La recién anunciada apuesta de Japón por las energías renovables, amplía las posibilidades de un puñado de empresas españolas que, motivadas en parte por la crisis del sector en España, llegaron a Japón tras el apagón nuclear iniciado con el accidente de la central de Fukushima en 2011. Según un plan oficial dado a conocer en diciembre pasado, para 2040 la energía fotovoltaica, la eólica y otras renovables, aportarán entre un 40% y un 50% de la electricidad que consume el archipiélago nipón. La energía térmica producirá entre el 30% y el 40%, mientras que la energía nuclear generaría un 20% del consumo nacional de electricidad. Para las renovables, el nuevo plan elevaría en más de un 10% el objetivo anterior, que fijaba su aporte en un 38% hasta 2030.
“Japón es uno de los mercados más interesantes que existe ahora a nivel mundial”, dice Ignacio Blanco, cofundador de Univergy, una firma hispano-japonesa con sedes en Madrid y Tokio que desde 2012 adelanta proyectos de energía fotovoltaica en todos los continentes. Para Blanco, el resto del mundo está poblado de dificultades geopolíticas para su sector, como el impulso de Donald Trump a los combustibles fósiles en EE UU, la contracción económica y el exceso de burocracia en Latinoamérica —que choca con la abundancia de recursos en esa zona—, o las dificultades de financiación en África. Considera que Japón, por su parte, “tiene liquidez y una innegable necesidad energética por ser la cuarta economía del planeta”. Como retos, el ejecutivo menciona las barreras para entrar en “un mercado maduro” cuyos beneficios siguen siendo sustanciales, pero no tan atractivos como los de hace una década.
El Gran Terremoto del Este de Japón, ocurrido el 11 de marzo de 2011, alcanzó una magnitud 9,0 en la escala Richter y fue seguido de un tsunami que causó el peor accidente nuclear en la historia desde Chernóbil (actual Ucrania) en 1986. En ese momento Japón producía el 30% de electricidad con 54 reactores nucleares que se empezaron a construir como parte de un plan denominado “Átomos para la paz”, una iniciativa de Estados Unidos diseñada para suavizar la percepción de la energía atómica y redimir su imagen después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial.
El accidente de 2011, causado por el corte de refrigeración del combustible nuclear y la fuga de radiactividad, obligó a evacuar amplias zonas de la provincia de Fukushima, produjo pánico entre los habitantes y puso en tela de juicio la gestión de las instalaciones atómicas en Japón. Las centrales fueron cerradas para inspecciones y Japón decidió promover las energías renovables, buscó ejemplos en el mundo y miró hacia España. “Japón es un país insular y España, por estar separada del resto de Europa por los Pirineos, presentaba el caso más idóneo”, afirma Hikaru Hiranuma, miembro del Comité del Consejo de Ciencia de Japón para el Apoyo a la Reconstrucción tras el Gran Terremoto del Este de Japón.
Poco después del accidente nuclear, Hiranuma fue enviado a España, donde constató que pese a la baja capacidad de intercambio de energía con los otros países europeos hacía un uso intenso de las renovables. Dicha constatación, explica el académico, debilitaba el argumento de quienes afirmaban que las energías limpias no eran una opción viable para Japón. Además de visitar granjas solares en Castilla-La Mancha y Cataluña, Hiranuma conoció el CECRE (Centro de Control de Energías Renovables) de Madrid y se familiarizó con su gestión para controlar los productores de energías renovables del país. Hiranuma, quien es miembro del grupo de investigación The Tokyo Foundation for Policy Research (TFPR), resumió su experiencia en un artículo titulado: Pensemos en serio en las nuevas energías. El caso español.
Ingresos estables
Para incentivar las renovables, Japón copió el modelo de tarifa FIT (Feed-in Tariff o tarifa de alimentación), un mecanismo de precios y retribución garantizada diseñado para ofrecer a los productores un ingreso estable durante un período determinado. El FIT, método de origen alemán, había sido adoptado por España en 2007 con incentivos tan generosos que ocasionaron una deuda creciente del Gobierno con las distribuidoras eléctricas. “Cuando ocurrió Fukushima, el sector renovable en España estaba sufriendo una desaceleración total, pues el Gobierno había paralizado las inversiones en renovables con una normativa de carácter retroactivo que fue como un golpe de muerte”, cuenta Blanco.
Muchas empresas españolas del sector salieron a buscar mercados incipientes como el Reino Unido o Bulgaria. Al enterarse de que los contratos japoneses con FIT ofrecían una tarifa muy alta, de 40 yenes por kilovatio hora (kWh) a veinte años y una rentabilidad de más del 6%, Blanco tomó la decisión de viajar con una misión comercial exploratoria, animado también por la invitación de un paisano suyo, palentino, residente en Tokio. Encontró que Japón carecía de experiencia en plantas solares medianas y grandes, lo que daba ventaja a España por haber sido el segundo país después de Alemania en haber iniciado “la democratización de las renovables”. Nombra empresas españolas pioneras como Solarig, Comcon, Cobra y Naturener.
Como en Japón es habitual que las empresas extranjeras se perciban como oportunistas que vienen y se van, Blanco encuentra natural la desconfianza inicial. La escala y el costo de los proyectos fueron otro reto. “No teníamos una gran capacidad financiera y teníamos que convencer a empresas japonesas de que podíamos hacer proyectos de inversión de cientos de millones con un capital social muy escaso”, explica.
Encontrar un socio japonés con oficinas en varias prefecturas de Japón fue clave para sortear una larga lista de retos que iban desde lo técnico a lo antropológico, pasando por lo jurídico. A la condición de archipiélago volcánico proclive a los terremotos, y cuyo territorio es un 70% montañoso, se sumaba la dificultad de localizar a decenas de propietarios de minifundios, herencias no registradas y terrenos sin reclamar. Hubo casos en que los obreros japoneses contratados se negaban a ser dirigidos por una ingeniera española. En una zona rural, los suspicaces habitantes llamaron a la policía al ver a un topógrafo español de color al que hicieron detener hasta que la empresa fue a la comisaría a confirmar su pertenencia a la firma.
En el mapa de Japón, Blanco destaca entre los proyectos de Univergy los 55 megavatios de Oita y los 25 megavatios en Fukushima. Blanco reitera su confianza en el mercado japonés, pero señala la necesidad de una mayor liberalización del suelo agrícola para ser usado en renovables “pues el hidrógeno verde todavía tardará unos años en venir” y los recursos eólicos cerca de los grandes centros de consumo como Tokio o Kioto son insuficientes.
Para explicar la paradoja de un país que aumenta su previsión de gasto energético mientras su población decrece, los expertos japoneses señalan factores como el aumento de hogares unipersonales, la electrificación intensa de sectores donde la mano de obra se tendrá que suplir con la automatización, como el agrícola, y los centros de datos.
Uno de los proyectos energéticos más importantes anunciados este año, es el acuerdo de compra de energía fotovoltaica durante veinte años con Amazon en Japón a X-Elio, empresa originada en Gestamp Solar, con sede en Madrid y propiedad del fondo canadiense Brookfield. La planta tendrá una capacidad de 14 MW, está situada en la prefectura de Yamaguchi, al sureste de Japón y empezará a funcionar a mediados de este año.
A diferencia de firmas españolas más pequeñas que entraron en Japón justo después del accidente de Fukushima, Iberdrola desembarcó en 2020 a través de la compra de la promotora nipona Acacia Renewables. Iberdrola Renewables participa en el proyecto de GK Parque Eólico Marino de Happo Noshiro operado por un consorcio compuesto por la empresa española, Japan Renewable Energy Corporation (JRE), y Tohoku Electric Power. La planta, que según la web de Iberdrola será una de las más grandes de Japón, producirá 375 MW con 25 aerogeneradores con cimentación fija instalados en el lecho marino frente a la costa del pueblo de Happo y la ciudad de Noshiro, en la prefectura septentrional de Akita.
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