Javier Milei ha ganado este domingo con el 40,8% de los votos la elección para renovar el Congreso. Ha sido un triunfo inesperado por su magnitud y presentado como épico por el ultraderechista. Ha tenido motivos suficientes para celebrar. Luego de cuatro meses de espanto para la Casa Rosada, con la economía dependiente de un rescate financiero de Donald Trump, sonados casos de corrupción y hasta candidatos fuera de juego por vínculos con el narcotráfico, el Gobierno temía quedar más cerca del 30% que del 40%. Milei ha celebrado incluso un triunfo ajustadísimo en la provincia de Buenos Aires, donde hace solo dos meses, en las elecciones para legisladores provinciales, había perdido ante el peronismo por más de 14 puntos. La ultraderecha ha ganado también con claridad en la capital y provincias grandes como Córdoba, Mendoza y Santa Fe.
“Hoy el pueblo decidió dejar atrás 100 años de decadencia, hoy empieza la construcción de la Argentina grande”, dijo Milei en su primer discurso triunfal. El presidente agradeció uno a uno a sus ministros, incluso a los que ya presentaron su renuncia, como el canciller Gerardo Werthein y el de Justicia, Mariano Cuneo Libarona y llamó luego a sumar fuerzas con la oposición. “A partir del 10 de diciembre pasamos a contar con 101 diputados en vez de 37. Y en el Senado pasamos de seis senadores a 20. A partir del 10 de diciembre tendremos el Congreso más reformista de la historia argentina. Nos alegra saber que en muchas provincias la segunda fuerza no es el kirchernismo, sino los oficialismos provinciales, fuerzas racionales que saben que uno mas uno da dos. Por eso invitamos a los gobernadores a discutir estos acuerdos”, agregó. El presidente subió al escenario de saco y corbata y no de cuero negro, “vestido de presidente”, como suele decir, y su tono fue sosegado.
El resultado bonaerense explica buena parte del triunfo de la ultraderecha. Es el distrito más grande del país, con casi el 40% del censo nacional, y revertir la derrota ante el peronismo no estaba ni en las previsiones más optimistas del Gobierno. La Libertad Avanza no había podido siquiera llevar en la papeleta la foto de su candidato en ese distrito, Diego Santilli, porque el elegido por Milei, José Luis Espert, renunció por presunta corrupción sin tiempo suficiente para reimprimirlas.
El Gobierno basó su campaña en torno al miedo a un regreso del peronismo en su versión kirchnerista. Donald Trump ayudó en esa estrategia: hace dos semanas, dijo que los 40.000 millones de dólares que ofreció a Milei —20.000 bajo la forma de un intercambio de monedas y el resto como un crédito de privados— dependían de un triunfo de la ultraderecha. Más tarde matizó sus declaraciones, pero bastaron sus condiciones para que se derrumbaran los bonos argentinos y se depreciara el peso. Si la idea era generar miedo en el electorado, fue muy eficiente.
El peronismo ha perdido inesperadamente en todas sus versiones en 18 de las 24 provincias argentinas. Pero no solo ellos. Han sido grandes perdedores también la media docena de gobernadores que intentó sin éxito crear una alternativa a la ultraderecha y el peronismo bajo el paraguas de una nueva agrupación que llamaron Provincias Unidas. Su intención fue erigirse en árbitros dentro de un Congreso que seguirá sin mayorías. Visto el resultado, ha sido evidente que los votos que esperaban fueron a parar a la ultraderecha.
Una guerra entre el bien y el mal
La estrategia de Milei de reducir la elección a una guerra entre el bien, representado por él, y el mal, es decir el kirchnerismo, ha sido un éxito. Para el politólogo Juan Negri, de la Universidad Torcuato Di Tella, la polarización hizo que “buena parte de la población prefiriese votar a Milei antes que un regreso del peronismo”. “El peronismo, además, no transmite que sea una oposición con un plan para adelante, sino que solo dice que todo lo que hace Milei está mal. Su éxito en las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires parece haber movilizado a muchos votantes antiperonistas”, dice. Según el conteo final, la participación creció nueve puntos con respecto a aquella elección local.
Pese al triunfo, Milei tendrá que ponerse en modo “recalculando”. No tiene quorum propio en el Congreso y deberá tejer nuevas alianzas internas. “El principal desafío de Milei es rápidamente reestructurar el Gabinete y demostrar que es capaz de tender puentes políticos para garantizar la gobernabilidad en los últimos dos años de mandato, que van a ser, sin duda, los más difíciles”, dice Patricio Giusto, director de la consultora Diagnóstico político. “Y segundo, no seguir demorando el rediseño del programa económico, que hoy está sostenido artificialmente por un salvataje de emergencia que ya demandó que el Tesoro americano”, agrega.
Milei había presentado la jornada electoral como una pelea por la supervivencia política, una apuesta a todo o nada inusual para una elección que apenas suele marcar el termómetro de la sociedad hacia la gestión del momento. Pero el actual no es un ciclo habitual en Argentina: Milei llegó al poder hace dos años con apenas representación parlamentaria, sin un solo gobernador provincial propio y un equipo sin capacidad técnica y escasa experiencia. Esperaba, por ello, que las urnas le concediesen un poco de paz en la lucha cotidiana por la gobernabilidad.
Y lo logró, pese a las tormentas. A partir de junio se sucedieron denuncias de corrupción contra su hermana, Karina Milei, y hasta debió sacrificar a su principal candidato a diputado en Buenos Aires por vínculos con un empresario preso por narcotráfico. La economía empezó a tambalear al ritmo de los escándalos. Sin reservas internacionales, los inversores huyeron de los bonos argentinos y el peso se derrumbó. Sumado a la parálisis económica derivada del ajuste, el humor social cambió rápidamente. Milei se abrazó entonces a Donald Trump. En septiembre, llegó la derrota en Buenos Aires. La suma de calamidades ya no podía ser peor.
El Gobierno puede decir ahora que está de vuelta. Un Milei medido llamó a tejer alianzas con la oposición “racional”. Ese fue el pedido expreso del Fondo Monetario Internacional (FMI), que en abril otorgó a Argentina un crédito, otra más, de 20.000 millones de dólares. Y es también la condición que llegó desde Washington. Para Estados Unidos, Argentina es ahora un aliado incondicional en la región. “Prefiero extender una línea de intercambio [de divisas] que disparar a los barcos que transportan drogas, como tenemos que hacer, que salen de Venezuela”, dijo Bessent el domingo.
Los ojos están puestos además sobre el expresidente Mauricio Macri (2015-2019), un aliado clave de la ultraderecha que tomó distancia ante los destratos presidenciales. Marci votó el domingo cerca del mediodía y recordó que Milei tiene su número de teléfono y que a partir del lunes podrá llamarlo cuando desee. “Estoy a disposición para hablar de cómo generar gobernabilidad y aportar cambio, pero no hemos hablado de ministros. Si [ Milei] necesita algo me va a llamar”, dijo al pie de la urna. La mención de Macri a posibles cambios de ministros no fue casual. Tres de los actuales deben dejar su cargo en diciembre porque asumirán como diputados o senadores.
La pelea entre su principal asesor, Santiago Caputo, y la hermana del presidente, Karina Milei, es la otra loza que pesa sobre la gestión libertaria. Milei ha mantenido hasta ahora bajo la alfombra la disputa entre su estratega y la mujer que es, además de su funcionaria con más poder, su sostén emocional. Pero el lunes ya no podrá seguir pateando el problema hacia adelante. Cada uno representa grupos enfrentados dentro de la administración, que por momentos ha estado paralizada por el miedo de los ministros y secretarios a morir en la batalla. En cualquier caso, Milei ya no será el mismo a partir de este lunes.