Uno de los grandes interrogantes de la historia de la literatura occidental, que ha dividido a académicos y curiosos, es el caso de William Shakespeare (1564- 1616). Y es que, desde el siglo XIX, han proliferado las teorías de toda índole y sustancia que ponen en duda que sea el autor de sus obras e incluso su misma existencia.
Un autor de éxito
En el siglo XVIII, William Shakespeare ya era uno de los autores más famosos del Reino Unido: sus obras se representaban habitualmente en teatros desde hacía 200 años. Sin embargo, al igual que ocurría con otros literatos, apenas había existido interés en su biografía hasta bien entrado el siglo XVII. Así, cuando los primeros investigadores quisieron trazar la vida del bardo, se toparon con un problema: había muy pocos documentos o fuentes en torno a su figura. Algunos persistieron, y otros comenzaron a sospechar.
A través de documentos oficiales y cartas, hallados por los primeros, se han podido certificar algunos datos. Se sabe, entre otros aspectos, que nació en Stratford-upon-Avon (al sur de Birmingham), que se casó en 1582 con Anne Hathaway, con la que tuvo tres hijos, y que desarrolló una exitosa carrera teatral en Londres como autor, actor y empresario. No obstante, hay un lapso de tiempo –entre 1585 y 1592– que continúa siendo un misterio. Es lo que se conoce como los “años perdidos”.

Esta falta de conexión entre la vida en Stratford de William Shakespeare, hijo de John Shakespeare y Mary Arden, y su presencia en la escena londinense a partir de 1592 es uno de los motivos por los que se han multiplicado las conjeturas. Otro es el origen modesto del autor, sin una cualificada educación ni la oportunidad de viajar, lo que, para algunos escépticos, pone en tela de juicio su capacidad para crear una obra de tal calidad y magnitud. Otros señalan la ausencia de firma en algunos manuscritos o las diferencias en la forma de escribir su nombre en unos y otros como otras tantas “pistas”.
Si en el siglo XVIII comenzaron las dudas, el XIX hizo que proliferaran las teorías alternativas. La primera (1857) fue la de la escritora estadounidense Delia Bacon, que defendía que detrás de Romeo y Julieta o El rey Lear estaba un grupo de varios autores capitaneado por el filósofo Francis Bacon y el político y corsario Walter Raleigh.

Hipótesis y certezas
En los treinta y cinco años siguientes, se publicaron más de doscientos cincuenta libros sobre la identidad de Shakespeare. Hoy existen más de setenta “candidatos a Shakespeare”, entre los que figuran nada menos que los reyes Isabel I y Jacobo I, el dramaturgo Christopher Marlowe – que habría fingido su muerte para escapar de la justicia y habría seguido luego escribiendo con dicho sobrenombre–, el economista y filósofo William Stanley, Roger Manners, quinto conde de Rutland, o la poeta Emilia Lanier.

Sin embargo, las propuestas que han cobrado más peso en los últimos tiempos son las que sostienen que el mencionado Francis Bacon o el poeta cortesano Edward de Vere, 17º conde de Oxford, podrían ser la pluma detrás de la obra shakespeariana. Los que apoyan tales teorías, de las que no se han encontrado pruebas concluyentes, ven en estos perfiles al hombre educado y de mundo que podría haber sido responsable de la producción teatral y poética adjudicada al bardo de Stratford.
Esta hipótesis la defienden con el llamado stigma of print (estigma de publicación), concepto que alude a lo poco que interesaba a los poetas y dramaturgos de la corte de los Tudor publicar sus escritos y a su preferencia por mantener sus textos como privados, para no comprometer su reputación. Así, ven probable que estos dos aristócratas firmasen con un seudónimo o que, incluso, dejaran sin rúbrica algunas de sus obras por ese motivo.

El argumento en contra es que hubo muchos autores cortesanos que sí imprimieron sus escritos sin menoscabo de su prestigio y, sobre todo, que en ambos casos hubiera sido más sencillo el anonimato que inventarse un personaje.
No obstante, por lo pronto, parece que la explicación más lógica para la falta de datos de la vida del autor de Hamlet sería que, en los siglos XVI y XVII, la ausencia de interés en la biografía de los dramaturgos hizo que, como en la mayoría de casos de la época, no se guardaran registros de todos sus pasos. Una laguna de información que ha querido remediarse a lo largo de la historia, con falsificaciones incluidas, pero que sigue generando polémica en nuestros días.
Más enigmas biográficos
En el campo del arte encontramos a otro gran desconocido: Jheronimus van Aken, El Bosco (1450-1516). Del pintor neerlandés apenas se sabe nada sobre su biografía, hasta el punto de que ni siquiera se ha podido fijar con seguridad su lugar y año de nacimiento. A través de documentos oficiales, se ha intentado hacer un boceto de su vida.

Así, se tiene bastante certeza de que pertenecía a una familia de pintores, se casó con una mujer llamada Aleid van de Meervenne y vivió y murió en ’s-Hertogenbosch, entre otras cuestiones. Pero, más allá de su cambio de apellido al patronímico local, responsable de que empezara a firmar como Bosch, los matices sobre su identidad siguen siendo un misterio y aumentan las preguntas acerca de su enigmática obra, llena de imágenes inquietantes y visionarias.
El caso de la desgarradora novela Una mujer en Berlín es algo más reciente. Narra la experiencia de las mujeres berlinesas durante la ocupación soviética de la ciudad a partir de las anotaciones del diario de su autora entre abril y junio de 1945. Pese a que se publicó anónimamente en inglés en 1954 y sus líneas pasaron de mano en mano durante la década de los setenta –con fuertes vinculaciones con el movimiento de Mayo del 68 y la segunda ola feminista–, no fue hasta la muerte de su autora, en 2001, cuando un editor interesado en darlo a conocer en Alemania pudo lanzarlo en su versión original.
Así lo quiso ella. No deseaba que se la vinculara a ese texto y, de hecho, modificó algunos aspectos que habrían delatado su identidad. Hoy, aparte de haber confirmado que se trataba de una periodista alemana, se conoce su nombre y apellido, pero para muchos es y siempre será “Anónima, una mujer en Berlín”.
Por otro lado, algunos escritores y artistas tuvieron vidas que llegan a superar a la ficción y fantasía de sus obras. El pintor neerlandés Vincent van Gogh (1853-1890) no llevó una existencia fácil, aquejado de una inestabilidad mental que le hizo, en su momento de mayor creatividad, seccionarse la oreja izquierda. Pero el más reciente misterio que rodea a su figura es la causa de su muerte.
El Museo Van Gogh, una de las máximas autoridades en la figura del artista, ha sostenido y sostiene que se suicidó de un disparo en el estómago en los campos de la localidad francesa de Auvers-sur-Oise. Sin embargo, Steven Naifeh y Gregory White Smith, autores de la biografía Van Gogh: La vida (2011) y ganadores de un Premio Pulitzer, defienden que, según sus investigaciones, el autor de La noche estrellada pudo no haberse quitado la vida, sino que podría haber sido un homicidio imprudente causado por un muchacho de dieciséis años.

Otro de los enigmas que han intrigado a expertos y aficionados es la desaparición, durante once días, de la escritora británica Agatha Christie (1890-1976). La creadora del detective belga Hércules Poirot tuvo a todo el Reino Unido buscándola entre el 3 y el 14 de diciembre de 1926. No solo se hizo eco la prensa inglesa, sino que hasta el New York Times dedicó un importante espacio a la misteriosa ausencia de la entonces nueva estrella de la literatura policíaca.
Solo se había encontrado su accidentado automóvil en una carretera de Sunningdale, al suroeste de Londres, así que se temió lo peor, incluso un suicidio o un asesinato. La novelista apareció casi dos semanas después en el Swan Hydropathic Hotel (hoy Old Swan Hotel, en Harrogate, North Yorkshire), amnésica y con un nombre falso.
La opinión pública llegó a pensar que fue una maniobra publicitaria, pero más de noventa años después se ha sabido que la escritora empleó el nombre de la amante de su marido para registrarse en el hotel en el que la hallaron. Así, la especulación sobre una discusión del matrimonio por esa infidelidad, la necesidad de aislarse durante un tiempo y el fingimiento de una dolencia nerviosa para tapar el escándalo del adulterio ha ido cobrando peso. ¿La realidad? Jamás la sabremos, pues Agatha Christie se llevó el secreto a la tumba.

Parecida circunstancia ocurrió en torno al escritor norteamericano de misterio y terror Edgar Allan Poe (1809-1849). Lo encontraron el día 3 de octubre de 1849, jornada electoral en Estados Unidos, tirado en las calles de Baltimore, delirando y con unas ropas que no eran suyas. Falleció en un hospital cuatro días más tarde, tras sufrir constantes desvaríos y alucinaciones visuales. Nunca estuvo lo suficientemente consciente como para explicar qué le había sucedido para terminar así. La sífilis, el cólera, la rabia o el alcoholismo son algunas de las enfermedades que se han aducido para sustentar tan trágico final, pero no hay una conclusión definitiva.
Mensajes en clave
Las conjeturas sobre el significado de las obras de arte están, asimismo, a la orden del día: hay representaciones que, siglos después, siguen retando al observador a la caza de respuestas. Una de ellas son las pinturas de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel (1475-1564).
Entre los símbolos que se han hallado en los múltiples análisis de esta obra maestra del siglo XVI hay referencias al judaísmo –mediante la inclusión de letras hebreas y el predominio de escenas del Antiguo Testamento–, el paganismo, la sexualidad femenina –a través de la figura del carnero– y la anatomía, con formas que recuerdan a la médula espinal y al cerebro.

No se queda atrás Dos monos, de Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569), tal vez una de las pinturas más sencillas y enigmáticas del artista flamenco. El verdadero misterio que rodea a los dos simios encadenados es que no se sabe a ciencia cierta si Brueghel quiso reflejar una idea simple –unos monos en una ciudad portuaria–, si era una crítica a la dependencia de los Países Bajos respecto del Imperio español o si, incluso, pretendió hacer una referencia a los monos que aparecen en el tríptico La adoración de los Magos del artista italiano Gentile da Fabriano.
