Una mujer sube al escenario. A sus espaldas, una pantalla proyecta un rectángulo vertical de color verde que enmarca su cuerpo. Está sola, viste de negro y comienza una cuenta atrás: 9, 8, 7… Cada número inicia una secuencia, y ella se transforma en alguien distinto: una ciudadana preocupada, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una hija al límite de la desesperación… Todas tienen algo en común, sin embargo: quien habla se dirige, en primera persona, al Gobierno mexicano. Es a él a quien le exige explicaciones por el asesinato de Nitza Paola Alvarado Espinoza, desaparecida por el Ejército en Chihuahua el 29 de diciembre de 2009. “Te escribo como quien escribe a Dios”, “Eres un ser de 800 brazos, pero 500 no funcionan”, “Estamos más enojadas que asustadas”, le suplicará, le gritará, le advertirá cada vez.
Es la primera de las seis historias que componen el recital teatral En primera persona, dirigido por Mauricio García Lozano, con texto de David Gaitán y basado en las investigaciones de cinco periodistas, que estará en cartelera del 15 al 30 de marzo en el Instituto Goethe de Ciudad de México. En dos movimientos de tres monólogos cada uno, se suceden también las historias de Nancy Mariela Pineda Lacan, Jennifer Robles, Gerson Quevedo, Samir Flores y Claudia Uruchurtu: todas víctimas de un país donde la violencia —del narco, del Estado— es la norma y no la excepción. “Siento que como sociedad llevamos ya muchos años rebasados, y donde la búsqueda es más por escapar de esta información en aras de mantener la cabeza fuera del agua, que por relacionarse con ella”, reflexiona David Gaitán: “Este proyecto busca abrir un portal por otro lado”.

Sobrevuela la obra una pregunta que se repetían una y otra vez: ¿cómo se nombra lo que no debe ser olvidado? “No terminamos de dar en el clavo”, se responde Michael W. Chamberlin, del equipo de investigadores, “pero este es un intento importante”. El juego con el lenguaje es siempre complicado —”Emilia Pérez también es un lenguaje, pero no fue muy afortunado”—, y aquí han tratado de construirlo de forma extremadamente cuidadosa y respetuosa con quienes las vivieron en primera persona, el punto de vista que prima en todas ellas y que da nombre a la representación. “[Era importante] no sentir que estábamos ocupando un material como vehículo para un viaje de engolosinamiento artístico o personal”, dice Mauricio García Lozano, el director. Por eso la puesta en escena es sobria, contenida, fruto del pudor; y es la propia interpretación de los actores la que llena el espacio, junto con la música de un piano en vivo que sirve de transición entre piezas. “Al final del día, tenemos que aterrizar en el tributo, en la visibilización de un hecho real”, completa.
Los hechos adquieren formas y voces distintas: hay víctimas de feminicidio, crímenes de Estado, del narco, contra migrantes. También hay periodos y territorios diferentes. No querían que la obra sirviera de abono para ningún discurso partidista. “Hemos tratado de equilibrarlo por todos los frentes”, explica Gaitán. A pesar de la variedad, en última instancia, “todas están ocurriendo en un mismo sitio, en un mismo escenario”, ahonda García Lozano, “y es este país”. Con 124.000 desaparecidos y una tasa de impunidad del 95%, estas historias resuenan en tantas otras que componen el paisaje de la mayor herida abierta de México.
Esa herida tiene muchas caras y no todas son siempre igual de visibles. “Parte de lo que queríamos mostrar es la secuela que tiene para las familias”, dice Chamberlin. “Estas mujeres [madres buscadoras] no descansan nunca. Alguna vez fuimos a Chiapas a conocer otras experiencias. Estuvimos en un campamento y las escuchabas dormidas, llorando, hablando, llamándoles. Era muy impresionante”, relata. En ellas veía el rastro de un envejecimiento prematuro, a veces enfermedades o incluso la muerte. Pero esta no es una obra solo para narrar el horror, sino para “romper con la indiferencia”. “La lucha sirve”, dirá Samir Flores a través del actor que lo interpreta en varias ocasiones: “Si quieres ayudarme, indígnate primero, luego actívate”.

Las familias han revisado el texto del recital junto con el equipo artístico y los investigadores, pero el reto es mayor que conseguir su aprobación. “Estas obras deben servir a las familias, pero también a un público más amplio. El arte nos permite ver cómo nos traviesa la información, y hay una potencia muy valiosa en conjuntar estas dos perspectivas: la de los hechos puntuales y otra más general que refleja el desprecio por la vida”, desarrolla Mónica Meltis, otra de las periodistas.
Hay un poema sonoro, la séptima y última pieza del conjunto, que trata de darle unidad a todas las demás y aglutinar “dolores, expresiones, onomatopeyas, nombres, fechas y adjetivos”, enumera David Gaitán. Con él vuelven a la pregunta inicial: ¿cómo se nombra lo que no debe ser olvidado? Ese interrogante sigue en el aire para quien se atreva a tantear una respuesta. La fórmula con la que este equipo ha dado, al menos para estas seis historias, se encuentra sobre el escenario y la resume así Gaitán: “Como sociedad civil, no lo vamos a olvidar, no lo vamos a enterrar y no vamos a caer en la tentación de la anestesia. Nos damos cuenta de lo que está pasando y vamos a seguir poniéndolo sobre la mesa”.