Son muchos los estudiosos de la historia que reivindican al Tratado como un intento de pacificación nacional, un paso fundamental para la unión del país, por más que su firma no logró detener las luchas internas.
El pacto que bautizó a Pilar como “cuna del federalismo” ha encontrado una versión menos romántica en la corriente revisionista de los últimos años: por un esquema de país federal que no duró demasiado tiempo, o bien por la presunta traición a José Gervasio de Artigas por parte de los dos caudillos provinciales. Lo cierto es que autores como Pacho O´Donnell reconocen que “el Tratado del Pilar fue el momento más ejemplar del federalismo en la Argentina”.
Misterio
Existen muchas imágenes sobre el acta de la firma del Tratado del Pilar, facsímiles reproducidos en libros, revistas y sitios web. Pero lo cierto es que los originales son una joya inaccesible. Hubo tres actas originales, pero la única que se sabe que todavía está es la del Museo Histórico Provincial de Santa Fe. El documento permanece resguardado y no puede escanearse ni fotografiarse con flash, para su preservación. En cuanto al destino de las otras dos actas originales, su paradero es un misterio.
Pacto
El Tratado del Pilar no habría sido tal: la denominación correcta sería la de Pacto de Pilar. De hecho, Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras y vicepresidente de la Academia Nacional de Educación (fue también su titular), explicaba hace unos años en Pilar que el hecho del 23 de febrero de 1820 “es el mal llamado tratado, ya que este es el que se da entre dos o más países. La denominación correcta es la de pacto”.
Tres gobernadores
A lo largo de los años, la celebración de la firma del Tratado del Pilar tuvo mayor o menor relevancia, de acuerdo a los distintos gobiernos. Siempre fue complejo reunir a los tres gobernadores de las provincias firmantes. De hecho, la última vez que sucedió fue en el año 1992, con Eduardo Duhalde (Buenos Aires), Carlos Reutemann (Santa Fe), Mario Moine (Entre Ríos). El anfitrión, el entonces jefe comunal Jorge Telmo Pérez.
Dirección exacta
Durante casi dos siglos, el sitio exacto de la firma del Tratado del Pilar fue objeto de estudio y debate. Hasta el momento, es el historiador Alberto Allindo quien más precisiones ha arrojado sobre el lugar correcto: en 2019, en el marco de las XIV Jornadas de Historia del Partido de Pilar, se reveló que el pacto se firmó en la antigua capilla de la Virgen del Pilar. Hoy, ese lugar es una casaquinta, entre los barrios El Panchito y La Cañada de Pilar. El interrogante se logró desentrañar a través de un documento de 1799. Además, los mapas demuestran que, en ese entonces, Pilar no tenía más de 30 ranchos, agrupados a la vera de un arroyo cercano al río Luján.
¿Con o sin secretos?
Luego de firmado el Tratado del Pilar, durante los años posteriores existió la sospecha de que los tres gobernadores habían acordado también compromisos secretos, en especial en lo referido a la provisión de armas entre las provincias involucradas. En este sentido, algunos documentos de la época detallan órdenes de Sarratea para la cesión de municiones, fusiles y pólvora, sin especificar su destino. Pero, más allá de las especulaciones, lo cierto es que el consenso en la comunidad de historiadores es de la inexistencia de esos supuestos acuerdos realizados “por debajo de la mesa”.
Tras la firma del Tratado del Pilar, el acuerdo secreto
Años atrás, el historiador Aldo Abel Beliera escribió para El Diario sobre el pacto secreto. A continuación, transcribimos parte de esa investigación:
“En cuanto al contenido del Tratado Secreto firmado entre Sarratea, Ramírez y López, se relaciona exclusivamente, con la forma en que la provincia de Buenos Aires debe pagar “los gastos de guerra” y en la ayuda que prestará para proseguir la guerra contra los portugueses. Si bien este Tratado no ha sido encontrado hasta la fecha, si es que realmente quedaron constancias escritas, pues también pudo tratarse de un convenio verbal, ha dado lugar a que se interprete en las formas más diversas.
De no haber existido tal Tratado Secreto, la permanencia de Ramírez y López con sus tropas frente a Buenos Aires, durante dos meses, equivaldría a un abuso. Pero aquel tratado, aunque Sarratea lo haya desmentido, existió. No hay un solo historiador que lo niegue. Y para ello vamos a remitirnos a las propias palabras de algunos de ellos.
Dice el general Mitre que el 14 de marzo de 1820 “presentó Sarratea al Cabildo un oficio original de Ramírez”, en el que le insinuaba que entre los tres gobiernos signatarios del Tratado del Pilar, “se había acordado secretamente por separado, para no inspirar alarma al Gobierno portugués, que se darían al ejército federal por remuneración de sus servicios e indemnización de gastos, por auxilios prestados por deponer a la facción realista -los directoriales-, la cantidad de 1.500 fusiles, otros tantos sables, 24 quintales de pólvora y 50 de plomo, cuya entrega total habían impedido los mencionados realistas, apoderándose violentamente del mando”.
Dice también Mitre que en la misma nota -que consta en actas del Cabildo correspondientes al 15 de marzo de 1820 – Ramírez pide, en atención a los nuevos servicios prestados al gobierno de Sarratea por el ejército federal, “se duplicase el número de armas y municiones acordado, y que además se le entregase un vestuario y una cantidad de dinero, todo a la mayor brevedad, pues no esperaba más para retirarse”.
El Cabildo da su conformidad a esta nueva exigencia, y el general Mitre, admitiendo la existencia del Tratado Secreto, hace el siguiente comentario: “No sólo hizo entrega – se refiere a Sarratea – de nuevas entregas de armas a los generales de la federación, sino que también armó y equipó a la llamada división chilena de don José Miguel Carrera, autorizándolo a levantar bandera de enganche a dos leguas de la ciudad, y a extraer soldados de sus cuarteles, con el objeto declarado de ir a combatir contra Chile, aliado de la República Argentina”.
Ravignani publica varios documentos relativos a los compromisos secretos relacionados con el Pacto del Pilar. De su análisis se deduce sin mucho esfuerzo que Sarratea se comprometió a proporcionar armas, municiones y vestuario a Ramírez para combatir a su propio jefe, y por el otro lado, a hacer valer su influencia ante el general portugués a fin de que no pasara el Uruguay.
Esos documentos son dos órdenes de Sarratea del 4 de marzo disponiendo que se entregasen armas sin especificar su destino, una nota de Ramírez a Sarratea del 13 de marzo y el Acta del Cabildo del día 15, en acuerdo con el gobernador y miembros de la Junta de representantes.
Dice el oficio de Ramírez a Sarratea: “cuando firmaron el tratado de paz de 23 de febrero último se acordó “secretamente por separado”, para no inspirar alarma ni motivar contestaciones por ahora con el gobierno portugués, que se daría al último de mi mando en remuneración de sus servicios e indemnización de gastos en la cooperación que había prestado para deponer la facción realista que tenía oprimida al país, el auxilio de 500 fusiles, 500 sables, 25 quintales de pólvora y 50 de plomo, y que se repetiría según las necesidades que tuviese el Ejército…”.
Por su parte el doctor Vicente Fidel López, dando también por indudable la existencia de aquel convenio, hace este comentario: “Aumentase el encono del vecindario cuando se conocieron las estipulaciones secretas del Convenio del Pilar, Sarratea había hecho entregar a Ramírez 1.500 fusiles, igual número de sables, trabucos de bronce, lanzas y municiones con los correajes respectivos. El parque había quedado limpio, según se decía, y la ciudad estaba ya indefensa en las garras de sus feroces enemigos. A don José Miguel Carrera se le auxiliaba con 700 fusiles y con todos los chilenos capaces de servir que pudiese hallar en Buenos Aires, ya fuesen ocupados en trabajo a jornal, ya en los cuerpos armados, para que marchase a Cuyo y formarse allí una división para invadir a Chile y derrocar a O’Higgins”.
Estos mismos puntos de vista son sostenidos por otros historiadores, entre ellos los entrerrianos Martín Ruiz Moreno y Benigno T. Martínez.