El papa Francisco tiene 88 años, cumplidos en diciembre pasado, lleva un mes en el hospital Gemelli de Roma con una neumonía bilateral y, aunque ha estado en situación crítica, parece que ha superado lo peor y está en vías de recuperación. Sin embargo, hay muchas preguntas sobre la mesa, dada su edad, su fragilidad y, sobre todo, el precedente de la renuncia de Benedicto XVI, que en 2013 dejó el cargo al considerar que no se encontraba en condiciones de seguir. Ni el Pontífice ni la Iglesia creen en esa opción, salvo en caso extremo. Francisco es ya el Papa más anciano desde León XIII, que falleció en 1903 con 93 años. Su hospitalización es la más larga de un Pontífice tras los 55 días de Juan Pablo II en 1981.
¿Cómo está el Papa?
El Papa ya está mejor, parece que lo peor ha pasado y ya ni hay partes médicos diarios. Jorge Mario Bergoglio, ingresado el 14 de febrero, ha atravesado días muy críticos, pero el pasado lunes los médicos anunciaron que estaba fuera de peligro. Desde entonces su salud ha ido mejorando. Pero aún no hay fecha de salida del hospital. Entre otras cosas, porque sigue necesitando ayuda para respirar. Durante la noche, con ventilación mecánica con mascarilla, y durante el día, con oxigenación de alto flujo, mediante cánulas nasales. Este lunes fuentes vaticanas han señalado por primera vez que en algunos momentos ya respira sin ayuda, como se percibía el domingo en la primera foto difundida. Con la curación de la neumonía el Papa debería recuperar la autonomía, pero no se sabe hasta qué punto, y ya se habla de la posibilidad de habilitar un equipo médico en su habitación en la residencia Santa Marta del Vaticano, donde reside. Este lunes fuentes vaticanas han reiterado que su salida del hospital “no es inminente”.
¿Aunque salga del hospital, estará en condiciones de gobernar la Iglesia?
Esa es la pregunta clave para la que falta un dato decisivo, ver en qué condiciones está realmente, porque solo este domingo el Vaticano difundió la primera imagen de él en un mes, y estaba de espaldas. La única fuente de información han sido los escuetos partes médicos. También se escuchó su voz, el mensaje grabado que se emitió el pasado 6 de marzo, y más que tranquilizar, aumentó la preocupación. Su voz era frágil y entrecortada. En realidad, explican los expertos, la voz prácticamente desaparece con una neumonía, a cualquier edad. Y debería recuperarse. Otra pregunta es si va a necesitar respirar con mascarilla, y si se verá un Papa con bombona de oxígeno en actos públicos. Sea como fuere, el Papa y el Vaticano se adaptarán a la nueva situación, con menos exposición pública y recorte de agenda.
En todo caso, incluso en los peores momentos de su convalecencia, Bergoglio ha lanzado mensajes claros de que ha seguido al mando de la Iglesia católica. A diario se han hecho públicos nombramientos de obispos y otras decisiones. El Vaticano, con toda la intención, siempre ha subrayado que sigue consciente y lúcido. La idea esencial es la que dijo ya hace tres años, cuando comenzó a moverse en silla de ruedas, por sus problemas en las rodillas, y le preguntaron si pensaba renunciar: “La Iglesia se gobierna con la cabeza, no con las rodillas”. Mientras tenga cabeza, seguirá.
Además, ni el Papa ni el Vaticano temen mostrar la imagen de un Pontífice anciano y en declive, ya lo hizo Juan Pablo II durante sus últimos años, en los que sufría síndrome de Parkinson y estaba muy deteriorado. Refuerza la idea de que el papado es vitalicio, que está en manos de Dios, de aceptar la vejez y la cercanía de la muerte. Pero, obviamente, esta vez hay un factor nuevo: la renuncia de Benedicto XVI en 2013.
¿Por qué se ha hablado de una posible dimisión?
Este mes, como varias veces más en los últimos años, cada vez que el Papa tenía problemas de salud, se ha hablado de si podría renunciar. El precedente de Joseph Ratzinger hace que sea una pregunta perfectamente pertinente. Por eso los periodistas lo han preguntado a cada cardenal que se dejaba entrevistar, y por la misma razón la respuesta ha sido que es posible si Francisco quiere. Pero lo cierto es que el debate no existe en público, ningún cardenal, ni siquiera los enemigos acérrimos de Francisco, del bando más conservador, lo han pedido. Es más, son contrarios, un factor que puede resultar paradójico si no se conocen bien las dinámicas internas de la Iglesia: para los más tradicionales, la renuncia de Benedicto XVI fue una dramática y peligrosa ruptura de reglas milenarias que no debe repetirse.
El cardenal Gerhard Ludwig Müller, por ejemplo, uno de los referentes de este sector, ya dijo en 2023 que estaba “absolutamente en contra” y llegó a decir que la decisión de Ratzinger no fue “reflexionada de forma clara, ni dogmática, ni canónica”. Ahora ha repudiado todo cotilleo sobre el cónclave o sucesores y ha vuelto a repetirlo: “La dimisión de un Papa no puede considerarse una opción”. Es muy llamativo que en la prensa italiana no haya quinielas y listas de papables, ni cálculos sobre el cónclave, al contrario de lo que ocurría en los últimos años de Juan Pablo II.
¿Francisco podría dimitir?
Sí, claro, él mismo lo ha dicho sin rodeos. En 2022 ya contó que, tras ser elegido, en 2013, escribió una carta con su renuncia y la entregó al secretario de Estado, entonces Tarcisio Bertone, para usarla “en caso de impedimento por motivos médicos”. En 2023 volvió a explicar que no tendría problema en renunciar si no se viera en condiciones de seguir, pero ya aclaró que sería un caso extremo, reducido a la pérdida de facultades mentales, porque “no tiene que convertirse, digamos, en una moda, una cosa normal; yo creo que el ministerio del Papa es ad vitam”.
“En esto el Papa tiene razón totalmente, es una postura muy sabia. Hay que pensar en los eventuales problemas de cohabitación”, opina Giovanni Maria Vian, director del Osservatore Romano, el diario vaticano, entre 2007 y 2018. “En mi opinión, no renunciará. A menos que la situación sea desastrosa, y en este momento la información que tenemos no permite llegar a esa conclusión”.
¿Por qué la renuncia es problemática?
No debe olvidarse que la dimisión de Benedicto XVI fue un trauma en la Iglesia, no ocurría desde Gregorio XII, en 1415, y se produjo por su impotencia para afrontar graves problemas internos, desde la corrupción a los escándalos financieros y la pederastia en la Iglesia. Estaban contenidos en esa gran caja que le entregó a su sucesor la primera vez que se vieron, una imagen para la historia. Francisco fue elegido en medio de una crisis. Pero es que hacía temer otra peor, surgía un escenario inédito y que evocaba otros traumas del pasado: los riesgos de la convivencia de dos papas son una pesadilla para la Iglesia, que recuerda los tiempos de papas, antipapas y cismas. Desataron mil debates y augurios funestos tras la dimisión de Ratzinger, que luego se han desvanecido al constatarse que Francisco y Benedicto XVI lo han llevado muy bien, hasta el fallecimiento del segundo en 2022.
Pero el temor es que no tiene por qué ser así siempre. Es un hecho que el sector conservador de la Iglesia ha intentado estos años involucrar a Ratzinger en maniobras contra Bergoglio, para desautorizarle, que el Papa alemán desdeñó siempre elegantemente, según ha contado Massimo Franco, del Corriere della Sera, en su libro El enigma Bergoglio: “Los adversarios de Bergoglio, a menudo conservadores a la búsqueda desesperada de una palabra de Benedicto XVI que sonara como crítica a Bergoglio, han visto cómo respondía invariablemente que ‘el Papa es uno, es Francisco’. La obsesión de la unidad de la Iglesia, para Ratzinger, era más aguda que nunca. Los fantasmas de un cisma estaban muy presentes tanto en él, como en su sucesor, como en muchos cardenales”.
“El Papa quiere seguir adelante, no dimitirá salvo que le pase algo realmente muy, muy grave”, coincide Elisabetta Piqué, biógrafa y amiga de Bergoglio, corresponsal en Roma del diario argentino La Nación. Apunta precisamente que el Pontífice puede sentir el peso de la responsabilidad de no consolidar como nueva tendencia, con su renuncia, un hecho que él y toda la Iglesia quiere que sea excepcional, la de Benedicto XVI. “Esto sería problemático para su sucesor, porque ya reforzaría esa línea, y él no quiere que se vuelva una moda, para él la Iglesia no es una empresa, donde uno se jubila cuando es mayor, y cree que está en su mano decidir o no que se convierta en tendencia”.