martes, abril 15, 2025

Una idea arancelaria con sentido para EE UU | Negocios

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Lamentablemente, no hay nada bueno que decir sobre los anuncios que hizo el presidente estadounidense, Donald Trump, en su reciente acto del “día de la liberación” en el jardín de rosas de la Casa Blanca. Por mucho que a las políticas económicas de Trump se les intente encontrar alguna lógica, no existe ninguna justificación coherente para sus aranceles comerciales supuestamente “recíprocos”.

Kim Clausing (Universidad de California en Los Ángeles) lo resume a la perfección: “El mayor aumento de impuestos en más de 50 años será una carga para los consumidores estadounidenses y generará miles de dólares en impuestos adicionales para el hogar medio”. Con idéntica exactitud, Michael Strain (American Enterprise Institute) señala que los nuevos aranceles “reducirán el empleo industrial (no lo aumentarán) y restarán competitividad a las empresas del sector”. Y en cuanto a la metodología usada para calcular los nuevos aranceles, Doug Holtz‑Eakin declara sin rodeos que es “una base indefendible para una política indefendible”.

Clausing trabajó en política tributaria para el Departamento del Tesoro durante la presidencia de Joe Biden; Strain y Holtz‑Eakin son economistas republicanos de prestigio. Un acuerdo tan completo entre los tres es un claro indicio de que los nuevos aranceles de Trump equivalen a un desastre nacional inminente.

Hay que destacar que el día antes del anuncio del presidente de Estados Unidos, 50 senadores —encabezados por el republicano Lindsey Graham y el demócrata Richard Blumenthal— presentaron una propuesta bipartidista comercial mejor, cuyo objetivo es presionar a Rusia en pos de una paz genuina con Ucrania. La estructura general de la propuesta es sensata, y su defecto más evidente —que impondría aranceles a países que importen petróleo ruso en vez de imponérselos a Rusia— es totalmente subsanable.

Y sobre todo, el proyecto de ley del Senado puede ser eficaz incluso sin que lo apruebe la Cámara de Representantes. La mera amenaza de acciones del Congreso en este frente será un toque de atención para el Kremlin. Tras todos los trastornos generados en las áreas de comercio, ayudas al extranjero y relaciones con la OTAN y otros aliados de EE UU, Trump necesita una victoria internacional. Este proyecto de ley puede ayudarlo a conseguirla, e incluso valer un Premio Nobel de la Paz compartido para Graham, Blumenthal y Trump si realmente logra que Rusia pida una paz genuina.

Hace poco, Glenn Hubbard —presidente del Consejo de Asesores Económicos durante la presidencia de George Bush, hijo— y Catherine Wolfram —que trabajó en asuntos relacionados como alta funcionaria del Departamento del Tesoro durante la Administración de Biden— expusieron con gran claridad la forma correcta de presionar a Moscú. Hubbard y Wolfram señalan que Rusia necesita ingresos continuos en divisa fuerte para importar armamento y otros suministros bélicos esenciales; y la única fuente de ingresos en dólares significativa que tiene el Kremlin es la exportación de combustibles fósiles —por valor de unos 600 millones de dólares al día—. La estrategia que proponen es simple y brillante: “El Gobierno debería sancionar a cualquier empresa o individuo (en cualquier país) implicado en una venta de gas y petróleo rusos. Rusia podría evitar estas sanciones secundarias pagando al Tesoro de Estados Unidos una tasa por cada cargamento, a la que se denominaría ‘arancel universal ruso’; su valor empezaría en un nivel bajo, pero aumentaría cada semana que pase sin un acuerdo de paz”.

La mayor parte del petróleo ruso se traslada en barco, y todos los cargamentos —junto con las transacciones financieras subyacentes— están bajo la vigilancia de expertos en materia de comercio. De modo que sería sencillo asegurar que si Rusia no paga la tasa exigida por un cargamento cualquiera, todos los participantes en la transacción, incluidos el propietario o el operador del barco petrolero, el asegurador del cargamento y el comprador pasarían a ser responsables. A su vez, si estos participantes privados no pagan en un plazo de, digamos, 30 días, quedarían sujetos a sanciones. Datos recientes confirman que nadie quiere quedar al alcance de las sanciones estadounidenses —y esto incluye a entidades indias y chinas—.

Un arancel de 20 dólares por barril de petróleo ruso generaría a EE UU ingresos por entre 40.000 y 50.000 millones de dólares al año. Lo ideal sería que la amenaza del arancel universal presione a Vladímir Putin para que inicie negociaciones serias, supeditándose su eliminación a un acuerdo que ponga fin a la devastadora y totalmente ilegítima invasión rusa y traiga paz duradera a Ucrania. La medida se podría organizar de forma tal que cualquier nueva agresión militar provoque de inmediato la renovación o el aumento del arancel universal ruso. Lo único que tendrá que hacer Rusia para librarse del arancel es detener sus ataques.

Mientras Rusia siga negociando de mala fe, Estados Unidos seguirá recaudando miles de millones anuales por el arancel ruso, y al menos Rusia estará pagando los costos que su ataque a gran escala contra Ucrania genera para otros países. Durante la covid, Rusia no redujo la producción de petróleo ni siquiera cuando los precios mundiales cayeron por debajo de los 20 dólares. Con el arancel universal necesitará más ingresos que nunca, de modo que el suministro mundial de petróleo tampoco se reducirá.

Los aranceles del “día de la liberación” de Trump fueron la culminación de dos primeros meses terribles para su Gobierno en la escena internacional. Necesita con urgencia una victoria que apuntale el prestigio internacional de EE UU y convenza a los inversores de que no se ha convertido en un país nihilista y autodestructivo. Una versión ligeramente mejorada de la propuesta arancelaria bipartidista —con costes reales para Rusia— lograría exactamente eso.



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