internacional Charles P. Kindleberger nos enseñó que cuando un imperio comienza a percibir que los costes de mantener el orden mundial son mayores a los beneficios que le reporta, acaba enfrentándose a un dilema: elegir entre un “liderazgo cooperativo” con otras potencias, o un “liderazgo hegemónico”, obligándoles a que le ayuden a recuperar su poder.

Estados Unidos se enfrenta a un claro declive. Donald Trump ha elegido el camino del liderazgo hegemónico para “hacer a América grande de nuevo”. El instrumento utilizado para torcer el brazo a sus socios comerciales son los aranceles.

¿Qué consecuencias tendrá esta guerra arancelaria? ¿Abocará a la economía norteamericana (y a la mundial) a una recesión? ¿Traerá una nueva era de proteccionismo? Nadie lo sabe. Lo único cierto es que la errática política arancelaria de Trump solo puede conducir al caos económico.

Mientras vamos viendo cómo evolucionan las cosas, los aranceles de Trump plantean dos cuestiones de interés. La primera es por qué ha elegido la guerra arancelaria y qué lógica económica hay detrás, si hay alguna. La segunda es qué impacto puede tener esta guerra comercial en la estabilidad del orden geoeconómico y geopolítico mundial. ¿Veremos una transición desde el orden hegemónico norteamericano a un nuevo orden cooperativo con otras potencias? En su caso, ¿será una transición pacífica o traumática? Por razones que también señalaré más adelante, es posible pensar en una transición no traumática.

Pero, vayamos por partes.

Auge y declive de la hegemonía norteamericana

El liderazgo se basa, ante todo, en la disposición a asumir los costes de garantizar la existencia de servicios públicos globales: la estabilidad económica, política y militar global. Estados Unidos obtuvo su liderazgo sustituyendo al imperio británico a partir de la Primera Guerra Mundial. La transición de ese liderazgo se realizó con connotaciones dramáticas.

A la salida de la Segunda Guerra Mundial, en la conferencia de Bretton Woods del año 1944, Estados Unidos diseñó un nuevo orden económico mundial, con el dólar como moneda de reserva mundial. Un sistema que era aburrido para los especuladores financieros, pero muy eficaz para la creación de riqueza, empleo y comercio. Durante los siguientes “treinta gloriosos” años, Estados Unidos consolidó su poder industrial. El cénit de su liderazgo probablemente tuvo lugar a principios de los años 90, bajo la presidencia de George H. W. Bush, añadiendo una dimensión moral al impulsar el régimen de los derechos humanos en todo el mundo y las intervenciones humanitarias.

Las cosas cambiaron de forma inesperada. La caída del muro de Berlín y la disolución del imperio soviético crearon el espejismo del triunfo definitivo del capitalismo anglosajón. La confianza en los mercados libres, la desregulación (especialmente financiera y laboral) y la glorificación de la globalización se transformaron en los mantras de la política. Las importaciones comenzaron a sustituir a la producción nacional. El déficit comercial se vio agravado por el hecho de que la compra de dólares como moneda de reserva por parte del resto del mundo provocaba la sobrevaloración del dólar, encareciendo las exportaciones y abaratando las importaciones. Fue el inicio del declive industrial y de la pérdida de buenos empleos de clase media en muchas comunidades del país.

Al declive industrial se sumó un cambio de cultura económica que ha traído una pérdida de vigor moral como consecuencia del predominio de las actividades financieras y de su cultura especulativa. También ha contribuido la aparición de nuevos oligarcas tecnológicos, con una conducta similar a los viejos “Robber Baron” industriales y financieros del siglo XIX. El resultado ha sido la aparición de una cultura económica similar a la del El Gran Gatsby, la gran novela americana sobre el dinero, la clase social, la gloria y el desamor de F. Scott Fitzgerald, cuya lectura es tan actual hoy como ayer. La fractura social y la fractura cultural y moral dividen hoy a la población estadounidense en dos bandos políticos prácticamente iguales.

Con el telón de fondo del declive económico y la fractura social y cultural, en 2016 un tipo errático como Donald Trump supo oler la sangre y el dolor de una clase media laboral abandonada políticamente y despreciada culturalmente por las élites políticas y económicas. En ese escenario, emergió como el mensajero de la pérdida de vigor económico y moral del país. El eslogan de su campaña fue un acierto de marketing político: “Hacer América grande de nuevo”. Cuestión diferente es si su política arancelaria sirve para lograrlo.

¿Existe una lógica económica coherente detrás de los erráticos aranceles de Trump?

La estrategia elegida por Trump para hacer de nuevo grande a América con el uso de los aranceles parece extravagante y aristocrática, propia de un Rey Sol que humilla o premia a sus súbditos. Pero tiene precedentes políticos. La utilizó el régimen nazi durante los años treinta para expandir su poder hacia el sur y el sudeste de Europa. Posteriormente, también lo hizo la Unión Soviética con Europa oriental. Una explicación teórica de este uso político del comercio internacional se puede ver en un libro olvidado de Albert O. Hisrschman, pero que vale la pena volver a leer: El poder nacional y la estructura del comercio exterior (1945).

Hisrschman se apoyó en la teoría clásica del comercio internacional, pero la complicó de forma sutil. Allí donde la teoría clásica ve “ganancias del comercio” que son “mutuamente benéficas” para ambos países, Hisrschman introdujo la idea de que, en realidad, esas ganancias son asimétricas: benefician más al país grande que al pequeño, al rico que al pobre, al industrial que al agrario. Según su análisis, el país hegemónico aprovecha los elementos y los desequilibrios de poder que están potencialmente inscritos en las relaciones comerciales aparentemente “inocuas”. Esa asimetría se produce cuando el volumen de comercio entre un país A y los Estados Unidos es mucho más importante para A que para Estados Unidos.

Puesta de sol en la Estatua de la Libertad (Nueva York), el 9 de noviembre pasado. 

De acuerdo con la máxima “fortuna est servitus” (“la fortuna es esclava”), la ganancia que obtienen los países por comerciar con Estados Unidos de forma asimétrica puede significar una elevada dependencia para el país exportador y una gran capacidad de dominación para Estados Unidos. Cuando las características estructurales de las relaciones económicas internacionales son de esta naturaleza, “hacen que la búsqueda del poder sea una tarea relativamente fácil” para el país rico. La estrategia arancelaria aparentemente errática de Trump puede interpretarse desde este análisis de Hirschman.

¿Existe realmente una lógica económica coherente detrás del comportamiento aparentemente errático de los aranceles de Trump? No lo sé, pero en su entorno hay economistas que sí lo piensan. Uno de ellos es Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente. En un artículo publicado en noviembre de 2024 (A User´s Guide to Restructuring the Global Trading System), Miran establece un vínculo entre el declive de la producción manufacturera, la debilidad del empleo industrial, el déficit comercial crónico y el papel del dólar como moneda de reserva. Para alcanzar el objetivo de Trump de proteger la manufactura nacional a la vez que mantener el dólar como moneda de reserva global, pero devaluándolo, la opción que plantea Miran es utilizar los aranceles.

¿Cómo funcionaría esta estrategia? Primero, se elevan los aranceles de forma unilateral y errática, tal como está haciendo Trump. A continuación, se pide a los países que no reaccionen de forma “histérica” y negocien, concediendo para ello prórrogas, tal como acaba de hacer con la prórroga de 90 días, excepto para China. A cambio de que los países acepten el perjuicio que sufrirán al encarecerse sus exportaciones con los nuevos aranceles, Estados Unidos les ofrece su paraguas de defensa militar. El resultado de esta estrategia es que disminuyen las importaciones y aumentan las exportaciones, el déficit comercial crónico se corrige, la producción nacional aumenta y se crea empleo industrial. Esto permite que el dólar se devalúe, manteniendo, sin embargo, su papel como moneda de reserva global. El resultado final es “Make América Great Again”.

¿Puede llegar a funcionar esta estrategia arancelaria? ¿Existe realmente? De creer a algunos analistas, formaría parte del “Acuerdo Mar-a-Lago”, nombre de la residencia de Trump en Florida. No se conoce este documento, ni si en realidad existe. De existir, es una estrategia audaz, pero temeraria. Se tiene que mover en un pasillo tan estrecho que lo más probable es que descarrile. La estrategia arancelaria de Trump es una fabulación. Es la versión estadounidense del cuento de la lechera.

Los aranceles de Trump acelerarán el declive de la hegemonía norteamericana

Nadie conoce las consecuencias de la guerra comercial de Trump. Pero hay cuatro frentes a tener en cuenta. El primero es el de la economía. Los aranceles están produciendo ya un daño autoinfligido a la economía norteamericana. Pero este daño no parece importarles. Dicen estar preparados para “empujar la economía a un periodo de dolor, incluso una recesión”, para hacer que América vuelva a ser grande de nuevo. Es un argumento moral cuestionable, porque nadie puede estar seguro de que esa estrategia de dolor funcione. Pero, dada su personalidad, a Trump no le frenará el caos que producen sus aranceles, sólo lo harán, en su caso, los ciudadanos en las elecciones de medio mandato de dentro de dos años. Mientras tanto, el caos y la pérdida de confianza harán difícil que los fondos de inversión y los países sigan comprando deuda norteamericana, o que los inversores se decidan a hacer inversiones productivas en Estados Unidos.

Más allá del daño económico, está también el daño al “alma” norteamericana, a los valores de la democracia y de la sociedad norteamericana, como ha afirmado David Brooks, el influyente columnista del New York Times. Este daño moral debilita la credibilidad y la confianza en los Estados Unidos. La confianza también se ve debilitada por el ataque a las instituciones. En el terreno cultural e institucional, Trump pretende una “revolución cultural” al estilo de Mao Zedong. El riesgo es que, como señaló el filósofo Jürgen Habermas en este diario, una vez destruidas las instituciones no se pueden restaurar sin más, aunque haya cambio en la presidencia.

El tercer frente es el del orden económico internacional. Los aranceles de Trump pueden tener “efectos no deseados” para Estados Unidos en este terreno. Los países pueden no reaccionar como Trump espera, sometiéndose a sus caprichos. Después de la obra mencionada, Hirschman volvió a analizar cómo los países sometidos a la dominación del país hegemónico pueden activar ciertas tendencias en la dirección contraria (De la Economía a la Política y Mas allá, 1984). Más que debilitar, el proteccionismo de Trump puede acelerar el progreso tecnológico de los rivales. Es el caso de la inteligencia artificial china de DeepSeek. Lo mismo puede suceder con la Unión Europea. El nuevo mercantilismo norteamericano puede no traer una reducción del comercio internacional, sino desviaciones de este y nuevos acuerdos comerciales entre los países afectados.

El cuarto frente es el orden político-militar internacional, la geopolítica. Como he señalado, la Administración Trump busca intercambiar aranceles por protección militar. Pero su credibilidad en este campo también se ha debilitado. Su actitud ambigua con la defensa de Ucrania y de la OTAN hará dudar a otros países. China ya ha ofrecido su paraguas militar para aquellos países que se sientan indefensos. La Unión Europea prepara su propia Defensa.

¿Es posible pensar que el caos económico y político que está provocando Donald Trump pondrá en marcha la transición del liderazgo hegemónico norteamericano a otro más compartido? ¿Vendrá acompañada de un interregno perturbador? En el ámbito de la economía no hay una respuesta para esta cuestión. Pero acogiéndome al “posibilismo” de Hirschman y a la sabiduría de Kindleberger, me atrevo a sostener una respuesta tal vez optimista, pero en cualquier caso institucional, que ve en las relaciones comerciales que han aparecido durante el período de hegemonía norteamericana la suficiente inercia como para que prosiga el movimiento de avance.

En todo caso, a la espera de ver cómo se desarrollan las cosas, pienso que los erráticos aranceles de Donald Trump acelerarán el declive económico, político y moral de Estados Unidos. Como sucedió en otros imperios, el americano está amenazado de derrumbe por la negligencia de sus élites políticas y económicas. Es el momento para que la Unión Europea asuma un mayor liderazgo en la configuración de un nuevo orden económico y político global más cooperativo y equilibrado. Como señalé en un artículo en estas mismas páginas hace dos semanas, Donald Trump puede ser una bendición para Europa.



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